Como continuación al programa Érase una vez …, que el Teatro Nacional inició este año en coordinación con el Ministerio de Educación Pública, para acercar al público joven a la lectura y a las artes escénicas, se montó el espectáculo El pájaro de fuego , interpretado por los bailarines de la Compañía Nacional de Danza, bajo la dirección artística y coreográfica de Alexander Solano.
Esta coreografía tiene como referente un cuento tradicional de la mitología eslava, Zhar-ptitsa , inspirado en el cual el compositor Igor Stravinski terminó la partitura en 1910 y fue estrenado en París, por los Ballets Rusos dirigidos por Diaghilev, con versión de Michael Fokine.
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Un siglo después de su estreno, El pájaro de fuego ha sido montado por muchísimos coreógrafos en todo el mundo: Frederick Ashton, George Balanchine, Jerome Robbins, John Neuimeier, Glen Tetley, Andris Liepa, por citar varios. Algunos autores lo han hecho apegado al estilo descriptivo de Fokine y otros más hacia lo abstracto, reivindicando siempre la lucha por la libertad, como es la versión de Maurice Béjart.
En este caso, Alexander Solano se apega a la propuesta de Fokine y ubica a los personajes en un mundo maravilloso, con el bosque encantado como principal sitio donde se dan los principales acontecimientos de la trama.
Solano construyó su discurso coreográfico muy cercano al lenguaje de ballet , pero sin la utilización de las puntas, pues son bailarines de danza contemporánea los ejecutantes, quienes combinaron movimientos periféricos con gestos teatralizados. Además, al inicio, nos presentó al pájaro para que los jóvenes no entren al tenebroso bosque, e incluye al personaje del lobo que acompaña a los protagonistas.
En la puesta en escena, en cuanto a la utilización del espacio, el autor supo sacar ventaja de las tarinas para jugar con los niveles y crear diferentes ambientes.
En los papeles principales vimos a Graciela Barquero encarnando al pájaro, a Laura Murillo como la princesa Elena, y a Pablo Caravaca, en el rol del príncipe Iván. Otras figuras destacadas, fueron Javier Jiménez, como el caballo y Fabio Pérez con piel de lobo. De igual forma, Mario Vircha personificó al malvado e inmortal Koschéi. El resto del elenco se transformó, según las escenas, en doncellas y monstruos del bosque.
A nivel de ejecución me pareció que a Barquero le faltó mayor vivacidad como el pájaro; el resto del elenco cumplió con lo propuesto por Solano en las caracterizaciones.
A nivel plástico el coreógrafo estuvo apoyado por Fernando Castro, quien realizó una excelente disposición escenográfica que se complementó con el colorido y funcional vestuario de Francisco Alpízar. De igual modo, un maquillaje efectivo de Priscilla McGuinness reforzó los rostros de los personajes fantásticos. Todo fue acuerpado por la iluminación asertiva de Telémaco Martínez.
La función que presencié estuvo llena de estudiantes de escuela y colegio que disfrutaron un cuento danzado que los cautivó.
Todavía quedan funciones para quienes no lo han visto.