Crítica de cine: Día de contraataque

La secuela Día de la Independencia: Contraataque (2016) es como ponerse a jugar tablero con figuras de ajedrez. Es así por múltiples razones que van desde el guion desorganizado de Carter Blanchard hasta la realización del director Roland Emmerich, quien creyó que sembraba árboles de arroz con pollo o algo así.

La película es ampulosa a más y no poder, tanto que perdió el sentido de su propio tamaño, y tan llena de bulla que aturde al oído más virginal. Es fórmula narrativa de la llamada “space opera”, que se sostiene sobre una factura visual espectacular, aunque vacía de conceptos. Ante eso, gato maullador no es buen cazador.

Lo dice el crítico español Antonio José Navarro: “En la space opera, los aspectos ficticios y aventureros son resaltados en detrimento de los matices científicos y discursivos propios de la ciencia-ficción especulativa.”

En efecto, dentro de su propio bullicio, del burumbún de imágenes que van y vienen de manera atropellada, del disparar mucho y no pegar nada, de su demagogia política, de su estética afectada, de composiciones visuales inútiles, de movimientos de cámara sin comunicación alguna, dentro de todo eso, Día de la Independencia: Contraataque es filme vacío como cantimplora con hueco.

Es discutible en su discurso político, como cuando habla de la humanidad y del mundo; sin embargo, con sus imágenes, solo vemos íconos de la modernidad estadounidense, país redentor de toda geografía que esta vez cuenta con la ayuda secundaria o marginal de China.

En el comienzo del filme, Estados Unidos tiene a una mujer como mandataria. Cuando llega la primera nave extraterrestre, ella manda a disparar sin hacer caso de los consejos de quienes sí saben. Error que, incluso, le costará la vida.

Entonces será el vicepresidente, un hombre, quien jura como nuevo presidente y quien enfrentará la real invasión alienígena, con la valiente ayuda del expresidentes Thomas Whitmore, al que vimos en el primer filme (1996), cuando venció a los extraterrestres un 4 de julio.

¿Será eso misoginia o un alertador mensaje político a la comunidad estadounidense? ¿O es solo un asunto anecdótico dentro de esa realidad tan mal estructurada de este filme?

Ustedes tienen la palabra.

Lo que extraña bastante es que, pese al avance de buenos programas digitales, el juego de maquetas sea tan malo visualmente y tan ñoño con sus artificios; así, los edificios caen donde nunca hay gente y hay gente donde nada sucede. Rarísimo que haya tantos descuidos donde sobra dinero con la producción.

Con el relato cansino, enoja el desperdigamiento de situaciones, como si una secuencia nada tuviera que ver con otras: picadillo legítimo, cada asunto metido con calzador de zapatos. Igual sucede con los personajes. ¿Será por eso que nadie se salva de las malas actuaciones o será culpa total del director Emmerich?

Alguien dijo que no es ningún error ir a ver esta película, que el error fue hacerla; así es, busquen algo mejor en cartelera, a menos que deban escribir una crítica.