Mi amor por los libros está directamente relacionado con mi insomnio. Mucho de lo que soy se lo debo a mi biblioteca y a las noches sin dormir, esas son las variables. La constante es el insomnio que permanece inamovible desde que tenía 11 años.
Uno de los descubrimientos más importantes de la adolescencia fue saber que se podía estar solo, pero rodeado de tantos mundos y personajes como tiempo para leer tuviera. Es una especie de aislamiento programado, donde los libros desempolvan fantasmas inimaginables. Con el tiempo observé cómo la biblioteca fue mutando y transformándose junto a mí.
Mi primera biblioteca no fue mía, era la biblioteca del colegio. Tenía 11 años. Aún recuerdo a Mabel, la bibliotecaria, me dejaba explorar por los anaqueles y rebuscar entre los ejemplares donde mis favoritos eran los de Cátedra y Educa. Un día entre polvo abrí al azar Obras incompletas de Gloria Fuertes y leí: “Los peces se juntan para morirse, los hombres se esconden para matarse.” me impactó esa capacidad de decir tanto en tan poco. Aún conservo en casa ese mismo ejemplar que me regaló Mabel cuando salí del colegio. A esa biblioteca nunca he podido regresar, pero formaron mi educación sentimental como lector y me acompañará hasta el día de mi muerte.
La segunda biblioteca llegó a los 15 años. Ya tenía algunos libros propios y escribía regularmente. Un día, impulsivamente, le envié al escritor Carlos Cortés unos poemas con la esperanza de recibir una opinión sobre mis esbozos. Su respuesta fue una caja de libros. En esa caja venían Borges, Hesse, Dostoievski, Goethe, entre muchos otros autores.
La tercera biblioteca llegó con mi independencia familiar. Eran los años de universidad, de los primeros trabajos, donde iba enriqueciendo con más y más volúmenes hasta llegar a los que tengo ahora, un poco más de 3.000. Están dispersos entre mi casa y una casa de mis padres que está sin uso, ambas son el santuario de mis libros. Leí un alto porcentaje de ellos, pero a veces miro un libro y sé que posiblemente nunca lo leeré, sin embargo soy incapaz de desprenderme de él.
Me encanta la idea de la biblioteca como un viaje, porque cuando buscás un libro concreto muchas veces descubrís otros que no sabías que los tenías. No soy sistemático en el orden, pero los libros relevantes sé dónde están. Eso me hace recordar aquella frase de José Saramago: “El caos es un orden por descifrar”.
El enamoramiento y la lectura que se hace de los libros importantes es distinto cada vez que los leés. Por ejemplo, con El extranjero , de Albert Camus, me pasa, pero la nostalgia que encuentro es la misma, eso tienen los clásicos, por eso quizá sobreviven al tiempo.
Hace muchos años escribí un breve texto que quizá –de una forma juvenil– describe mi relación con los libros:
“Mi pista clandestina”
Tengo un aeropuerto personal.
De él salen tantos vuelos como yo quiera.
No importa si el clima es malo,
o el pasaporte ha expirado.
Si llevo maletas o tengo un destino.
Voy a lugares que no existen en los mapas.
Puedo viajar en el tiempo.
Mi aeropuerto es una pista clandestina
que algunos, entre susurros,
al visitarme llaman biblioteca.
Por las noches siempre somos tres: mi insomnio, mi biblioteca y yo. Como diría Charles Simic “yo no habría sido el mismo hombre si hubiese podido dormir a lo largo de mi vida”.