He aquí un largometraje donde Alfred Molina renueva lo que sabemos de él: es un extraordinario actor, capaz de meterse más adentro de la piel de sus personajes y expresarlos de manera convincente. Ahora lo repite en una emotiva película, que hace del sentimiento algo así como el timón de un velero. Se trata de
Pues bien, el relato se ubica momentos antes de que se acepte la instalación de Israel en el territorio que hoy ocupa y se declare la salida de las fuerzas inglesas de dicha región. Esa es la historia en general, es el contexto, sin olvidar que el contexto es parte del texto.
En esa situación, tres niños han creado un pequeño ejército de ilusiones en contra de los ingleses. Cuando uno de ellos se queda fuera de la casa, luego del toque de queda, es apresado por un soldado inglés. De este hecho, sin aparente importancia, va a surgir el núcleo dramático del relato: la gran amistad que se va a establecer entre el soldado y el niño.
En la comunidad judía, sobre todo con los sionistas, el niño será juzgado como traidor, muestra de intolerancia absoluta. El joven actor Ido Port le sabe dar cuerpo al personaje de Proffi (así se llama el niño). Lo hace con desenvoltura, entre la candidez de la preadolescencia y el rigor de la situación que le ha tocado vivir, no solo por los hechos políticos, sino también dentro de su hogar (viene de Polonia).
Tales hechos se manifiestan con una fotografía bastante elemental, poco indagadora, mientras la música sí se atreve a ser más expresiva. El problema de la película es su tono discursivo. Tengo claro que todo filme comporta un discurso, incluso aquel que niega tenerlo, pero cuando el discurso resulta tan enfático –como en esta cinta–, se distorsiona la creatividad narrativa y se afecta negativamente la historia propiamente dicha.
Acepto que todo cineasta tiene cosas que decir (sobre todo con el cine/arte) y las dice en una película. En
Así, la emotiva historia del niño con el soldado se ve “cortada” de manera innecesaria, al punto de llegar al discurso directo de parte del niño convertido en hombre.
Filme sencillo en su composición escénica, deja que la puesta visual sea solo una glosa plástica, para no distraer al espectador de lo esencial del relato y del discurso que, de manera taimada, nos lanza. Es parte del tratamiento del relato, donde la película nos lleva a momentos vivificantes sobre el asunto de la amistad y el de la tolerancia (lo hace por la ruta de la paradoja).
Si logramos cerrar oídos a esa distorsión del discurso antes citada, que en términos estructurales va en perjuicio de lo que el lingüista Louis Hjelmslev llama “la sustancia del contenido”, nos queda un filme emotivo, especie de melodrama sin caer en excesos, aunque capaz de arrancarles lágrimas a algunos espectadores.