Hace años, los caminos del sur de Alemania me llevaron casi por accidente a un valle intermontano de belleza difícil de describir donde se encuentra el pueblo de Garmisch-Partenkirchen, situado a los pies de la montaña más alta de ese país.
La verdad es que antes de llegar a ese lugar no tenía idea de su importancia en la historia de la música. Ahí, Richard Strauss pasó buena parte de su vida y murió en 1949; ahí también, en 1911, comenzó la composición de su Sinfonía alpina a partir de esbozos anteriores.
Originalmente, la pieza se iba a titular El anticristo: una sinfonía alpina , en clara referencia a la obra del filósofo Friedrich Nietzsche y además cumplía un programa autobiográfico, que narra paso a paso una accidentada ascención a los magníficos picos alpinos que se dominan desde la ventana del estudio del compositor en Garmisch.
Afortunadamente, Richard Strauss eliminó la primera parte del título y descartó un segundo movimiento, el cual hubiera hecho imposible escalar su inmensa partitura, en la que la simple narración anecdótica trasciende su función, al representar también el camino del héroe nietzscheano hacia la purificación, en el cual renuncia a la fe religiosa en aras de la devoción por la naturaleza.
En la música, la contradicción se presenta entre los elementos simplemente pictóricos, como son el uso de una armonía simplificada y melodías diatónicas casi ingenuas, que además de la naturaleza bien podrían representar un homenaje a su amigo Gustav Mahler, muerto ese mismo año.
Todo ello se da en contraposición a una intrincada textura contrapuntística y un aparato instrumental gigantesco que en su versión más modesta requiere cerca de 100 músicos.
La interpretación de la Sinfonía alpina es sin duda una tarea mayúscula que la Orquesta Sinfónica Nacional emprendió con la pasión del héroe, aunque sin llegar a la purificación total.
Accidentes de alta montaña hubo bastantes pero la imagen desde la cima, representada por el precioso solo del oboe de Jorge Rodríguez, hizo que una hora de intenso esfuerzo auditivo valiera la pena.
Lástima que nuestro director titular Carl St. Clair decidiera empañar su notable trabajo del viernes pasado con golpes de tacón contra el podio; los cuales, no obstante la profusión de otros recursos sonoros como máquinas de viento y truenos, no figuran en la partitura.
Mendelssohn, otro enamorado de la naturaleza, compuso su concierto de violín en mi menor rodeado también de belleza natural en una pequeña estación termal cercana a Frankfurt llamada Bad Soden.
Esta música, muy al contario de la de Strauss, transmite una atmósfera de relajada despreocupación en la que melodías apasionadas sustentan un virtuosismo violinístico extraordinario.
Bella Hristova ofreció una versión espléndida en la que obtuvo de su Amati de 1655 un sonido intenso, o dulce y delicado, según demanda la pieza.
En el dificilísimo tercer movimiento logró una precisión y pulcritud extraordinarias que le valieron un robusto aplauso del numeroso público presente.
FICHA ARTÍSTICA:
Orquesta Sinfónica Nacional de Costa Rica, VII Concierto de Temporada Oficial 2016.
Lugar: Teatro Nacional.
Fecha: Viernes 24 de junio del 2016, 8:00 p. m.
Director titular: Carl St. Clair.
Violín, solista: Bella Hristova
Música de: Mendelssohn y Richard Strauss.