A propósito del estreno de esa formidable película italiana que es
El otro día, al albur, un amigo me enseñó una definición sobre el llamado cine de repertorio, que otros llaman alternativo o cine culto y, ¡sorpresa!, el autor se deja decir que el cine alternativo es aquel que se hace fuera de Hollywood. No es tan cierto. Si bien Hollywood se nutre del cine industrial hecho en serie (pero no en serio), también es cierto que, ocasionalmente, da muy buenas películas.
Sin embargo, de manera general, uno acepta como posible la premisa del autor de dicho libro sobre cine, sin ignorar –tampoco– que malas películas igual salen de otras cinematografías.
Cuando se mira y se reflexiona largo tiempo sobre una película como
Confieso que uno de mis directores preferidos es el italiano Luchino Visconti, por sus importantes logros ideológicos y estéticos con el cine, de profunda mirada sobre sus personajes, a los que escudriña intensamente y deja, con ellos, la huella del arte en el espectador: el cine de Visconti se le pega a uno.
Pues bien, mientras veía la película
Es la historia de una mujer rusa casada con un italiano ricachón. Así, tenemos una mirada viscontiana, exhaustiva, penetrante y –adrede– antipoética sobre los usos de la burguesía. La imagen y los diálogos se comportan en unidad férrea y el hilo conductor de ese estudio sobre seres humanos se transmite, con elegante montaje, por medio de secuencias con sabrosos platos de comida.
Los planos del filme se enriquecen con la música siempre oportuna, que refuerza el drama interior de los personajes: la esposa, el esposo y cada uno de los hijos, más el “intruso” que viene a desarticular la falsa armonía burguesa. Cuando se rompen las ataduras, el costo será muy alto, a tono con la tragedia.
Este cine de profunda mirada, para nada superficial, para un público exigente y –a la larga– escogido, resulta majestuoso, duro, arriesgado y que pasa por todos los sentidos del espectador (tiene una larga secuencia erótica de gran riqueza plástica).