Solo una utilidad se le puede sacar a este largometraje: nos sirve para demostrar que Nicolas Cage es, quizá, el peor actor que haya en Hollywood en estos momentos: este señor no pega ni una y, además, tiene un criterio poco selecto para escoger sus filmes, esto es, agarra lo que sea. Seguro, por eso lo vemos actuar tanto.
Está mejor el actor secundario Ron Perlman, quien, de pronto, se jala buenos papeles así como desperdicia otros. La trama de Temporada de brujas anda por estas líneas: dos caballeros metidos en las Cruzadas, Behmen (Nicolas Cage) y Felson (Ron Perlman), deciden abandonar los ejércitos católicos, cansados de las cochinadas y crímenes que, en nombre de Dios y de la conversión de los paganos, cometen los poderosos ejércitos cristianos y papales.
Behmen y Felson pasan a ser desertores del catolicismo y, para ser perdonados de dicho “pecado”, le aceptan –a un cardenal católico– escoltar a una joven acusada de brujería en pleno siglo XIV. En realidad, la muchacha no es una bruja, sino que está poseída por una artimaña del terrible Pisuicas, lo que el relato no sabe explicar y más bien resulta incoherente.
Básicamente, eso es lo que cuenta Temporada de brujas, con su trama cercana a la estupidez, se le mire por donde se le mire, y con sus efectos visuales de escasa elaboración para los tiempos que corren en Hollywood. Uno no sabe si la película empeora con Nicolas Cage o si este actor empeora con el filme. Lo cierto, es que la trama se desgrana sola como elote con gusanera.
Si no le pongo una sola estrella a este largometraje –le adjudico dos– es por una única razón a doble cabeza: su buena fotografía (de Amir Mokri), estupenda, que aprovecha muy bien el paisaje húngaro donde se filmó la cinta, y la música oportuna compuesta por Atli Örvarsson, exquisita y oportuna. Nada más eso.
El comienzo de la película se apunta a serlo al estilo de Macbeth (de Shakespeare), con la presencia terrorífica de brujas que anuncian futuros infernales, pero es tal el sancocho de esta apertura, tan débil en sí misma, que uno entiende que la película está acabada desde su propio arranque (como si me mandaran a mí a correr una olimpiada).
Temporada de brujas, total, resulta un pastiche del llamado género fantástico, entre demonios, brujas, guerras santas, romances, dramas y un cristianismo corrupto, sin que de esto haya el menor análisis ni rigor histórico, aunque sabemos que la Edad Media fue época oscurantista cuando muchos convirtieron la religión en ideología del poder político. Lo dije al principio y cierro con su reiteración: cine prescindible.