“Mae, cuídeme un toque el caballo, que voy por ‘la jugada’”, solicitó en carreras un jinete de Cartago, miembro de la caballería que abrió el Tope de San José , allá por Plaza González Víquez.
La “jugada” es que la que ya se imaginan. Se fue soplado para la Musmanni más cercana y se pidió una pachita de Flor de Caña. Sin rubor, el jinete se abrió la faja y sorprendió a la cajera escondiendo la botella en su boxer, por la entrepierna.
“Ahí va bien camufladita, ¿cuánto es?”, se limitó a decir.
Bien sabían que el alcohol estaba prohibido en el tope; por eso, minutos previos al desfile, fue notoria la fila de “botellas de agua”–con marca y todo– destilando un hedor muy particular a chirrite.
“¿Y esto?”, pregunté. “Di, compa, para la sed”, respondieron con comedidas risas. Eran las 10:30 a. m.
Mientras ese grupo calentaba gargantas, el cantante Yecsinior Jara ya se había echado una piecita de Vicente Fernández. Amenizó la espera con el tem a Estos celos y después siguió con otra de Chente , luego se echó otra de Chente y terminó con Chente ... Para variar.
Más atrás, un caballo gris reposaba, inmune a las leyes de tránsito. Mientras las luces cambiaban, el potro seguía bien amarrado al semáforo peatonal de la Escuela República de Chile. Se se llama Yurac.
Rara e inusual estampa la de Yurac, pero no tanto como ver a tres caballos pastar en los jardines frontales del mismo centro educativo. Las bestias desayunaron bien y el césped de la escuela quedó bien cortadito.
Esos potros estaban cómodos’, pero no tanto como Sadam, una yegua algo arisca que no se dejar hacer trenzas en la cola.
“P.... más necia, quédece quedita... mierda”, le gritaba su malhumorada, bien vestida y distinguida dueña.
Más allá, un caballo andaba buscando yegua y otro hizo sus necesidades encima de una hielera que, para peores, estaba abierta y llena de hielo. Todo normal, según sus dueños.
Acogida. Los vecinos de Plaza González Víquez celebran las cuadrúpedas e inusuales visitas. En los hogares de por allí las puertas están abiertas y sus equipos de sonido cantan, muy a tono, rancheras a todo volumen.
“Ahh, muchacho, a mí me encantan los caballos. A quienes no le gusta que vengan es porque son unos reverendísimos amargados. Es solo una vez al año, nada más, que es la cosa”, dijo Lidia González, de 79 años, que sacó una sillita para ver los potros.
“Antes los jinetes llegaban borrachos aquí, pues el recorrido era al revés. Ahora no, por eso es más bonito”, agregó.
De pronto sonó un estruendoso golpe. Una bestia pateó el portón eléctrico de una casa y le dejó tremenda abolladura.
“Ayyyy, ayyayaii, el portón de don Carlos. Sea tonto, vale que no está, viera que viejo más bravo es ese”, advirtió Yolanda Ramírez, otra mujer del barrio.
En efecto, de la casa ofendida nadie salió. Don Carlos está en la playa y el colerón se lo llevará en un par días.
“Ojalá el sol le haya hecho bueno al doncito”, bromeó Ramírez, quien dejó la escena del crimen para tomarse un selfie con un “guaperrimo” jinete. Al menos eso dijo.