Es emocionante en su primera media hora, poco más. Es electrizante, sobrecogedora, cargada de tensión al vuelo de su desarrollo. Me refiero a la película El vuelo (2012), dirigida por Robert Zemeckis, cuando un avión está a punto de causar una catástrofe si se estrella.
Lo peor: el capitán de dicho avión viene de pasar una noche acelerada de licor, sexo y otras drogas; sin embargo, es el manejo de tal piloto lo que evita el desastre absoluto.
Así, dicho capitán será un héroe y la prensa no escatima líneas ni imágenes para describirlo como tal.
El vuelo , en esa media hora inicial, es ferviente muestra de la fascinación moderna del cine por el poder de la imagen entre efectos especiales y el carácter pirotécnico de lo que se muestra. En esto, Hollywood conoce de la maestría y así se consigna con esta película.
Por supuesto que el buen montaje, en este filme, es importante para lograr ese nivel de intensidad visual. Lo es también para el mejor cálculo de los tiempos o del ritmo narrativo, amén de conseguir bien el suspenso adentro de ese avión a punto de impactar sobre una comunidad.
Todo ese entramado visual se convierte en mera excusa argumental. Sirve para generar el verdadero cuerpo de la película: su desarrollo, compuesto por acontecimientos que son impredecibles durante el explosivo vuelo del avión. Es lo que Hitchcock llamó un McGuffin.
Tras el aterrizaje de emergencia, gracias a la pericia del piloto Whip Whitaker (Denzel Washington), sigue la lógica investigación para encontrar las causas del accidente. Para sorpresa de todos, se averigua que el capitán tenía exceso de alcohol en su sangre, que tomaba durante el vuelo y que consumía drogas.
De esa manera, nos enteramos que el héroe pasa a ser un antihéroe. Es un manifiesto proceso de degradación del personaje. Al piloto le urge un proceso de desintoxicación y vemos cómo, más bien, puede ir a la cárcel si se demuestra su estado de embriaguez durante el vuelo.
Es evidente el juego narrativo: después de la acción febril se abre el dilema dramático (punto de giro). Aquí es cuando el filme no logra mantener el mismo vuelo de su primera media hora. Más bien, poco a poco, se va estrellando con su cambio de estilo o de tratamiento; entonces, vemos un acartonado melodrama con la falsa y pretendida sensación de querer ser una película importante.
La trama se diluye sobre su propio eje narrativo: el alcoholismo como enfermedad, tema visto desde la fórmula evocadora de sentimientos sin mayor drama interior.
Aunque la actuación de Denzel Washington ha sido elogiada, creo –más bien– que es débil: nos da un personaje de un solo perfil, casi un monigote: el aliento etílico le quita el aliento dramático.
Con buen trabajo de la música y con fotografía apenas convencional, después del comienzo vehemente, lo demás transcurre y se resuelve sin garra alguna. Lo único que suma es la enorme presencia de ese gran actor que es John Goodman. Igual, los conceptos sobre el alcoholismo sirven para todo o para nada. El vuelo es película que, muy pronto, anda arrastrando los pies.