No confundan, pues, el aburrimiento, el hastío, la languidez, la apatía, la monotonía y el desgano de la cinta Al diablo con el amor con el propio amor, porque sería confundir el todo con la parte. La culpa de este carácter somnoliento de la película tiene nombre y apellido.
¿Quién es? Pues su actriz Nia Vardalos, quien como tal no pasa de mascar sonrisas y más sonrisas, dale y dale con el rostro como en un daguerrotipo. Ella es también guionista y escribe sin imaginación alguna, sin salero, sin chispa (salvo ocasionales momentos) y el resultado es tan igual como fumarse un cigarrillo sin encenderlo siquiera.
Por último, Nia Vardalos, también directora, es tan inútil como un trapecista sin equilibrio: su puesta en escena es apenas funcional. Sin creatividad alguna, ella acomoda las cartas como si se tratara de un juego de naipes donde todos los jugadores tienen la misma carta y la más baja. ¡Qué realización más inútil! Su dirección es una orden militar al director de fotografía, algo así: “No me pierda el rastro y menos el rostro”. La dirección de la señora Vardalos resulta engolada.
La actuación del gentil John Corbett, como su pareja, es igual a la del bailarín que tan solo sostiene a la bailarina. Es lo mismo él que cualquiera, hasta yo, aunque no lo crean.
Todo es esquemático, peor en la caracterización de personajes y en el narrar de la trama.
En su aburrido proceso, hasta música le falta a esta “peli”, lo que agudiza su ausencia de ritmo. Queda como calabazo en remolino, que ni se hunde ni hace camino.
Lo peor de esta película es su previsibilidad, cada secuencia anuncia la que sigue y el final está más cantado que la balada misma con que finaliza el argumento. Es una comedia de despropósitos presentada sin propósito alguno, llena de tiempos muertos mientras agoniza la película toda. Relato amoroso contado de manera fría, distante e indiferente.
No, mis pacientes lectores y lectoras, el amor no hay que mandarlo al demonio, que se vaya al diablo esta película, esto sí.