Redacción
Las páginas de Ulises, la monumental novela que James Joyce publicó en 1922, rezuman humedad, suciedad, secretos, erotismo, vulgaridad y blasfemia. Es uno de los libros más fascinantes y discutidos de la historia; un escándalo cuyo eco todavía nos habla.
El escritor irlandés murió el 13 de enero de 1941. Para entonces, los relatos espléndidos de Dublineses (1914), la riqueza poética del Retrato del artista adolescente (1916) y la indescifrable aventura de Finnegans Wake (1939) lo habían consagrado como un renovador en una era de cambios sísmicos en las letras, un científico poeta que respondía a su bulliciosa era con textos saturados de referencias, cruces, dudas y explosiones.
Entre esas, Ulises, la más sólida e influyente de sus obras, resaltaba por el escándalo público que había provocado –era considerado "peligroso", "indecente"– y por el abanico expresivo del que echaba mano. El rango de estilos desarrollados en la larga novela era inédito: desde vigorosos monólogos interiores hasta recortes de periódico, pasando por narraciones delirantes y un texto dramatúrgico, novelitas románticas, párrafos inmensos y viñetas inconexas. Pasma a primera vista, pero se va enriqueciendo con lecturas dirigidas y sucesivas, como una cebolla que, al pelar sus capas, creciera desde dentro.
La novela de Joyce narra un día en la vida de un cierto dublinés, Leopold Bloom. Ese 16 de junio de 1904, camina, alucina, duda, teme, conversa y fracasa. A lo de los 18 capítulos, cada uno escrito en un estilo radicalmente distinto, se dibujan múltiples paralelismos con La Odisea, así como con infinidad de obras literarias y artísticas, teorías científicas y hechos culturales. Es una lectura difícil, pero rica en parodia e ironía, amenizada por un brío narrativo inusual y humorístico.
Ante tal complejidad, ¿cómo podría cambiar la lectura de esta obra en nuestra era digital? El entramado de referencias se casa con la disposición del texto mismo en las páginas; el contenido es inseparable de su forma. Por ello, es fácil aventurar que, conforme han cambiado los hábitos de lectura, puede haberse transformado la forma de aproximarse al texto. ¿Cómo se lee Ulises en un Kindle o una iPad, por ejemplo?
Esa serie de innovaciones se sintió como un cambio de cauce en la literatura en inglés de su época, y sus repercusiones se extendieron a otras lenguas en pocos años (uno de sus más agudos lectores fue Jorge Luis Borges, quien le dedicó un hermoso poema).
En su época, provocó considerable escándalo por su lenguaje y algunas escenas específicas con contenido sexual. Esa historia se narra con profundidad en The Most Dangerous Book: The Battle for James Joyce's Ulysses (El libro más peligroso. La batalla por Ulises, de James Joyce, 2014).
"Hay piedad en un funeral o una iglesia, y también chisme, y ebrias discusiones políticas", señala Adam Thirlwell en The New York Review of Books. "Sobre todo, hay [en la novela] el más amplio rango de actividades de la mente que hasta entonces se habían visto en una novela: ensoñaciones, meditaciones, arrepentimientos pasajeros en miniatura y cadenzas de pensamientos deseosos, como los entrañables esfuerzos de Bloom por imaginar el anuncio ideal", detalla el crítico.
Obscenidad y agudeza se unen como el inglés, el latín y el francés (Ulises, por cierto, quizás sea un libro para leer en voz alta, al menos en algunas partes). Como escribe Thirlwell, Joyce descubrió que todo podía ser dicho: "No había nada que no pudiera ser transformado en lenguaje". Hoy, con nuestra infinidad de lenguajes, ¿qué podemos escuchar de Joyce?
Nuevo laberinto. Tiempo y espacio, rotos por las capacidades de la computación y la manipulación digital, atraviesan este libro múltiple hoy como nunca antes. No se trata de un cambio debido solo al acto físico de leerlo en un dispositivo electrónico o en una edición de papel. Nuestra misma forma de asimilar la información, dibujar mapas mentales con los datos que saturan nuestras pantallas ubicuas, y trazar relaciones entre ellos.
Joyce nunca quiso que su libro fuera un objeto único, unificado ni cerrado en sí mismo. Es un texto abierto avant la lettre, una obra creada precisamente para estimular distintas lecturas en cada persona. Pletórico y anárquico, ha sido comparado con el jazz, el cine, la naturaleza, el sexo, la vida digital.
Como tal, es un texto que continúa vivo, actuando sobre el presente con una urgencia especial. Dejando de lado las particularidades de la historia de su publicación, ejerce sobre la imaginación literaria una fascinación implacable. Aún más: hoy, Joyce es más venerado que leído, consecuencia, quizás, del ruido en torno a su figura heroica y extraña.
Sin embargo, y aunque suene a lugar común, es, como muy pocos libros, una invitación a la lectura interactiva, en múltiples sentidos. Leerlo, tanto en inglés como en español, exige tener a mano un diccionario y una enciclopedia. Su rango de referencias es vastísimo y, a veces, inescrutable. Una edición minuciosamente comentada exigiría otro tomo. Se siente la necesidad de manipularlo: dejarlo de lado, volver a tomarlo entre las manos, repasar páginas previas, compararlo con otros libros. La misma densidad de líneas de texto sugiere y estimula. La disposición de las palabras en la página evoca figuras.
En julio del 2014, el artista digital israelí Ariel Malka creó la app He Liked Thick Word Soup. Explicó a Haaretz que deseaba crear un experimento que examinase el tacto con el texto. "Quería crear una experiencia de lectura muy compleja, obsesiva y sensual, y Ulises parecía el texto perfecto para ello", declaró. Funciona como un juego: "Incluso si no han leído el texto entero antes, se sienten atraídos a tocarlo". La lectura como siempre la quiso Joyce: sensual, casi erótica, con efectos sobre el cuerpo.
La visualización de datos, hoy ubicua, está amplificando la magnitud de información que podemos procesar y entender. Las redes sociales generan conexiones insólitas hasta hace veinte, diez, cinco años. La convergencia de lo digital y lo material cambia hábitos con una velocidad inédita en la historia humana (hoy, ¿es la cámara del teléfono inteligente una extensión de nuestro cuerpo?).
Todo parece imaginado de antemano en ese recorrido laberíntico que realizó Joyce por la mente humana. Ulises, sin querer, se anticipa a la noción del hipertexto.
No es, claro, pensamiento retroactivo: Ulises es un hijo clarísimo de su época. Es la era del lenguaje cinematográfico naciente adaptado a la literatura (las novelas Berlin Alexanderplatz y Manhattan Transfer), la resaca del psicoanálisis y otras aventuras por la poesía de la mente (Marcel Proust, Virginia Woolf), la primera estocada a los grandes relatos históricos, éticos y morales de la historia humana.
El siglo XX, disparado por la tecnología, transformaría la experiencia humana íntegra y velozmente. Ulises, en ese contexto, fue uno de tantos descubrimientos: una puerta abierta que permitía imaginar cualquier cosa venidera.Lo que hoy vivimos permite y limita simultáneamente distintas formas de indagación.
En su tesis 'Ulysses' in the Age of Digital Remediation, Melissa Higgins estudia cómo la crítica del libro, hoy, debe ser híbrida, tomando las herramientas y el conocimiento del pasado y entendiendo, a la vez, cómo nuevas formas de estudio nos permiten entenderlo de nuevas maneras. ¿Qué implicaría leer Ulises acompañado de Google? ¿Subrayado y anotado digitalmente en una iPad? ¿Compartido por fragmentos en Tumblr?
En nuestro siglo XXI, cada vez más abierto y participativo, que un libro de 1922 continúe invitando a más juegos mentales y descubrimientos de nuestra mente es prueba de la vitalidad de la literatura ante la racionalidad economicista absoluta, esa que insiste en desestimar los productos creativos como inútiles. Ulises, en su magnífica inutilidad, nunca ha sido tan inspirador y productivo como ahora, a 75 años de la muerte de su autor.