Poder identificarse con alguno de los personajes de una novela o de una película es uno de los elementos claves para que funcione la comunicación con el público. Este reconocimiento se da casi siempre con el protagonista, como ocurre con don Quijote, pero, en dos filmes costarricenses recientes, una parte de la atención se dirige a quienes representan a Sancho Panza.
César, el metalero de El regreso , de Hernán Jiménez, y Jasón, de Por las plumas , de Ernesto Villalobos, introducen y desarrollan la línea del humor en cada historia y actúan, al igual que el leal escudero, como arquetipos populares y ayudantes solidarios del protagonista.
Desde El retorno (1930), la primera película costarricense, los personajes secundarios se han robado la atención. Abelardo Castro, Cupido en el filme y “el gordo de las revistas” en la vida real, dotó al filme de comicidad espontánea y contrapunto satírico.
El eje de esa línea humorística es la contradicción que hay entre la autoimagen de don Juan y su aspecto de gordo bonachón. El personaje se besa en el espejo después de haber tenido pesadillas sobre sí mismo, y se reconforta diciéndose: “Cupido fascinador, encantador, corrongo, irresistible”.
Alto contraste. Ya reconocía en la época Rodolfo Cardona Cooper: “La actuación más sorprendente, digna de un profesional, fue la de Abelardo Castro. Su forma de actuar, sus expresiones faciales, sus ademanes, son dignos de un Fatty Arbuckle, famoso actor cómico del cine mudo norteamericano. Cupido Aguilar se convierte en la ‘estrella’ de esta película. Hubiese merecido un ‘Oscar’ como supporting actor ”.
En la última década del cine nacional, han cumplido este papel personajes como Roberto, el “gordo” de El cielo rojo , de Miguel Gómez; Alba, la amiga de Jessy en Gestación , de Esteban Ramírez, y, especialmente, “la doña que come papaya” y César, el metalero, en El regreso .
La “doña de la papaya” es una aparición breve y encarna la burocracia administrativa. La funcionaria habla por teléfono con su “gordo” y saborea la fruta mientras los sufridos usuarios engruesan una fila interminable. La actuación volvió célebre a Yesenia Artavia a partir de un personaje anónimo que se transformó en parte de la idiosincrasia nacional.
El metalero de El regreso , interpretado por el actor y documentalista Daniel Ross-Mix , es un personaje secundario indispensable para desarrollar la trama. En la primera de las dos escenas entre César y el protagonista, se produce el reencuentro entre los amigos, después de ocho años de ausencia de Antonio.
Apenas unas horas después de haber vuelto, Antonio ya quiere salir huyendo de un país que no reconoce. Su amigo de juventud es un fanático del heavy-metal : pelo electrizado con moco de gorila, maquillaje gótico, uñas negras, cadenas en el cuello y símbolos satánicos en aretes y anillos. El mundo está al revés y César es un hooligan en la visión estrecha de Antonio.
Sin embargo, al igual que Cupido en El retorno , el personaje estrafalario y “enajenado” por lo exógeno defiende su “chante”, la patria, la familia, los amigos. César lleva a Antonio al aeropuerto y en el trayecto rechaza que este desprecie el país.
Para el metalero, la patria no es una abstracción alejada de la vida cotidiana, sino la redención de los afectos elementales: “Aquí vivo yo, ¿sabía? Esta es mi casa. Esta es mi choza. ¿Ve ese edificio hecho mierda, el basurero al revés, el poco de cables? Esta es mi choza. Esto soy yo. Cuando usted entra a una casa, usted no empieza a decir que todo es una mierda […]. Me estás empezando a ofender”.
Antonio replica que este lugar ya no significa nada para él. La comunicación se interrumpe. César frena el carro y deja tirado a su amigo con una pequeña maleta en medio de la nada. Es cuando se produce el verdadero regreso. A partir de entonces, Antonio recupera a su padre, a su familia, a sus amigos…: a un país que, a pesar de sí mismo, lleva por dentro.
El evangelio según Jasón. Por las plumas es un filme directo cuyos pilares son un gallo de pelea: Rocky , y cuatro personajes que se hacen amigos por azar. El grupo está formado por Chalo, guarda privado; Jasón, su compañero de trabajo; Candy, una empleada doméstica, y Erlan, un adolescente que quiere conocer el mundo de las peleas de gallos.
Los cuatro personajes son entrañables, pero Jasón –no “Yeison”, sino “estilo latino; nada de gringo: a lo polo”, como él mismo dice– destaca por su humor, sencillez y manera de hablar. El hecho de ser evangélico, “pandereta” (“somos muy escandalosos”) y la forma de referirse a Cristo y a la Biblia, lo convierten en una de las sensaciones memorables del filme.
Menudo y torpe, se inicia en la seguridad privada por necesidad, pero el espectador se percata de inmediato de que no tiene pasta para el trabajo. Oye un tiro y se espanta, no sabe usar revólver, y su verdadera pasión es la palabra… de Dios.
Antes de encontrar su verdadero destino, a Jasón le decían “McGyver” por ser un “tachador finísimo de hasta tres carros por día”. Entonces renació en Cristo y todo cambió para él: “Yo me entregué a los caminos del Señor porque mi vida era un caos. Ahora estoy muy prosperado en victoria y a cachete inflado”.
Uno de las escenas más divertidas ocurre cuando Jasón le explica a Chalo el versículo del Evangelio de San Lucas en el cual Pedro reniega tres veces de Jesús antes de que cante el gallo. Jasón se apropia del relato, lo escenifica, a veces lo confunde y lo expresa en sus propias palabras, en una jerga cantinflesca.
Jesús se convierte en “mae”, “papillo”, y otros calificativos inolvidables:
“Este mae, Pedro, que anduvo con Jesús, era compa de Jesús y le decía que lo amaba a Jesús: una pura lavativa, un amoroso, y usted vio cómo terminó ese mae, que le preguntaron los soldados romanos que si conocía a Jesús, y el hombre se embolsó y les dice: No, yo no lo conozco; pero, antes, Jesús le había dicho: Vea, mae, Pedro, antes que el gallo cante dos veces, tú me vas a negar tres veces. El mae ni entendió la vara que en ese momento le dijo el de arriba, y cuando le sucede esa situación, que agarran a Jesús, el mae que lo entrega, Judas, y al hombre lo agarran caído, viendo cuando agarran a Jesús, me entendés, para ver la vara, porque es el compa de él. Andaba güeiso porque ya a Jesús lo había agarrado la ley, los romanos: vos sabés que los romanos han sido toda la vida la ley, la vara […]. Lo reconocen los romanos a Pedro y le dicen: Papillo, mae, usted andaba con Jesús, y el hombre se embolsa todo: Yo no lo conozco. Le canta el gallo dos veces, tres veces, y antes de que el mae lo negara dos veces, el gallo le cantó tres veces, y el hombre se recuerda la vara: ¡Huy, mae, qué puta, si es cierto! Jesús me dijo a mí esto, que yo lo iba a negar a él, mae, y el hombre entró en una depresión horrible”.
Aun cuando algunos pudieran encontrar irrespetuoso su relato bíblico, es su forma de apropiárselo y de hacerlo parte de la mitología personal en la que vive.
Jasón acompaña a Chalo hasta las últimas consecuencias en su pequeño sueño de tener un gallo de pelea. Es un ser sin historia que, no obstante, resplandece en su épica de lo más sencillo y humilde.
César y Jasón representan lados opuestos de nuestra sociedad. El primero proviene de la clase media alta y de la universidad, mientras que el guarda privado se la juega como puede, tiene hijos y confía en Dios para sobrevivir. Parece que no tienen nada en común; no obstante, nos reconocemos en ellos, en eso difícil de aprehender y que, a pesar de las diferencias, llamamos "identidad costarricense".