Esta semana las redes sociales nos bombardearon con fotografías íntimas de Kristen Stewart y su novia, la modelo Stella Maxwell, quien también apareció junto a Miley Cyrus para demostrar que salió con ambas artistas; de Tiger Woods y su exnovia, la esquiadora Lindsey Vonn; y de Justin Bieber desnudo en la cuenta de Instagram de su expareja, Selena Gómez.
Ya ni siquiera es noticia.
La filtración de fotografías de celebridades al desnudo ya se tornó pan de cada día. Los cuerpos de las estrellas, su vida amorosa y su tiempo de ocio se convirtieron, de a pocos, en bienes de dominio público.
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El fenómeno nació de manera paralela a las revistas rosa. Basta con recordar el topless de la princesa Diana o los desnudos de Jackie Kennedy exhibidos en las páginas de las más renombradas revistas de entretenimiento de décadas anteriores.
"Cuando se trata de celebridades y redes sociales, nos atreveríamos a decir que la desnudez es algo inevitable. Seamos realistas: el sexo vende", destaca la versión australiana de la revista Pop Sugar.
Para el psicólogo social de la Universidad Nacional Carlos Alvarado, las redes sociales no precisamente agravaron el problema, pero sí lo popularizaron.
En años recientes, este tipo de imágenes continuaron garantizando éxitos comerciales, pero el culpable dejó de ser el lente del paparazzi y encontró un nuevo victimario en la figura del hacker. Las páginas de las revistas dejaron de ser los únicos medios de difusión para dar espacio a las redes sociales, que garantizan una desmesurada propagación en cuestión de segundos.
"Cuando se trata de fotos de desnudos, la tecnología actúa como una hoja de higo (las que se usaban para cubrir órganos sexuales en pinturas) y como vehículo de humillación. Por un lado, un selfie desnudo da al sujeto un cierto control sobre la imagen: podemos usar filtros, iluminación y ángulos específicos para controlar cómo estamos representados. Pero lo que se puede sentir liberador y empoderador en un momento puede ser mortificante cuando la foto cae en manos equivocadas", destaca la revista Time.
Sin embargo, Alvarado llama la atención sobre las ahora también acostumbradas simulaciones de hackeos, como una herramienta para mantenerse vigentes.
"A veces son piratajes y a veces son planificados, porque dentro de todo este rollo incluso hay rumores de gente que se autohackea. Hay gente que vive de eso, que aprendió que esa es su forma de vida, como las Kardashian", comenta el psicólogo.
"La gente se indigna, pero el que todos hablen de ellos a la vez les da posicionamiento, les da publicidad y hace que la gente sienta a todas estas personas mucho más cercanas", agrega.
Sensación de proximidad
Para Alvarado, es necesario entender el fenómeno de la filtración de fotografías íntimas como un medio de acercamiento a las personalidades del espectáculo, pues sus cuerpos se volvieron objetos de admiración.
"A las celebridades siempre andan viendo a ver cómo las ven desnudas porque es un cuerpo precioso, un cuerpo muy valioso, es parte de una 'realeza'. Esta persona nunca se va a desnudar para mí, salvo que yo le robe su intimidad", explica.
"No es lo mismo ver el cuerpo desnudo de la vecina, que no está tasada económicamente, que el de una modelo con contrato de $20 millones", prosigue el psicólogo.
De hecho, la mayoría de las víctimas de esta clase de ciberataques son las mujeres. El video pornográfico de Kim Kardashian junto a su exesposa, el rapero Ray-J atrajo la atención del mundo entero 10 años atrás por la socialité, pero no por su expareja.
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Sin embargo, algunos hombres del espectáculo también han sabido sacar provecho de la situación, justo de la misma manera en que lo ha hecho el clan Kardashian. Alvarado cita el caso de Justin Bieber, cuyas fotografías han salido a la luz en inmumerables ocasiones.
"Justin Bieber se ha encargado de convertirse a él mismo en un producto. Su cuerpo es un producto, y él es muy mediático. Llega a la fama por las redes sociales y contantemente está trabajando en su imagen como espectáculo, no es otra cosa", argumenta Alvarado.
Los desnudos frontales del cantante subidas esta semana a la cuenta de Instagram de Selena Gómez corresponden a unas vacaciones en Bora Bora en el 2015, y fueron acompañadas de un texto que se burlaba del tamaño de su miembro.
En ocasiones, las fotografías privadas también pretenden demostrar que, despojadas de su ropa, las estrellas también tienen imperfecciones. "Al capturar la imagen de la otra persona desnuda, hay una equiparación conmigo. Son personas, igual que yo", explica Alvarado.
Mecanismo de violencia
En opinión del psicólogo social, toda invasión de la intimidad debe ser vista como un acto de agresión, máxime tomando en consderación que vivimos en la era de la imagen.
"La idea de robarme una foto al desnudo es apropiarme de la intimidad de una persona y me da la sensación también de estar dañanado, de cierta forma", señala. "Para poder dañar algo, uno tiene que tener acceso a una persona, así que este tipo de cosas generan una fanstasía de accesibilidad, de que yo las puedo dañar".
Por ejemplo, la más reciente oleada de imágenes privadas guarda algunas semejanzas con la filtración ocurrida en el 2014, cuando el pirata informático Edward Majerczyk organizó una estrategia para robar fotos de más de 30 famosos. Como resultado, personalidades de la talla de Jennifer Lawrence, Kate Upton y Scarlett Johansson se vieron afectadas.
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"Es mi cuerpo y debería ser mi elección, pero el hecho de que no sea decisión mía es absolutamente disgustante", declaró Lawrence a la revista Vanity Fair, en medio de una entrevista en la que habló por primera vez acerca de la divulgación de sus desnudos. "Quien sea que mire esas fotografías, está perpetuando una ofensa sexual", añadió la actriz.
Tras esa cuantiosa filtración de fotografías del 2014, el exdirector de la División de Asuntos del Consumidor de Nueva Jersey, Adam Levin, redactó un artículo para The Huffington Post en el que dejó claro que así como cualquiera podría ser víctima de un ciberataque, el simple acto de buscar en Internet las fotografías privadas de otras personas también podría convertir a cualquiera en un el agresor.
"La responsabilidad de protegerse a sí mismo de los peligros de 'allá afuera' debe recaer en todos y cada uno de nosotros, pero el hecho es que no todo el mundo conoce las mejores prácticas (ni siquiera las celebridades), e incluso aquellos que sí las saben pueden cometer un error en algún punto", señaló.
"Debería tratarse un poco menos sobre la supervivencia del más apto, y más sobre la expectativa general de privacidad. Cuando se burla de esa expectativa, nos enfrentamos a una decisión: ¿seremos parte del problema o de la solución?", cuestiona Levin.