No en una isla desierta, sino en un Teatro Nacional casi repleto se presenta por primera vez en el país una ópera de Richard Strauss (no confundir con Johann, el de los valses). Una buena lección para aquellos que piensan que la ópera es solo una decena de títulos que se deben de repetir hasta el hartazgo.
Esta extraordinaria presentación de Ariadna en Naxos revela a plenitud los alcances de la gran labor que realizan Íride Martínez y Siegmund Weinmeister en la formación y promoción de jóvenes cantantes ticos, quienes horman sus carreras en Europa.
Todos los participantes, tanto papeles principales como los secundarios, mostraron un importante nivel de preparación vocal y dotes interpretativas en una velada por demás muy placentera. ¡ Bravi!
En la primera parte, Strauss y Hofmannsthal, posiblemente el autor más prominente de libretos de ópera, presentan una divertídísima parodia de la añeja discusión entre la ópera seria y la cómica.
La acción se centra en el personaje de un joven compositor, a quien se asigna una voz femenina con el claro propósito de resaltar la mocedad y ardor juvenil del héroe, al estilo de los famosos castrati de los siglos XVII y XVIII.
En este papel bellísimo, cargado de melodías apasionadas y motivos de carácter heroico, de quién defiende a ultranza su obra y la “sagrada música” contra la vulgaridad de “danzas, trinos y frases de doble sentido”, Ana María Aguilar destacó por su notable dominio técnico pero sin alcanzar el vuelo interpretativo necesario.
Sobresalió en el preludio la voz poderosa y colorida del barítono Andrés Gómez en la figura del viejo Maestro de música. Alter ego del joven, que plantea el conflicto entre el sentido común y el apego a los valores trascendentes, el cual al final de la obra descubrimos que no es más ni menos que la lucha eterna entre la vida y la muerte.
La ópera, propiamente dicha, se presenta en la segunda parte y se caracteriza por el contraste entre los elementos bufos: soprano ligera y 4 personajes cómicos originarios del teatro popular italiano ( Comedia dell’arte ) y aquellos de la ópera seria, magníficamente encarnados por Gloriella Villalobos (Ariadna) y Juan Pablo Marín (Baco).
Estos roles mitológicos, de inconfundible carácter wagneriano, requieren una potencia vocal superior y un dominio completo de un amplio rango sonoro. Desde el punto de vista dramático el reto es mostrar a profundidad la transformación que sufre la protagonista al salir, ayudada por su pareja dionsiaca, del abismo piscológico que la pone al borde del suicidio.
La coloratura brillante, aunque de limitada proyección, de Laura Corrales nos permitió gozar de una interpretación virtuosa y chispeante de la graciosa Zerbinetta, uno de los roles más exigentes que existen para ese tipo de voz, el cual, a diferencia de las arias italianas tradicionales, se prolonga por casi 15 minutos en exigentes demandas técnicas e histriónicas.
La colocación de la orquesta al fondo del escenario reafirmó las deficiencias acústicas del nuevo escenario del Teatro Nacional, ya que Strauss demanda un grupo reducido de intérpretes que actúan más como solistas o música de cámara, que como una orquesta.
Un concierto especialmente importante en el que hubiera sido deseable al menos algún apoyo en el vestuario y un programa más explicativo. Difícil entender por qué en C.R. los jerarcas de la Sinfónica y el Ministerio de Cultura se muestran tan tacaños con iniciativas valiosas, cuando gastan dinerales en presentaciones intrascendentes.