No hay más. Sí, habrá que seguir lidiando con esto dentro del cine comercial. Se trata de refritos, secuelas, precuelas y de estarle sacando más el jugo a lo que ya ha dado dinero. Esta vez nos toca la pitufada de escribir la crítica de una secuela poco novedosa en sí misma: Los pitufos 2 (2013), dirigida por el estadounidense Raja Gosnell.
Si se revisa la filmografía del señor Gosnell, se verá que es poco estimulante para él y para uno como comentarista de cine. Todo su cine es prescindible, con filmes peores que otros, pero ninguno mejor que el anterior. Su primera versión pitufesca es del 2011, con mezcla de animación y actores reales.
Con Los pitufos 2 se vuelve a lo mismo y de nuevo sobresale el actor Hank Azaria como el alocado Gargamel, quien desea dominar el cosmos, y hacerlo con las energías que le propician los habitantes de una hermosa aldea en un mundo de hongos: los conocidos pitufos, creados por el dibujante belga Peyo.
Uno se queda sin entender por qué Gargamel está en París, gozando de su popularidad como mago y no en ese mundo azul de Pitufilandia. Lo raro es que él necesita establecer un portal para atacar a los azulinos personajes, ¿entonces para qué salió de ahí? Su víctima será esta vez Pitufina.
Una vez que Gargamel logra secuestrar a la única dama de esa aldea, entonces Papá Pitufo, Torpe, Gruñón y Vanidoso regresan a nuestro mundo y se unen a sus amigos humanos Patrick y Grace Winslow para rescatar a Pitufina. Lo que sigue en la cinta estará lleno de sorpresas.
No hay que quejarse del diseño animado de esta película, porque Los pitufos 2 tiene momentos de fina elegancia con sus conceptos visuales, aunque la pierde en otras secuencias o con otros personajes (por ejemplo, con el gato de Gargamel, el tal Azrael, de pésimo diseño). Azrael es, en la mitología, el ángel que lleva a los muertos para ser juzgados.
Dentro de sus logros visuales, mezcla de animación con actores, está la graciosa secuencia en que Gargamel, por su propia estupidez, sale volando por las calles y sitios emblemáticos del París glamoroso. Es lo mejor. Tanto como las escenas en ese paraíso escondido que es el pueblo de los pitufos, con cientos de ellos.
El relato da para poco análisis de conceptos, es más bien soso, forzado y poco seductor o fascinante. Incluso, los niños terminan por hacer otras cosas, por hablar y hasta por llorar en la sala de cine (al menos en la función que genera esta crítica). La trama se alarga mucho y se atasca con ratos inútiles, sobre todo cuando participan los humanos entre ellos.
En efecto, la presencia de los humanos es lo menos refrescante del filme: ¿por qué sacan estas películas del mundo pitufino y las llevan a grandes ciudades? De verdad, esta saga pitufesca exige de mejores guionistas y –por supuesto– de un mejor director, o sea, de un buen director de cine.
Como personajes, los pitufos son encantadores, de lo mejor, pero la película de eso no logra pasar: con ellos comienza y con ellos termina, Gargamel incluido; lo demás está sobrando y es muy poco estimulante o pitufante.
Estos pequeños pitufos vienen a ser lo que son los minions en la saga de cine titulada Mi villano favorito . Son demasiados buenos en sí mismos, agradables y llegadores al ánimo, pero aún no son bien aprovechados para la pantalla grande. Lástima.