Taciturno es el título que lleva la tercera temporada del año, que realiza la Compañía Nacional de Danza , bajo la dirección del coreógrafo Adrián Figueroa. Comienzo esta reseña destacando la labor interpretativa del elenco, pues durante toda la obra, tanto los nuevos miembros de la agrupación como los veteranos, se ven bien acoplados e integrados a la sensibilidad que pretendió plantear el autor.
En este sentido, señalo el desempeño del dúo realizado durante las primeras escenas, por Laura Murillo y Graciela Barquero; en ellas, se evidenció el dominio técnico corporal así como la sincronía y limpieza ejecutoria.
De igual forma, Dayana Araya y Fabio Pérez se camuflaron entre los otros colegas de mayor trayectoria con aplomo y buena interpretación. En general, en lo correspondiente a la ejecución predominó un buen sentido de grupo.
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Para Taciturno , Figueroa, en memos de una hora, logró exponer el tema de la nostalgia o melancolía que proviene de muchas fuentes o emociones, y que a todos los seres humanos, en algún momento de nuestra existencia, nos atrapan con diferentes resultados.
Su exposición no es de carácter narrativa; por el contrario, se le siente una tendencia hacia la abstracción, lo que permite que cada espectador se identifique con mayor facilidad en algún momento o situación esbozada.
Y eso fue lo que escenificaron los 15 danzantes de la agrupación oficial, mediante las variaciones pobladas de movimientos diversos y aprovechando la gran cantidad de niveles espaciales a los que el coreógrafo los enfrentó.
En su composición, Figueroa supo mantener, atinadamente, un estilo de resolución y cualidad cinética para crear las diferentes atmósferas donde se ejecutaron los momentos personales y de corte grupal.
Adrián Figueroa, además de la coreografía, se encargó del concepto escenográfico de Taciturno , de corte minimalista y que proporcionó una interesante cercanía entre espectadores y bailarines, pues todas las acciones se desarrollan en el mismo escenario.
Esa ubicación permitió, a algunos, hasta sentir las respiraciones de los intérpretes que se sentaron al lado o bien parecían parte de la audiencia.
En sus aspectos plásticos formales, Taciturno logra una unidad estética que juega a su favor, especialmente al contar, para la banda sonora, con el talento de la joven compositora y bailarina, Isabel Guzmán, quien creó una bella y melodiosa partitura apoyada en el acordeón, el piano y el violoncelo, y sobre la cual los bailarines se apropian para ejecutar sus movimientos y desplazamientos.
Por su parte, Luis Romero fue el responsable de las luces que destacaron las múltiples texturas del vestuario creado y realizado por el diseñador Erick Cascante.
Es de esperar que este trabajo se mantenga en repertorio en otras temporadas, para que mucho más público pueda disfrutar de Taciturno , una creación en la que todos los participantes demuestran haber crecido artísticamente.