Emerson Hernández tiene la gran ventaja de ser un muchacho permanentemente inquieto. Cuando hace una pausa y deja de bailar brevemente, su cabeza está maquinando cuál es la mejor forma de hacer bailar a otros.
Se resiste a detenerse.
Piensa en rutinas y en nuevos movimientos cuando está estable de pie, cuando brinca o mientras se sostiene solamente de su cabeza que, tocando el suelo, guía las vueltas de su cuerpo entero que deja estelas circulares en el aire.
El joven de 26 años tiene más de media vida amando el break-dance , que además le da de comer junto con otras actividades asociadas a la cultura hip hop , como una barbería donde hacen cortes de pelo familiares con dicho mundo urbano.
Esta disciplina, que nació en el Bronx neoyorquino en los años 70, se ha expandido por múltiples rincones con la consigna de ser una forma de evadir la violencia y la mala influencia que podría abundar en las calles de zonas urbano marginales.
En el caso de Emerson, dice que su acercamiento al mundo del hip hop fue la forma de contrarrestar la influencia de las pandillas del lugar donde nació: Lomas de Pavas.
“Más de una vez, los mismos pandilleros de donde yo vivía me apuntaron con pistolas por envidia, me intentaban jalar hacia ellos para que yo dejara de hacer lo que me gustaba”, cuenta.
Con insistencia para mantenerse firme en su trinchera, Emerson Hernández ha logrado establecerse como uno de los nombres que más resuena cuando se alude al breakdance .
En la jerga técnica, la persona que lo baila es un b-boy , o una b-girl , pues estos movimientos no hacen diferenciación de género.
Indiferentemente, se nutre de batallas, o duelos entre bailarines “contrincantes”. Con dos bandos, se evalúa, cara a cara, la originalidad de los movimientos sobre el piso. Todos se conjugan en rutinas en las que no existe una sola regla, sino inspiración e improvisación.
“Afuera podemos ser muy amigos pero, en el momento en el que el b-boy está en escena y estamos frente a frente con otro, somos enemigos y lo que se siente es la adrenalina al máximo”, explica Hernández.
En su caso, dice que fue el espíritu de competencia el que lo jaló como un imán a practicar break-dance , desde que lo conoció –sin querer– en el año 2000.
Al año siguiente, junto a un primo, fundó el primer grupo local de breakdance : Handspro, que actualmente está integrado por ocho miembros de diferentes edades y contexturas.
La agrupación, que ensaya tres veces a la semana, ha hecho maestría en cada elemento requerido en un duelo de breakdance : el top rock , que consta de todos los movimientos de pie y es donde comienza el baile. Le sigue el foot work , donde los pies hacen magia y el reto pasa a los power moves , en los que la acrobacia se hace más evidente hasta frenar súbitamente en un freeze , la infaltable postura “congelada” con que cierra un show .
“Todo se trata de no copiar; la originalidad es lo más satisfactorio”, explica el bailarín que trabaja con varias organizaciones educativas, entre ellas el PANI. Con cada una de ellas busca atraer a jóvenes de zonas urbano marginales al breakdance .
Su anhelo, junto al de sus compañeros de Handspro es seguir creando espacios para los bailes urbanos y, por supuesto, hacer más grande una escena que no ha podido crecer por la inconsistencia que ha caracterizado a otras agrupaciones.
Además de conseguir disciplina, quien quiera involucrarse en este tipo de prácticas, debe conocer sus pilares: paz, unión, amor y diversión. Dice Emerson que cuando se logra conquistar esos cuatro elementos, existe la fuerte posibilidad de que el breakdance no quier parar nunca.