Una conversación con Hernán Casciari está salpicada de lo mismo que sus textos: un imparable ingenio y una sagaz mirada.
El periodista y escritor argentino, creador de la revista Orsai e impulsor de la literatura en Internet, se presentará hoy en la Feria Internacional del Libro, en la Antigua Aduana, en un encuentro de cronistas. Viva conversó con él acerca del estado actual de la crónica.
¿De qué se habla cuando se habla de crónica?
A mí me aburre un montón la crónica. Muchísimo. Me parece que hay una sobredimensión gigantesca de la crónica. Me da la impresión de que hay demasiada, también; como que empiezan a faltar variantes. Empiezan todas igual. Son serias, salvo honrosísimas excepciones. Son demasiado serias y demasiado ‘importantes’. ”Más allá de eso, sé poco porque soy lector de crónicas, pero no practico el género. Otra cosa que noto siempre es que hay un grupo de 10 o 12 – con muchísimo fervor, 15– buenísimos cronistas y nada más. Me parece que los que van detrás son imitadores o entienden una cuestión mimética del género, y que eso es complicado porque hacen que se multiplique como carbónico. Más allá de eso, supongo que está muy bien: es un buen género, un género que une el periodismo y la literatura, y que hace al lector meterse dentro de las entrañas de la información. Así, sinceramente, estoy un poco cansado de la crónica.
¿Desde cuándo?
Sobre todo desde que empezamos a hacer la revista que nos pusimos a leer muchísimas crónicas, sobre todo para llamar a autores, y terminamos descubriendo que hay un grupo de narradores muy buenos, pero que no hay grandes cambios temáticos. Hay muy poco humor. Somos demasiado latinoamericanos: demasiado problemático todo. Es una opinión absolutamente personal de lector aburrido. Estoy decantándome, como lector, otra vez a una literatura de ficción: volver a mentir, a mentir mucho, y dejar de decir la verdad.
¿Por qué es necesario mentir?
Supongo que porque si no, nos morimos. Ni siquiera estoy hablando de la mentira. Estoy hablando de la exageración, de conmover desde un lugar que no tenga que ver con nuestras estrambóticas realidades, de ser tan “como somos”. Es algo que vengo pensando desde hace muy poco tiempo: me da la impresión de que le estamos hablando mucho al europeo de cómo somos. Ya casi es turístico. No es verdad. Tratamos de conmover al francés. No sé si es verdad lo que estoy diciendo. Me da la impresión de que se le ven los flecos a determinada exageración de ese código, de que estamos tratando de convencer al europeo o al norteamericano de algo, de que somos algo, no sé qué. ¿Un segundo boom , por ejemplo?
‘Puedo estar patinando absolutamente. Es lo que siento. No soy muy racional en estas respuestas. Es una sensación de que leo, leo y leo siempre lo mismo. No los mismos temas, sino la misma cosa. Es el periodista que va y cuenta en una primerísima persona que tiende a ser entre neutral y simpatiquísima, qué sé yo. Eso noto. Dejó de ser real, genuino. Empezamos a hacer caricaturas de nosotros mismos’.
¿Se convirtió en una pose?
’No sé si tanto, porque yo respeto muchísimo a la gente que trabaja en esto. Pero me da la impresión de que nos empezamos a creer el personaje, de que hay algo de eso. Repito y subrayo: es absolutamente personal, perceptivo y hasta intuitivo. No tengo ningún argumento racional más allá de que está muy bien y que hay algunos medios que lo propician, como el mío, pero me empieza a aburrir la cosa’.
¿Cómo se puede evitar ese estancamiento?
Me da la impresión de que no poniéndolo allá arriba al asunto. Hay que permitirles a los nuevos narradores hacer otra cosa; que nuestros propios medios permitan otra clase de relato. Supongo que hace falta el atrevimiento del humor, de narradores que no les importe tanto el mundo, que no les importe tanto, tanto, tanto todo.
Evitando el juicio moral, ¿no sería una especie de escapismo?
Está muy bien, ya es hora. No quiero decir que se cambie una cosa por la otra, sino que tenga un poco más de matices. No veo tantos matices; en los medios tradicionales, en lo absoluto. Pero los nuestros, los alternativos, en un punto, y me incluyo como primera opción, cometemos el error de querer ser tradicionales, de no romper absolutamente nada.
¿Significa que la revista estaría nuevos caminos próximamente? ’Sí, porque estamos con este pensamiento cada vez más abigarrado en las conversaciones de sobremesa de que empieza a ser aburrido hacer solamente una cosa. En nuestro caso hacemos mucha literatura, mucha historia. Cada vez me gusta más, más que escapismo, evasión, contenido que pueda dejar de lado los ecos de los periódicos. Contar, desde la ficción, cosas que pueden se absolutamente reales. No sé... matizar un poco más y hacer algo un poco más mentiroso, para que se vuelva a pensar, de alguna manera; que no sea tan fácil recibir un texto largo y estar absolutamente de acuerdo. Ser más polémico. Ponerte en un lugar, como lector, donde no sepas si está bien o si está mal ese tipo. Más allá de eso, me parece que los cronistas vivieron 10 años muy buenos. Me da la impresión de que hay que sacarle punta al lápiz otra vez y mirar a otros lados’.
‘En un punto, nosotros no estamos siendo demasiado sinceros con respecto a la desconcentración. Seguimos sospechando que, del otro lado, hay lectores que se bancan una lectura de 7.000, 8.000 o 9.000 palabras, cuando en realidad estamos minimizando pestañas todo el tiempo. Estamos saltando de un fragmento a otro fragmento, y ya no es una cuestión de costumbres. Es una cuestión vital: estamos desconcentrados cuando nos sentamos a escribir y a leer. A mí me cuesta un montón sentarme y escribir 4.000 palabras. No porque no haya un tema o un por qué, sino porque hay un montón de cosas: está jugando el Barça, hay porno, hay mil cosas pasando. Y no son cosas que uno decide hacer, son cosas que están ahí, en la pestaña de al lado. Al lector le pasa lo mismo y no estamos siendo sinceros con respecto a esa revelación. Seguimos empecinadísimos en que todo el mundo puede leer o debería leer un texto largo’.
En un post reciente en Orsai recordaba ese estancamiento que están viviendo las editoriales y los grandes medios. ’Los medios tradicionales son mastodontes, son muy grandes y, para que un mastodonte se de vuelta a mirar otra cosa, hace falta que muchos músculos se muevan. Los ratones son mucho más pequeños, pero se pueden diversificar mejor, pueden mirar más rápido a un lado y a otro. Está en nosotros, en los alternativos, encontrar variantes. No podemos quedarnos sentados a esperar que los grandes medios hagan magia porque tienen una gran estructura detrás. No creo que al que está arriba de la pirámide le importe el destino de la crónica. Es más un problema nuestro que ellos’.
¿Cómo se puede volver a emocionar al lector?
Hay que buscar otras formas de emocionar que posiblemente sean complicadas de encontrar, porque el lector y el narrador están transitando por un camino que no existe: hay que hacerlo a machetazos. Esto es terreno virgen, no sabemos cómo funciona.
”El lector está cambiando todo el tiempo. Está aburriéndose todo el tiempo y está queriendo otro tipo de emoción y otro tipo de experiencia todo el tiempo; entonces, hay que buscar dónde están todas esas experiencias, desde lo físico y lo virtual, desde lo real y lo imaginario: confundir.