Que nadie sabe para quién trabaja se aplica perfecto en el caso de las abejas. Esa comunidad, de paso de buenos arquitectos, se esfuerza, naturalmente, por producir una sustancia viscosa, amarillenta y muy dulce, para alimentar a sus crías. Hacen la miel para sí mismas, pero el humano la toma para beneficio propio.
Salida del néctar de las flores y depositada en los panales, esta sustancia ha llegado a manos del hombre desde los tiempos remotos. Considerada en algunas culturas casi como un néctar de alto estatus, a la miel le han colgado propiedades nutritivas, cosméticas y medicinales.
¿Cuántos no usan la miel, quizá por receta de la abuela, como endulzante cuando los ataca un resfrío? Más de alguien, quizá, se ha hecho hasta gorras en su cabello o colocado capas de ella en su rostro para mejorar la apariencia. Ahí va de boca en boca recetas sueltas con ella; ahí va de mesa en mesa en potes, envases plásticos o en vidrio.
Claro, siempre y cuando no se sea alérgico o no se sea vegano es posible meterle lengua y mano a esta sustancia de propiedades antisépticas, calmantes, tonificantes, diuréticas y laxantes.
En este baile que es el comer, la miel se mide con sabores dulces o con insumos salados.
Diluida en agua, puede ser el baño perfecto para unas tostadas francesas –en lugar de los tradicionales jarabes–; puede bañarse con ella helados o cereal, pero también puede servir de elegante complemento para carnes, como la de cerdo, pollo y pavo.
Un buen ejemplo son las costillas de cerdo en salsa de ajo y miel. Muy populares en el restaurante Wong’s (a un costado de la plaza de la Democracia, en San José).
¿Quiere hacer la prueba? Unas costillas parecidas a esas bien puede prepararlas así: ponga costillas en un recipiente y agrégueles una taza de vino de Jerez y cuatro cucharadas de salsa de soya.
Tápelas y déjelas macerar por una hora. Fría ajos partidos en trozos y dore las costillas en esto.
Al estar listas, le agrega una mezcla de dos cucharadas de miel, salsa de soya, mostaza y agua. Cocina todo esto unos diez minutos más. Agregue semillas de ajonjolí y... entonces tenga ¡buen provecho!
Para las ensaladas también puede hacer una vinagreta de miel. Imagine varios tipos de lechuga, trozos de fresas y nueces que aderezará con esto: en un tazón mezcle una cucharada de miel, una cucharadita de mostaza y otra de jugo de limón y aceite al gusto.
¿Y algo dulce? ¡Unos caramelos de miel! Ponga en una olla 100 gramos de miel y 50 de azúcar y una cucharada de glucosa.
Esta mezcla la hierve hasta que dé punto de bolita. La vuelca en una bandeja engrasada, y apenas va endureciendo, la corta con un cuchillo engrasado.
Hay quienes prefieren, y por mucho, la miel cruda. Así, cruda se conservan altamente sus valores y sus propiedades nutritivas.
“Al no calentarla se mantiene el polen y no se degrada el sabor o se modifica el aroma”, explica Carlos Zamora, apicultor de una empresa familiar que produce miel de colmenas, ubicadas en la reserva Zona del Rodeo, en Ciudad Colón.
La miel que de la familia Zamora sale es multifloral, pues se produce con las flores y árboles de ese bosque y esas montañas.
La miel cruda permite conservar la acidez de esta sustancia. “Especialmente, las mieles tropicales tienen una alta acidez y al calentar se degradan los antioxidantes y algunas vitaminas. Lo mejor, para mí, es que se consuma cruda”, dijo Zamora.
Este apicultor y su familia también hacen miel líquida, pero la calientan a 48° para dejarla, como dice Carlos Zamora, “lo más natural posible”.