Si bien Rayuela seduce a lectores de toda clase y de toda edad, apela de manera muy especial a los jóvenes. Circulan anécdotas de jóvenes vestidas como la Maga en los años 60 y 70; por todo lado, se encuentran grafitis y rayones con citas del libro; en todo momento hay algún universitario leyéndola en el bus. “Muy poca gente lo lee después de los 35. La gente se la topa entre los 18 y los 25 años. No solamente es un juego intelectual y literario, sino que está marcado por una relación sentimental”, asegura Guillermo Barquero, como la clave para comprender este atractivo. No se trata de literatura juvenil ni de una lectura sencilla: está repleta de referencias eruditas y subtextos de filosofía y literatura muy específicos. Su narración ebria de jazz y de poesía hace que sea una novela por la que se siente ternura, cariño y amor sincero; se puede analizar, pero eso sería ignorar su mismo carácter de juego.
Como detalla Barquero, Rayuela es la suma de las preocupaciones estéticas, políticas y vivenciales de Cortázar, y muchas de ellas coinciden con las ansiedades y preguntas determinantes de la época. Su juventud proviene de su contexto. “Es una novela que, de alguna manera, vuelve joven al lector. El lector que se acerca a Rayuela se acerca siempre con ojos frescos a la realidad”, comenta Carlos Cortés. “El viaje que propone Rayuela te transforma. De la persona que empieza a la que termina, son dos personas diferentes. En el momento, estaba hablándole a la nueva generación de los años 60, pero encuentra lectores en otras edades”, opina Cortés.
Campo de pruebas
Julio Cortázar estaba convencido de que su novela caería como una “bomba atómica” sobre la literatura latinoamericana, y el tiempo ha probado que tuvo la razón. La prosa de Cortázar demuestra maestría, pero se nota que Rayuela es un laboratorio. En este libro, se experimenta, se pone a prueba y se echa a perder. “Ese rompimiento con una narración lineal, a la que habían estado acostumbrados los lectores, da inicio a una narración plurifónica”, dice Dorelia Barahona. Ya no se trata de una novela coral ni de la conjunción de los monólogos internos de varios personajes, sino de que el lector tiene una voz propia.
Juan Murillo sitúa la novela entre otras latinoamericanas de la era, como las de los cubanos José Lezama Lima y Severo Sarduy, el brasileño João Guimarães Rosa o el mexicano Salvador Elizondo. Para Murillo, “el experimentalismo de la novela se puede considerar histórico, datado, pero el hecho de que las novelas de ahora sean tan convencionales, lo que indica es que se necesita volver a la experimentación que plantea Cortázar”.
Uriel Quesada destaca otros aportes de la obra, como el uso del texto como un juego y el gran sentido del humor que Cortázar filtra en sus páginas. “Pasamos de una literatura estrictamente realista, con espacios muy identificables, a una literatura donde los espacios siguen un recorrido emocional”, añade el escritor.
A su vez, Margarita Rojas vincula la experimentación con teorías literarias de la época; en especial, las de Umberto Eco y su concepto de opera aperta (obra abierta).
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