Eduardo Sacheri mira a la Argentina que lo rodea y, entre tensiones políticas, descubre lo que lo fascina de la humanidad: la tenacidad que comparten, de una u otra forma, sus personajes.
En La pregunta de sus ojos un detective se arroja a resolver un caso corrupto durante la dictadura política de los setenta. En Araoz y la verdad un periodista persigue empecinado el resultado de un partido de fútbol de su infancia. En La noche de la Usina , un grupo planea superar la histórica crisis económica del 2001 con una conspiración chapucera.
Esa última novela –la quinta de su carrera– le consiguió, a sus 49 años, el Premio Alfaguara.
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Sacheri no huye de la ironía que su primer premio por una historia no fue literario sino el Óscar a la mejor película extranjera del 2010 por su trabajo como coguionista en El secreto de sus ojos (adaptación de La pregunta..). Con La noche de la Usina ya tiene planes para un nuevo guion que, igualmente, quiere escribir.
¿Qué lo anima a escribir sobre personas que no confían en sus sistemas y buscan venganzas?
En mi país, nuestros sistemas institucionales son bastante deficientes. Si bien yo creo en la importancia de las instituciones y el respeto de la ley, lamentablemente, nuestras instituciones son menos confiables de lo que debieran y eso deja a las personas en una situación de mucha fragilidad, de mucho riesgo y mucha injusticia. Me parece que, en algunas ocasiones, la iniciativa individual o grupal –como es el caso de La noche de la Usina– puede corregir parcialmente alguno de esos defectos del sistema.
De la crisis del 2001 y el “corralito”, ¿considera que es una herida para la cultura argentina?
Sí. Esa crisis y el corralito quedaron como una herida muy profunda, un gran fantasma que nos acecha del pasado. En el debate político, lo habitual es que, de un partido político al otro, se acusen de estar promoviendo otra crisis parecida a la del 2001. ¿Eso qué indica? Que está como un monstruo que nos acecha desde el pasado reciente y, además, esa crisis tuvo la particularidad de erosionar una confianza muy central en la clase media: la idea de que ahorro, guardo el dinero en el banco, me esfuerzo, me sacrifico y progreso.
El metarrelato de la clase media y trabajadora.
Claro. Esa crisis abolió una certidumbre muy importante para la clase media. Para los sectores pobres fue otra crisis de desolación y desempleo.
Como historiador, ¿tenía una intención especial en entretejerlo con su ficción?
A veces me gusta que haya una interrogación al contexto histórico. Yo no me siento capacitado para proponer una lectura de esa crisis, o una interpretación, o decidir las razones, alcances o remedios. Eso me excede. Pero me parece interesante incitar al lector a que recuerde ese periodo, un periodo de su vida.
Me basta con que esta novela sirva para pensarse a uno en medio de las crisis. Está bueno que una ficción te pueda conducir a repensar cuál fue tu lugar durante las crisis de tu sociedad.
Abordar situaciones históricas en ficción, ¿ayuda a que la gente tenga un conocimiento menos efímero y noticioso y más emocional?
Es posible. No creo que la ficción pueda reemplazar a la discusión científica del pasado. Me parece que es un elemento más; sobretodo en una época en que todo se vuelve más fugaz y todo parece un aluvión de novedades. El gran problema de ese aluvión de estímulos es distinguir lo importante de lo que no lo es. Es difícil jerarquizar y tomar una posición frente a las cosas que suceden y nos dicen, y nos muestran.
Volvió al pueblo de O’Connor y se refiere a La noche de la Usina como una precuela.
Claro. Hay una novela mía que se llama Araoz y la verdad (2008) que transcurre en ese mismo pueblo, con algunos de esos personajes y está ambientada en el 2006. Como esta está ambientada en el 2001 es, en términos cinematográficos, una precuela.
¿Por qué revisitar al pueblo, al exfutbolista Fermín Perlassi y al empresario Fortunato Manzi?
O’Connor es un pueblo ficticio de unos 1.000 habitantes en medio de la pampa húmeda, esa llanura fértil y gigantesca que Argentina tiene en el centro del país y que es importantísima desde lo económico, demográfico.
El que fuera un pequeño pueblo tenía la ventaja de que me permitía darle una escala muy humana a los conflictos. Analizar la crisis del 2001 desde la gran ciudad me iba a hacer recaer en el anonimato de los grandes eslogans: el sistema bancario, la política, los mercados. En ese pequeño pueblo, los damnificados tienen un rostros.
Son un pequeño grupo que son los protagonistas de la historia. El antagonista también tiene un rostro. Fortunato Manzi tiene una cara, un nombre, un cuerpo y su prosperidad construida a costa de la ruina ajena también es visible; le daba una cosa corpórea y tangible que se conseguía más en ese pequeño pueblo que en el anonimato masivo de Buenos Aires.
Han comentado que sus personajes son “perdedores” y usted siempre argumenta que son gente común y corriente. ¿La literatura latinoamericana necesita más héroes y anti héroes con estos rostros comunes?
No me atrevería a decir qué necesita la literatura lationamericana. Solo puedo decir que es el tipo de personajes que a mí me gusta construir porque es el tipo de personajes que me interesan.
Me interesa esa gente pequeña que suele ser derrotada. No es lo mismo que ser un perdedor (...) La mayoría de nosotros somos gente frágil, pequeña y, a menudo derrotada. Pero no siempre_ hay regeneración y una nueva puesta en movimiento que nuestras vidas suelen tener también.
Como lector, ¿qué historias lo convocan?
Leo sobretodo novelas y cuentos y los autores que más me entusiasman son autores que se dedican a lo pequeño. Estoy leyendo a la italiana Elena Ferrante. ¿Qué estoy leyendo? Esa serie llamada Dos amigas sobre dos chicas napolitanas en la segunda posguerra y su entorno.
”Me interesa mucho más eso que Dan Brown, pero no porque Brown escriba mal sino porque una conspiración con logias ultra secretas está muy lejos de mi vida. En cambio, la historia de dos mujeres que podrían ser mi madre; ubicada en Nápoles que no es tan diferente a algunos lugares de Buenos Aires.. Me resulta más próxima, más cercana y más interesante a mí.
”Me parece que la literatura es amplísima y los gustos de lectores también, por eso nunca diría “hay que leer esto” o “estos libros son mejores”. En mi universo de lector y en mi universo de escritor, voy por algunos caminos que son los que más me gustan.
¿Qué puntos de discusión lleva al espacio de la Feria de Guadalajara en el que habla sobre el futuro de la literatura latinoamericana después del boom ?
Si bien me interesa mucho escuchar a mis colegas, te confieso que me resulta un desafío casi inabarcable esto de conceptualizar en el marco tan amplio de la literatura lationamericana. No me siento autorizado. De hecho, no he preparado nada porque sigo a la espera de un cataclismo que me evite explicarme. No pedía tanto como el huracán Otto.
¿Qué temas estima que faltan por explorar en la literatura negra latinoamericana?
Yo te diría que me parece que uno de los síntomas mas interesantes de la literatura latinoamericana es su diversidad. No siento que existan áreas de silencio, en este momento. Su multiplicidad la vuelve inabarcable y es la mejor noticia.
En pleno boom latinoamericano había un enfoque sobre todo situado en la injusticia de nuestros sistemas políticos, la presencia de dictaduras, la dificultad de construir sistemas de derecho. A lo mejor, esa concentración en algunos temas silencia a otros muy importantes. Pienso en los derechos de las minorías cuestiones de género, o la literatura vinculada con las situaciones más existenciales e individuales.
El boom estalló en un montón de literaturas.
Su trabajo como guionista de El secreto de sus ojos , ¿provocó cambios en su relación con la narración literaria?
Creo que no, no a nivel consciente. En todo caso, hay un modo mío de narrar que facilita la adaptación cinematográfica de las cosas que escribo. Es algo que preexiste.
A mí me gusta contar historias. El juego formal del lenguaje yo lo subordino a esas historias que cuento. Al cine le pasa eso en general: necesita una historia para narrar visualmente. Tengo una imaginación bastante visual a la hora de construir mis libros y eso lo favorece.
Más que una influencia de mi experiencia en cine, lo que hay es una predisposición a construir mis historias de determinado modo que hacen más sencilla la adaptación.
La noche de la Usina es una novela de suspenso pero no es de crimen como tal. La cuenta similar al cine heist –subgénero que se enfoca en la ejecución de un robo–. ¿Hubo una retroalimentación del cine hacia el libro?
En la novela hay alguna mención a películas porque a Fermín Perlassi le gusta mirar cine clásico de la década de los 50. Pero, a propósito, en mi historia hay una voluntad de burlarse de esas bandas de asaltantes y súper eficientes. A mí esos niveles de eficiencia me fastidian porque creo que la vida no es así.
Por eso estos tipos son improvisados, inocentes, torpes. (...) El suyo no es el camino de la pericia sino el de la buena voluntad y creo que así somos las personas. Yo no conozco gente como esa banda que arma George Clooney para robar un casino en Las Vegas. Yo conozco gente que no es ladrona y que si tuviera que ponerse a robar, como en La noche de la Usina , cometería mil errores y, si tiene que buscar una película para inspirarse va a buscar una con Audrey Hepburno de los años 50. Son torpes hasta para inspirarse.
Aparecen pequeños chistes que cortan la tensión del momento. ¿Qué aporta el humor negro y el absurdo al progreso de la trama de la novela?
Ese es el lugar del humor en la vida, no solo en la literatura. ¿Qué hace el humor en nuestras vidas? Sacudirnos y sacarnos de la solemnidad y de la tragedia con la que enfocamos nuestros problemas. Es inevitable que nuestros problemas nos absorban y nos depriman; pero el humor está para romper con eso.
Si yo tengo un problema con mi familia o mis amigos, me gusta que seamos capaces de reírnos hasta oscuramente. La risa tiene esa cualidad de sacarte del centro del dolor, la preocupación y la tristeza.
Ha hablado de que nunca se imaginó como un escritor profesional. Ahora que lo es, ¿qué planes tiene para su carrera?
( Risas ) Yo empecé a escribir ficción hace poco más 20 años porque descubrí que me hacía bien y que me permitía enfrentar mejor mi propia vida. En medio de eso, sucedieron una serie de accidentes felices que me convirtieron primero en un escritor publicado, luego en un escritor llevado al cine. El secreto de sus ojos me convirtió en un escritor “oscarizado” si tal adjetivo es admisible. Ahora esta novela ganó un premio estrictamente literario como el Alfaguara.
La verdad es que a la escritura como profesión no le puedo pedir nada más. Si no sucede nada más con mi carrera literaria yo ya estoy absolutamente satisfecho. Quiero seguir escribiendo porque me hace bien. Ojalá los lectores me sigan acompañando porque me da placer que a otros les guste lo que escribo.
A lo que aspiro es que se me sigan ocurriendo cosas y poder drenar en mi escritura lo que sucede en mi vida y en mi alma, a las que les viene bien ese desemboque literario.