Uno de estos cuentos llegó en un sueño. Otro arribó al dar vistazos a las calles cartaginesas. Eduardo Alfonso Castillo no escribió los cuentos de Cuando alguien ama a una rana (Uruk): ellos se fueron haciendo a lo largo de su vida.
“Más que un proyecto, diría que fue el resultado de impulsos, de ideas, de pensamientos que fueron surgiendo de pronto, en determinados momentos se iban sugiriendo”, explica su autor.
Entre los 20 relatos incluidos en la colección se encuentran Martes perdidos –sobre algunos sitios representativos que Cartago perdió– y Morena de ojos negros , que recuerda un movimiento estudiantil cartaginés de los años 70 que reclamaba la baja de las tarifas de bus.
Son historias elaboradas de pequeñas cosas. Como se consigna en el texto que acompaña a la obra, los relatos mezclan “imaginación e historia, drama y comedia, tal como lo hace la vida diaria”.
De la memoria. “No es ese Cartago tradicionalista. No es costumbrismo”, aclara Castillo. “Es un Cartago que procuro tratar como un pueblo de cualquier lugar del mundo, donde suceden cosas que a veces se olvidan porque ese lugar es, para muchos, apartado”, argumenta Castillo.
Los relatos son cortos –de dos o tres páginas cada uno–, y cuentan una situación, un evento específico, y rescatan su memoria. Se extraen del tejido de su vida: “Todos en alguna medida tienen significado para mí porque o bien fueron un sueño que me impresionó o fueron rescatados de la historia”.
“ Víquez rescata un hecho que sucedió hace 50 años: las inundaciones del río Reventado en Taras, de Cartago, y sus consecuencias en la vida de las personas de la región”, describe.
“Fue un proceso natural. Se me da el escribir como la satisfacción de una necesidad. Tengo la idea, el recuerdo, se madura un tiempo (aunque alguno se dio de manera inmediata), y de pronto me siento a escribirlo”, explica Castillo.
Actualmente, Castillo trabaja en historias de Cartago, nuevamente, pero las hilvana con testimonios de quienes conocieron el Sanatorio Durán cuando estuvo en funcionamiento.