Era quizás un día como cualquier otro. La noche comenzaba a dar paso al día y, como cada mañana, Carlos Enrique Rodríguez, Kike de Heredia, de 59 años, se acercó a la cama donde su hijo , de nueve años, espera que comience la rutina diaria de alimentos especiales y múltiples medicamentos. Este trato lo recibe el pequeño Enrique luego de que, el 16 de enero de este año, le extrajeron un tumor de su cerebro.
Eran las 5 a. m., cuando le dijo a su pequeño: “Papá te ama”. No esperaba una respuesta porque su hijo no volvió a hablar luego de la operación, que pudo haberlo dejado en estado vegetativo. No obstante, en esta ocasión, escuchó: “Yo también te amo, padre mío”.
Ese es el momento más feliz que Kike de Heredia ha vivido en muchos años, un recuerdo tan intenso en su corazón, que mientras lo narraba se le dibujaba una enorme sonrisa.
Luego de ese día, la mejoría del hijo menor del trompetista y predicador es notoria, así lo explicó el artista el jueves de la semana pasada, en el tercer piso del edificio de especialidades médicas del Hospital Nacional de Niños. Allí, esperaba un medicamento para su cumiche.
Una frase tan simple le alegró el corazón, fue una victoria gigante cuando se lucha contra las adversidades. Peleas que tanto este reconocido artista herediano, como el actor Andy Gamboa vienen dando desde meses atrás.
En esta ocasión, hay una pasajera extra, su hermana Dayana, de 11 años, que los podía acompañar porque no tenía clases en la escuela. Todos ayudan para que el pequeño esté cómodo en el Corolla de los años 90 de la familia.
En el parabrisas trasero, un rótulo hecho con cartón de caja de empaque y letras impresas en papel blanco pone en alerta a los conductores que vienen detrás del vehículo: “Viajo con un niño recién operado”. Kike conduce usualmente a destinos como el Centro Nacional de Rehabilitación, el Hospital México o el de Niños.
Quien otrora fue el propietario y líder de la agrupación Carnaval cuenta que, gracias al rótulo, los otros choferes le gritan menos y no le hacen malas señales con los dedos, ya que debe manejar a no más de 30 kilómetros por hora y doblar en las esquinas a bajísima velocidad para evitar que su hijo vomite.
Desde que el 5 de enero al pequeño le detectaron el tumor benigno con células cancerígenas, nada ha sido sencillo para ellos.
En el altavoz del hospital llaman a una niña, quien no supera los cuatro años, para ir quimioterapia. Mientras tanto, este músico, hijo de un policía, busca el adjetivo exacto para describir lo que vive desde los últimos cuatro meses.
“No ha sido duro, es durísimo (') Mi esposa ha sido la más fuerte; ella tiene ¡una fortaleza!, yo me quebranto. Siempre he estado con los pies en la tierra; hay días buenos y malos, pero creo que lo que es imposible para el hombre, ¡es posible para Dios!”, dijo el músico.
Milena Chavarría no se detiene a pensar en lo incómodo que le resulta cuando alguien los mira por la ventana del carro, en las lágrimas del pequeño cuando le aplican la radioterapia o en lo que le gustaría poder dormir una noche completa; ella solo quiere atenderlo con amor y que no le falte nada.
En su conversar siempre respalda sus afirmaciones en algún versículo bíblico, y la convicción con la que habla hace que con frecuencia las personas quieran escucharlo.
Él ya no es el empresario exitoso, el que tuvo todo cuanto una persona puede querer, según afirmó. Probó las mieles del éxito con su agrupación musical, el dinero abundó en su billetera, pero no fue feliz, agregó .
Ahora lo entiende, Milena, Dayana y Enrique son, en parte, los responsables de una felicidad que no tiene comparación. La otra parte de su felicidad se la da Dios.
Cuando le preguntan a qué se dedica, él afirma que es un siervo de Dios . Su forma de servir es visitando iglesias para predicar el amor de Dios, interpretar en una trompeta melodías instrumentales de temas cristianos y cantar las buenas nuevas que ha vivido desde que le entregó su vida.
“No creo en un Dios que tiene una varita mágica. Si Dios se lo lleva ya –a Enrique –, yo lo tuve nueve años. Lo vi cantar conmigo, lo vi tocar la trompeta. Pero lo que Dios quiere es que entendamos que con él todo es posible”, añade.
A causa de su fe, confía en que volverá a ver a su hijo caminar, tocar la trompeta, cantar y servirle a Dios. Está consciente de que puede que eso no ocurra, pero él se aferra a las palabras del capítulo 11 del Libro de los Hebreos, donde se habla de que la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.
Los minutos transcurren en el hospital, este jueves hay buenas noticias. Enrique aumentó un kilogramo en una semana, ahora pesa 25,4 kilos. El incremento es una de las muchas pequeñas victorias del niño, ya que al salir de la operación en enero tenía solo 16 kilos, y, si no mantiene un buen peso, no podría continuar con la radioterapia.
Son esas pequeñas batallas ganadas las que ayudan a la familia de Kike de Heredia a continuar, a tratar de olvidar días grises. Como el 25 de enero, fecha del cumpleaños del artista. Lejos de celebrar, ese miércoles lo llamaron del hospital para decirle que su hijo agonizaba.
Aunque al igual que no tiene respuestas para cuando su pequeño le pregunta cuánto falta para que pase la tormenta, Rodríguez tampoco entiende a plenitud el propósito de Dios al permitir que Enrique esté en la situación actual.
Sin embargo, en medio de todo, ve la oportunidad de decirles a otros que entiendan que sus hijos son prestados, que deben cuidarlos más y disfrutarlos cada instante.
Cada vez que le preguntan cómo obtener fuerzas para afrontar la adversidad, él responde que solo conoce dos formas: “Estar con Dios y respetar su voluntad”.
La rutina continúa; es hora de otra de las seis comidas en pequeñas porciones que Enrique recibe al día.
A pesar de que hay que correr para preparar el alimento, bañarlo una vez más para que baje la fiebre y darle nuevos medicamentos, este día todos regresan con una nueva victoria. En la visita al hospital, les informaron de que la radioterapia avanza muy bien y en pocos días podrán regresar a su hogar en San Carlos, al menos por tres semanas, antes de comenzar con un nuevo proceso, ahora con quimioterapia.
La vida cambió mucho para Kike de Heredia, de lunes a viernes está dedicado a tiempo completo a su hijo y su tratamiento médico.
La batalla la libra a diario en familia, pero no se cansa de dar gracias a Dios por lo que recibe. Es suficiente con ver el brillo en sus ojos cuando el único de sus hijos que lleva su mismo nombre lo mira y levanta el pulgar en señal de victoria. Hay momentos en que las palabras están de más.