Es Martes Santo y hay un televisor enfrente. Inevitablemente, sintoniza un canal nacional, que transmite una de las películas que parecen creadas para la Semana Mayor del cristianismo. Sandalias, arena, Technicolor y doblaje antiguo: son el chiverre televisivo. Hay de todo: filmes mediocres o abominables, biopics entretenidos y grandes clásicos que marcaron la historia del cine. Las películas de Semana Santa, tradición tica, pueden ser una breve lección de historia del cine.
Empecemos por lo obvio: algunas de estas películas son apreciadas por su mensaje –el ejemplo de la vida de Jesús o de santos para los cristianos–. Es decir, que lo ideal es que sean también una buena obra de arte.
Por eso, filmes como Ben-Hur destacan. La novela de Lew Wallace ha sido adaptada al cine en 1907, 1925, 1959, 2003 y 2010. Sin embargo, Ben-Hur es ahora Charlton Heston, en 1959, y nada más. Con un director sensible a los mecanismos de un gran espectáculo como William Wyler (realizador de Funny Girl y Jezebel ), la película fue la más cara y la de sets más grande en su momento. En su momento, fue el segundo filme más taquillero de la historia, después de Lo que el viento se llevó .
Si la ve, no se pierda ni un segundo de la carrera de carrozas, que aún hoy brilla. Filmarla tomó cinco semanas, a lo largo de tres meses, ocupó hasta 7.000 extras y es una joya por su ritmo impetuoso. Ben-Hur ganó 11 Óscar.
En los años 50, el tema religioso fue materia prima para otras épicas, de las cuales Los diez mandamientos (1956), de Cecil B. DeMille, fue la más popular –hasta Ben-Hur –. La historia de Moisés también tiene a Heston por protagonista, y en el elenco destacan Yul Brynner, Yvonne De Carlo y Anne Baxter. Es algo torpe en ocasiones, pero vale la pena prestar atención a los efectos especiales (como la división del Mar Rojo) y a esos brillantes y saturados tonos de la película Technicolor.
Valía. Hollywood exprimió el tema para bien y para mal. Hay películas que ganan con los años, como Quo Vadis? (1951). Sufrió altibajos en su reputación pero, vista hoy, funciona por las actuaciones de Peter Ustinov y Robert Taylor.
¿Qué atrapa en películas así? Simplemente, que abrazan con fervor su grandeza y buscan deslumbrar con cada toma. Aunque la magnitud a veces implique aplanar el desarrollo de los personajes (como pasa en películas de aventuras), cuando funcionan estilo y contenido, es inolvidable.
Por eso, el eclipse de sol real filmado destaca en Barrabás (1961): porque sirve a un actor del talento de Anthony Quinn. En este filme, otra escena espectacular es la pelea de gladiadores. Grandes actores han asumido estos roles por el vigor interpretativo que les exige y la experiencia de una producción colosal (como Peter O’Toole, en la miniserie Masada ).
En otros casos, como El manto sagrado (1953), lo sublime puede deslizarse hacia lo kitsch –aunque tener a Richard Burton junto a Jean Simmons en pantalla obliga a verla–.
Quien entiende bien ese riesgo es el director italiano Franco Zeffirelli, quien salta del exceso al tono justo de espectáculo entre películas. A Zeffirelli le funcionaron los ojos azules de Robert Powell para la inolvidable miniserie Jesús de Nazaret (1977); pero cuando el italiano dirigió la historia de San Francisco de Asís, Hermano Sol, Hermana Luna (1972), resultó como un queque con demasiado lustre.
Es inexplicable cómo la monstruosa Cleopatra , de 1963, se incrustó en la programación tica de Semana Santa. No importa: es válida cualquier excusa para admirar a Elizabeth Taylor. Aquí no hay Jesús, Biblia, Dios ni fe, pero la combinación de Liz con 65 vestuarios, Richard Burton, Rex Harrison y ese color es una delicia para ver.
“Debió haber sido sobre tres grandes personajes, pero le faltó realidad y pasión”, dijo Taylor luego. La crítica la recibió tibiamente y sus costos astronómicos fueron ruinosos para el estudio.
Para los fans del director Stanley Kubrick, también es raro encontrarlo en Semana Santa, pero su dirección de Espartaco (1960), con un reparto magistral, es notable. No es lo más “Kubrick” que encontrará, pero sí es un esfuerzo notable por conjugar psicología y pompa en un filme épico.
En el fondo, la nostalgia juega a favor de muchas de las películas, como Marcelino, pan y vino (1955). En años recientes, hemos visto de todo: de telefilmes muy detallados como Padre Pio (2000) a la violenta La Pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson.
Estas historias no agotan su mensaje edificante, pero deben entretener. Muchos filmes quieren rescatar ejemplos de vida, pero resultan planas. Exíjales buenas actuaciones, imágenes inolvidables y un guion que lo haga reflexionar. Las películas van y vienen, pero el cine es eterno.
Esta es la programación que las televisoras nacionales tienen preparada para la semana.