El cine nicaraguense se pone los guantes. Se nos dice que Nicaragua tiene 20 años de no producir un filme totalmente propio. Ahora se estrena una buena y sorpresiva cinta con el título de
Nicaragua es un país dulce para el arte. Lo traen los nicaraguenses como parte de su configuración bravía. No solo tienen a Sandino capaz de enfrentarse a marines que, en Costa Rica, traemos con permisos legislativos. También afloran los artistas plásticos, los músicos llenos de melodías, los poetas con versos universales, los escritores en general y, ahora, gente de cine capaz de narrar historias y de interpretarlas con fidelidad al arte en medio de la escasez de recursos.
La historia parece sencilla, pero tiene una importante complejidad humana. Sus personajes no son de cartón piedra: están llenos de contradicciones y tienen sueños, mientras el medio los apabulla. Es la historia de una recia muchacha, de carácter vertical y de belleza paralela con ese carácter, belleza confrontativa. Muy a lo Nicaragua, la apodan
Ella vive en un barrio marginal. De esos que existen a lo largo de toda nuestra América Latina. Son barrios que se muestran como testigos de una relación desigual de los humanos ante la riqueza. No son los menos favorecidos, como se les dice con eufemismo. Son los desposeídos. Allí, para lograr sobrevivir, Alma debe aferrarse a su utopía. En tal barriada pobre, los pandilleros luchan por obtener el control de la calle. En los hogares, el desamor es la regla del juego. El machismo se impone.
Para la muchacha, un cuadrilátero es el sitio donde los sueños pueden ser realidad. El boxeo es metáfora de la sociedad misma. Su primer amor con un estudiante de periodismo, los lleva –a ambos– a intentar una relación nueva. Luego, la película ofrece inesperados puntos de giro que le dan energía. Si se quiere, se nos anuncia una tragedia interior y una luz en un callejón sin salida.
Con alma, la actriz Alma Blanco le da coherencia y hace creíble la narración del filme; con ella, otros actores establecen las bases para darnos un filme absorbente, donde la música es contrapunto y subrayado a la vez. Con la música, la fotografía nos resulta habilidosa y expresiva para darnos un mundo degradado, en donde un sujeto degradado (ella, mujer) encuentra el punto de ruptura. Estamos ante un cine humanizado.
La película es un documento sociológico, no es cine de evasión (¿acaso estamos para esto?). Hay convicción en el filme, porque no le bastó a su equipo humano creer en lo que hacía, sino que tenía la verdad y la transformó en imágenes fieles. No es una película perfecta, al menos no en lo formal, con algunas “inconexiones” con el relato, pero sí logra tensión con la trama y pasión en los momentos claves.
Aunque el cine es el arte del instante y de la fugacidad,