Para quien se sentía a gusto con una cuchara en la mano, asistir a uno de los talleres gastronómicos de la Escuela Sabores sería pan comido.
Primera lección: lávese bien las manos y asegúrese de eliminar cualquier rastro de pretensiones o de ego antes de entrar a la cocina.
Mi compañero, el periodista Gerardo González, y yo fuimos invitados por la Cámara de Comercio Exterior a una clase para conocer los secretos de la cocina de Extremadura, una comunidad autónoma española situada en la zona suroeste de la península ibérica.
ARCHIVO: Sabores: De Tibás al paladar
La lección fue impartida por el chef local Rubén Hornero y por el reconocido chef costarricense Rafael Calderón, quienes también sudaron la gota gorda ante el reto de preparar tres platillos en menos de dos horas: patatas revolconas, risotto con ternera y los sabores criollos de la olla de carne y un panqueque de maíz y pejibaye con filetes de solomillo bañados en salsa Ribera del Guadiana.
"La intención de la sesión de cocina era poder unir los sabores de Extremadura con los sabores ticos tradicionales, ya que en realidad hay una conexión entre la cocina española y la nuestra", explicó el chef Rafael.
¡Manos a la obra!
Encajarnos el sombrero de chef fue tan solo la primera parte de una aventura que nos dejaría recuerdos imborrables, pero no por las mejores razones.
A un lado de la estación de trabajo, la tabla de picar, el cuchillo, los ingredientes y un recetario; al otro, una pila de sartenes y una estufa de gas. Yo asumí las tareas de rebanar, mientras mi colega se quedó al lado de la cocina.
Empezamos con el pie izquierdo. Los ingredientes del resto del grupo ya estaban en la sartén cuando yo apenas estaba pelando y picando, y mi compañero tenía el fuego demasiado bajo.
No teníamos tiempo para revisar el recetario y el barullo del resto de cocineros imposibilitaba prestar atención al chef español. A como pudimos, nos pusimos al día con el risotto, que primero se veía reseco y luego se pasó de cocción.
Mientras terminaba de cocerse, pero sin perderlo de vista, comenzamos la preparación de las patatas revolconas. El nombre del platillo no es ningún disparate: son papas bañadas en una salsa roja con sabor ahumado y picante.
Seguimos la instrucción de cortar las papas en gajos, pero luego notamos que éramos el único equipo que no las partió en cuadritos para poder majarlas con mayor facilidad. Nuestra salsa tampoco se veía como la de los demás porque creíamos haber gastado toda la paprika en el arroz. Fue hasta después que nos enteramos de que nos habían suplido los nuevos ingredientes mientras resolvíamos el caos del risotto.
Finalmente, el platillo se veía tan bien como olía y sabía. Reto superado.
El siguiente desafío era preparar el panqueque de pejibaye. Era necesario licuar la leche, los huevos, los granos de maíz y la harina, para luego agregar el pejibaye molido, pero nuestra licuadora no funcionó.
Para entonces, mi compañero y yo estábamos seguros de una verdad máxima: si fuésemos cocineros de un restaurante, seríamos despedidos. Avanzábamos lento, teníamos dificultades con la cocción y no éramos capaces de resolver los problemas cotidianos de una cocina.
Los panqueques fueron el mejor ejemplo de la catástrofe. Estaban demasiado aguados como para poder voltearlos, no encontrábamos la espátula y se comenzaban a quemar. Aquello terminó como una masa amorfa y achicharrada, imposible de exhibir ante las obras de la chef Doris Goldgewicht (quien participaba como aprendiz en la clase) o de la expresentadora televisiva Maricruz Leiva, quien demostró una gran habilidad para la cocina.
Una vez listos los filetes de solomillo y la salsa de vino tinto para bañarlos, era hora de emplatar y decorar nuestras creaciones para llevarlas a la mesa. Perdimos de vista que menos es más y nuestros platos lucían recargados y carentes de sentido.
En medio del trajín, olvidamos la salsa agridulce que preparamos on tanto ahínco y cuyo aroma nos había despertado las papilas gustativas y nos había abierto el apetito minutos antes. Nos percatamos cuando recién nos acabamos los filetes de solomillo ¡y aún lo lamentamos!
El desacierto no hizo más que sacarnos las carcajadas a mi compañero y a mí, y nos hizo conscientes de la titánica tarea que afrontan quienes preparan desde los más simples hasta los más sofisticados platillos en los restaurantes.
Por ahora, lo de Gerardo y lo mío es escribir páginas de periódico, pero volver a probar suerte en una clase de Sabores es un pendiente en la lista de ambos.