Hay películas que llegan a esa etapa del conocimiento entendida como alma. También las hay que trascienden la huella del ojo y debemos mirarlas con el alma. Es el caso de la extraordinaria y multipremiada película De dioses y hombres (2010).
Dicha cinta es recuperada ahora por la Sala Garbo. Es película francesa que nos llega dirigida por Xavier Beauvois, quien evidencia talento para darnos una narración intensa y hacerlo desde el drama interior de sus personajes. Lo logra de manera pausada, sin efectos gratuitos y con mucho sentimiento.
De una vez les digo, con énfasis, que coincido con todos aquellos críticos de cine que definen a De dioses y hombres como una obra maestra del sétimo arte. Su intensidad es vitalista, o sea, viene desde las fuerzas internas de sus personajes. Se trata de un grupo de misioneros católicos, ocho monjes cistercienses, quienes viven en un monasterio en las montañas de Magreb.
Ellos han logrado el más humano acercamiento con la población musulmana argelina, gente pobre. La fuerza de su trabajo les viene desde su vivencia plena del Evangelio cristiano, pero igual se sustenta desde lo mejor de sus lecturas del Corán. Sin embargo, alegres, trabajadores, ellos no se sienten redentores.
Digo esto último, porque cuando los acontecimientos políticos en Argelia los agarran con entera violencia, los monjes se descubren a sí mismos con todas las debilidades humanas del caso, entre ellas, el miedo. Solo la retroalimentación y el reencuentro con las palabras de Jesús son capaces de transformar las impotencias o debilidades de estos religiosos en energía creadora.
Los monjes entienden que no nacieron para ser mártires, pero que el apego al Evangelio los llevará a una vocación involuntaria. Es el real compromiso de ellos con la fe. Es su entender que el Evangelio no es para pusilánimes. Lo entienden: es el valor divino de lo humano. Todo ello lo muestra esta película con profundo contenido dramático y con magnífico desarrollo narrativo.
Las breves imágenes del principio se van alargando y el relato fílmico se conjuga en función de la tesis del guion. La película se llena de idealismo y pasa por esa tangible abstracción llamada espíritu. Todos los elementos visuales y auditivos están en función de ello, con la inolvidable secuencia de la última cena de los monjes mientras oyen música de Chaikovski.
Las actuaciones son extraordinarias. Todos ellos. Nos llegan adentro y nos convencen de aquel concepto: quizá estemos aquí solo para entender al ser humano como sentido de amor. No se pierdan este filme. No se lo pierdan, por favor. Se los pide este agnóstico.