Víctor Hurtado Oviedo, editor vhurtado@nacion.com
En el Día de Acción de Gracias, el único que no las da es el pavo. Nos choca esta descortesía, tan poco habitual en alguien como él, pero en cierto modo es comprensible.
Como bien se sabe –aunque no mucho–, en aquella celebración estadounidense, la familia se sienta alrededor de un pavo con intención de cenar (la familia); a continuación se reparte el pavo, de modo que, en la Acción de Gracias, el pavo paga el pato.
Aquella ceremonia familiar se celebra también en el Canadá, y con ella se recuerda la inicial cosecha exitosa que los primeros colonos británicos lograron en Norteamérica.
El pavo es ave de alto vuelo: tiene su propia constelación en el hemisferio sureño, por lo que los babilonios nunca la vieron. Esperando que el Pavo se les apareciera, se les acabó la Antigüedad, y, cuando quisieron ingresar en la Edad Media, las localidades ya estaban agotadas. Si la constelación del Pavo se viera desde el hemisferio norteño, podría hablarse de una Libra de Pavo.
El pavo americano es el chompipe o guajolote. Exagerando como siempre, don Luis de Góngora lo elogió: “Tú, ave peregrina, / arrogante esplendor, ya que no bello, / del último Occidente” ( I Soledades , 309). De pocas palabras, el chompipe es digno y humildoso, no como el pavo real, su primo lejano (porque es de Asia).
El pavo real macho trae más cola que el caso de la FIFA. Charles Darwin se preguntaba para qué servía una cola tan pesada y llamativa, que dificultaba huir de los depredadores. Si embargo, la especie no se había extinguido.
Es el mismo caso de la costarricense rana túngara, que canta en las noches y atrae a sus enemigos. ¿Cuál es el beneficio de tan irreflexiva actitud de la rana? Darwin respondió: el exhibicionismo hace atractivos a los machos que se distinguen más ante la mirada evaluadora de las hembras. Esto se llama “selección sexual”. El éxito en reproducirse es mayor que el riesgo de ser comido.
Las teorías bonitas no están obligadas a ser ciertas, pero habría que probarlas, y esto hicieron los biólogos Marion Petrie y Tim Halliday. Ellos cortaron ocelos (“ojos”) de las plumas de unos pavos reales y comprobaron después que se habían apareado 2,5 veces menos que los normales.
¿Qué pasaría en el sentido contrario? El biólogo Malte Andersson alargó colas (de 50 a 75 cm) de machos del ave obispo, y atrajeron el doble que los machos normales (Jerry Coyne : ¿Por qué la teoría de la evolución es verdadera?, cap. VI).
El aspecto conspicuo es, pues, uno de los estímulos reproductivos en muchas especies. El otro estilo de la selección sexual es la lucha violenta entre machos por la posesión de las hembras (como en los ciervos).
El buen exhibicionismo se presenta en el ser humano cuando su conversación lo viste mejor que su ropa. Ya Einstein nos dijo: “Si te interesa la verdad, deja la elegancia al sastre”.