Se escucha con frecuencia que el norte de Centroamérica es uno de los territorios más violentos del mundo. Las desapariciones, los secuestros, los feminicidios, el narcotráfico, la diferencia de clases, el genocidio indígena, las pandillas, las extorsiones y algunas cuantas cosas más, hacen que sus habitantes tengan al miedo por compañero y al servicio de guardaespaldas como parte de su canasta básica.
A pesar del desastre social que genera, la violencia es, en ciertas ocasiones, fuente de buena literatura; de hecho, es uno de los elementos principales de la novela centroamericana actual, de la que el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (1958) es uno de sus mayores exponentes, el mejor de su generación, según Roberto Bolaño.
En el año 2012, con la Editorial Alfaguara, Rey Rosa publicó Los sordos , una novela de acción que nos lleva a viajar por la Guatemala actual de la mano de un narrador sutil y realista que nos presenta un país descompuesto donde cada uno de los personajes padece el miedo a su manera, desde el lugar social que ocupa.
“Un domingo por la mañana a mitad de diciembre, el picup sobrecargado en que viajaban por el tortuoso camino de San Marcos se encontró, en una curva, con un remolque volcado. Para evitar embes-tirlo, el conductor dio un frenazo y un viraje demasiado brusco; el picup quedó llantas arriba a un lado del camino. La niña resultó muerta. La abuela, que perdió momentáneamente la conciencia, la recuperó en un puesto de salud de Sololá, adonde la llevaron en una ambulancia improvisada con otros campesinos malheridos. Pero Andrés, el niño sordo, desapareció”.
El estilo ágil, parco, fluido, y las narraciones breves y agudas, le han dado a Rey Rosa un lugar de privilegio en la novelística centroamericana contemporánea, que cada vez interesa más en el mundo literario europeo y norteamericano.
Las condiciones en las que quedaron estos países después de las guerras de finales del siglo XX, la ausencia de esperanzas políticas, las drogas, la red de mercados y servicios que se nutren de la violencia, aparecen de forma sintomática en ficciones guatemaltecas, nicaragüenses, salvadoreñas y hondureñas, y llevan consigo una imagen de la región muy distante de cualquier visión romántica, por decir lo menos, y también lejana del panfleto político edificante y estéril del realismo socialista.
En Los sordos, por ejemplo, los mayas contemporáneos aparecen administrando justicia en un territorio cercano al lago de Atitlán, donde la legislación guatemalteca les ha otorgado competencias para decidir sobre la vida y la muerte de los supuestos delincuentes, en cumplimiento del derecho indígena. Con esto llevan cierto orden a aquellas plazas, donde los incitadores pueden pedir, de vez en cuando, el linchamiento comunitario, el vapuleo o la quema de cuerpos vivos como castigo ejemplarizante.
Esos indígenas no son mitos, no aparecen en la novela de Rey Rosa como seres extraterrestres que alimentan la fantasía eurocéntrica o hollywodense sobre los mayas; ellos aparecen reconocidos en su diferencia cultural, pero también envueltos por la violencia que afecta a todo el país, a los ricos que contratan seguridad privada, a los pobres sin futuro, a los campesinos desempleados que aspiran a ser guardaespaldas para ascender socialmente, a los familiares de los secuestrados, de los desaparecidos o de los migrantes.
Otra clase social. Cayetano es un joven campesino desempleado que se pasa la vida en los balnearios de su pueblo soñando con un mejor futuro y con mujeres hermosas. Finalmente encuentra algo de aquellos sueños cuando su tío Chepe lo lleva a trabajar en la capital como guardaespaldas de la hija de un poderoso banquero.
El guardaespaldas le sirve a Rey Rosa para armar y contar toda la serie de aventuras, encuentros y desencuentros que constituyen la historia de Los sordos , novela que parece policíaca pero no lo es; en ella no hay crímenes precisos, no se resuelven las incógnitas, no existe un único culpable. Cayetano, es verdad, hace de detective y nos lleva a todos los lectores con él, pero es un detective que fracasa en un universo de incertidumbre y ambigüedad.
Dice el autor de Los sordos que la novela policíaca se transforma en un país donde la mayor parte de los crímenes quedan impunes.
Cayetano se enamora de su cliente, y esto hace que la busque por todas partes una vez que ella desaparece sin dejar rastros.
En el camino, Cayetano se topará con abogados avariciosos, con médicos sin escrúpulos, con el dinero que funciona como Dios todopoderoso, con adúlteros, con estafadores, extorsionistas, víctimas millonarias y víctimas pobres, como los niños indígenas que –se sospecha– son usados como conejillos de indias en experimentos médicos.
Cayetano viajará por un país hermoso que sufre vicios sociales que simplemente se presentan, no se juzgan; nada más forman parte de la vida cotidiana de una población que ha convertido a los guardaespaldas en clase social.
Los guardaespaldas tienen actividades para los momentos de ocio, bares propios, carros de lujo, armas y campos de tiro, mujeres a disposición, y con la prepotencia como actitud ante la vida, que se vive siempre entre el crimen y el dinero en un mundo donde casi todo es incierto y nadie tiene muy claro el papel que desempeña.
“En Guatemala, el licenciado llevaba una vida normal, según el informe. Asistía a diario a su bufete; llegaba a las diez de la mañana y se iba cinco o seis horas más tarde. Luego iba a un club deportivo –jugaba tenis o nadaba– y solía cenar en casa, donde a veces recibía a amigos o amigas. En junio, el guardaespaldas había dejado de trabajar para él. Camilo Morales Meléndez había sido visto en compañía de Chepe, el tío de Cayetano, en un polígono de tiro, en cantinas y en burdeles, precisaba el informe”, leemos en la novela.
El secuestro, experiencia personal. La incertidumbre diferencia a Los sordos de una novela policíaca ortodoxa –para usar esta palabra– porque nada queda claro una vez que se descubren los misterios; la verdad y la mentira se confunden y se asocian hasta resultar imposible distinguir una de la otra, tal y como les ocurre a las personas que viven drogadas, que pierden su pasado y su identidad, y presencian cómo todo se convierte en ficción y manipulación, como es el caso de Clara Casares, la cliente de Cayetano, la hija del banquero.
Perder la memoria, perder la identidad, quedar expuesto a ser dominado, son condiciones que también pueden leerse como síntomas de nuestra época; aparecen trasladados a la estética literaria, y esta cumple con dejarlos expuestos a la interpretación de los lectores.
El narrador de Los sordos se alterna y continúa en cada uno de los personajes que aparecen en diálogos, cartas, acciones y reflexiones solitarias. Un narrador omnisciente no explícito se vale de distintas voces para construir una historia cuidadosamente armada.
La historia nos lleva con inquietud hasta el final. El narrador o los narradores nos mantienen en la misma incertidumbre que padecen los personajes, y que probablemente sea la misma que se vive en Guatemala.
Rodrigo Rey Rosa ha vivido muchos años fuera de su país, lo cual le ha permitido distanciarse lo suficiente como para poder narrar sobre él, a pesar de que no le son del todo ajenas experiencias tan violentas como las que viven algunos de sus personajes.
Hace unos años, la madre de Rey Rosa fue secuestrada, y él regresó al Guatemala para ayudar a su familia en el rescate. El autor trató este tema anteriormente en su extraordinaria novela Material humano. Parte de esta trama reaparece en Los sordos, lo que demuestra que la literatura también es repetición, catarsis y un medio insuperable de conocimiento social.
El autor es crítico costarricense y máster en literatura latinoamericana.