Como cantante de tangos, Gilberto Santa Rosa es muy buen intérprete de salsas. Nadie le quita el mérito de ser un vocalista sensacional, pero no de tangos, por favor.
El cantante puertorriqueño se presentó esta vez como invitado de Forever Tango , en el Teatro Popular Melico Salazar. El sustancioso espectáculo también ha triunfado en Broadway pero aquí, al menos, el vocalista evidenció que el tango no es lo suyo. Definitivamente no lo es.
Santa Rosa es el gancho comercial, el rostro famoso en el afiche, el apellido que vende. Sin embargo, su presencia en tarima se reduce a cinco temas, lo cual no alcanza ni a la media hora de presentación, pero es suficiente para dejar una mala impresión.
El show , en total, se acerca a las dos horas, pero Gilberto, El Caballero de la Salsa, es, en realidad, el punto más bajo de la noche.
El músico se escuchó cantando desacoplado, en contraste con un ensamble instrumental magistral. Su fraseo no parecía el apropiado e incluso, físicamente, el cantante se veía incómodo.
Las canciones nunca fueron suyas, quizá con excepción de la vieja conocida Que alguien me diga , en una versión adaptada para la ocasión.
Si bien en la segunda parte, cuando interpretó con suavidad el clásico de El día que me quieras o la canción Las cuarenta el puertorriqueño parecía estar más apropiado de los temas ajenos, el daño ya estaba hecho desde la primera mitad.
Lo positivo de esto es que aquella falencia resultó insuficiente para traerse abajo un espectáculo, a cargo de un grupo artístico que evidencia ser amante de los estándares altos e, incluso, el perfeccionismo.
Profesionales. Bajo la dirección de Luis Bravo, el ensamble artístico de Forever Tango se deleita en repasar el tango desde todas sus perspectivas: la música llena de sentimientos crudos y a la vez apasionantes pero también el baile, con evocaciones sensuales, de duelo y, de vez en cuando, aderezadas con erotismo.
Alejada de la monotonía, la oferta incluye también un poco de risas, pues al menos en dos cortes la pareja en tarima bailaba con un estilo casi “chaplinesco, con evidente parodia al tango tradicional pero, logrando a la vez, una entretenida ejecución de movimientos cómicos.
Los versátiles bailarines cambiaron de vestuario recurrentemente para encarnar a diferentes personajes en distintos “escenarios” del tango, presentando escenas de amoríos, otros de conquista, algunos de peleas de hombres por una mujer e incluso uno de una graciosa persecución de una mujer queriendo evitar que un fotógrafo retratara al grupo.
A ratos divididos en parejas u otras en grupos, los artistas fueron capaces de sorprender, a ratos incluso alcanzando acrobacias dignas de circo. No había forma de dejar de agradecer la majestuosidad y elegancia de los bailes coreográficos y la evidente interiorización de cada movimiento.
En cuanto al ensamble musical, los nueve músicos en escena se ganaron la ovación del público de forma merecida. Los espacios entre un tema y otro eran menores a un suspiro, pero el tiempo resultaba suficiente para, con ayuda de una efectiva iluminación, cambiar de ambiente según las melodías que se interpretaran.
Con tres bandoneones en la primera fila, cinco instrumentos de cuerda y un piano, los instrumentos guiaron cada coreografía pero además fueron protagonistas de composiciones instrumentales, entre ellas varias del maestro Astor Piazzolla.
El mérito del grupo no estaba solo en la delicada interpretación, sino también en las licencias para tocar cada obra con un arreglo contemporáneo.
El sonido erró al menos en tres ocasiones, cuando se oyeron pitudos feedback provocados por alguno de los micrófonos. Esto resultaba evidentemente molesto para cualquier oído, pero en cuestión de segundos era fácil dejarlo en el olvido, pues la atractiva interpretación musical le ganaba a cualquier fallo técnico.
El encore fue la repetición de Que alguien me diga , de nuevo con Santa Rosa en tarima y con la colaboración de una pista con percusión y voces pregrabadas. El tema de ninguna manera había sido el mejor de la noche, pero parecía que era lo que el público quería escuchar. Para el recuerdo de lo realmente bueno, queda todo lo demás.