No sé qué será, si es por ver mucho cine por tantos años o por conocerme casi al dedillo los trinquetes de Hollywood, lo cierto es que me era muy fácil ir presintiendo lo que sucedería durante la trama de la película
¿Será eso que llaman prognosis o conocimiento anticipado de lo que va a suceder? No sé, repito, pero esta película me resultó predecible de principio a fin, y no solo como cine de acción, sino también con sus insoportables escenas lacrimógenas y cursis, llevadas a pura pornografía sentimental.
La historia se ubica en el futuro.
Bien. La película muestra que, entonces, en lugar de seres humanos, las peleas son entre robots, aunque igualmente psicopáticas y con las mismas reacciones de brutalidad de parte del público: prehistoria en el futuro. Alguien podría señalar que es paso adelante el que, en lugar de humanos, peleen robots hasta la destrucción total.
Sin contar con las reacciones del público vistas en este filme, de barbarie, yo espero que en el futuro real los robots sean hechos para causas más nobles que desbaratarse en un cuadrilátero. En fin, con ese marco, vemos a un padre y a su hijo, adictos a tales peleas, hacer lo que sea para que sus peleadores robóticos triunfen.
Además, padre e hijo, tienen sus propios problemas sentimentales y el niño arrastra signos de abandono paterno más la muerte de su madre. Por supuesto que todo tendrá final feliz; eso sí, después de que el filme ande por caminos trillados del melodrama fácil y por la más predecible acción (con el boxeo como paradigma).
El filme es bullicioso en exceso, con mezcla asaz tormentosa de música y ruidos, sin equilibrio alguno. La fotografía procura el cuido del encuadre, pese a la voracidad de los acontecimientos. El montaje resulta bastante profesional y, por último, las actuaciones se ajustan bien a las intenciones de lo que se narra, sobre todo con el buen actor Hugh Jackman.
Tampoco se puede obviar la buena actitud histriónica del jovencito Dakota Goyo, como Max, el hijo, en quien –en su último tercio– descansa la trama de la película. De ahí para allá y para acá, el relato va a trompicones con sus variables (acción, melodrama y vuelta a lo mismo), como una montaña rusa a la que se le adivinan sus altibajos y sus curvas, por la que uno ha pasado varias veces desde el mismo asiento.
Ese es el panorama para esta crítica, amén de que podemos acusar a la película por su debilidad conceptual, ante la ausencia de elementos transgresores o críticos, o sea, por no plantear ni aprovechar –en este sentido– los dilemas de su propio argumento.