Rafael Ángel Méndez Alfaro
“El Supremo Poder Ejecutivo, por acuerdo del Ministerio de la Guerra #102 del 8 del presente mes [julio de 1887], ha promovido una suscripción nacional destinada a erigir en la ciudad de Alajuela un monumento a la memoria de Juan Santamaría, para perpetuar de este modo el glorioso recuerdo de aquel héroe de la Campaña Nacional de 1856”.
Este decreto se localiza en la sección “Congreso” del Archivo Nacional de Costa Rica y registra una de las iniciativas más claras de parte de las autoridades estatales por intervenir en la institucionalización del culto civil al soldado caído en batalla en la ciudad de Rivas el 11 de abril de 1856.
Fines del siglo XIX. El decreto procuraba estimular la participación de la ciudadanía en la recolección de fondos destinados a levantar una estatua en honor del “Erizo”. El patrocinador final y más importante de tal recolección era el gobierno de nuestro país.
Dicho decreto tuvo como corolario la erección de la efigie dedicada al tambor alajuelense en su ciudad natal en 1891. Sin embargo, a pesar de este proyecto materializado en bronce, resulta interesante determinar que Juan Santamaría no logró entonces el status de “héroe nacional”.
En la sociedad costarricense, la difusión de la imagen del soldado muerto en combate adquirió una fuerza inusual en las décadas de 1880 y 1890. Sin duda, un elemento propulsor fue el monumento en su memoria.
Desde su misma inauguración, la estatua se constituyó en un elemento convocador de la ciudadanía. Esta la visitaba cada 11 de abril para rendirle culto por medio de desfiles, cantos y todo tipo de ceremonias cívicas. Ligado a lo anterior, hubo al menos dos factores de primer orden que facilitaron su popularización.
Por un lado, el expansivo sistema educativo convirtió la aún reciente lucha contra los filibusteros en un estandarte de nacionalismo oficial, que diseminaba ideas y conceptos desde las altas esferas del poder.
Por otra parte, resultó fundamental el naciente “diarismo”; esto es, el surgimiento de órganos de prensa de circulación diaria. Mediante las crónicas que difundían, daban cuenta de los hechos que ocurrían en la capital y en las ciudades aledañas.
Por supuesto, no pasaron inadvertidos los actos festivos dedicados a Santamaría y al 11 de abril; más bien, recibieron amplia cobertura.
Ligadas a las iniciativas oficiales, también es posible identificar manifestaciones de populares que dejan ver el respaldo de la población hacia el héroe y el afectuoso recuerdo en la fecha de su deceso.
Por ejemplo, Otro Diario (10/4/ 1886) comentó un baile efectuado en la plaza principal de Curridabat en celebración del 11 de abril.
Años más tarde, La República (12/4/1901) informó de bailes populares de máscaras ejecutados en la plaza de la estación en Alajuela con fines similares.
En la misma dirección resulta interesante destacar que algunos ciudadanos de forma anónima y espontánea daban contribuciones para edificar el monumento al Erizo. El editor de La República (12/4/ 1887) así lo mostraba: “Deseamos saber qué debemos hacer con los cinco pesos que un desconocido nos envió para la estatua de Juan Santamaría”.
Situaciones como las descritas revelan la aceptación creciente que merecía el soldado inmortalizado en Rivas.
A pesar de lo anterior, es claro que hacia fines del siglo XIX no había iniciativas o decretos que procurasen definir el 11 de abril como fecha oficial dedicada a la conmemoración de la batalla de Rivas y al recuerdo de Juan Santamaría. Se evidencia así que, en esa época, el Erizo aún no tenía la condición de héroe nacional.
La oficialización. La creciente popularización del culto cívico hacia Juan Santamaría durante los tres primeros lustros del siglo XX, llevó a las autoridades legislativas a tomar acciones concretas con el fin de inmortalizar el recuerdo en torno a la célebre batalla y al héroe surgido de ella.
De tal manera, en 1915, los diputados de la provincia de Alajuela presentaron un proyecto de ley ante el Congreso con el objetivo de que el 11 de abril se declarase feriado a perpetuidad.
Entre los argumentos expuestos por los mencionados diputados se plantea lo siguiente:
“En los anales de nuestra historia, en los hechos que se rememoran por haber ejercido influencia saludable y benéfica en la emancipación y progreso de la República, [no existe] ninguno que de manera tan afectiva haya dependido del esfuerzo propio de los costarricenses como los hechos de armas realizados en la epopeya nacional de 1856-1857. De aquella Campaña, el hecho culminante, el que resume todo su heroísmo y comprendía todos sus esfuerzos, es el de la batalla de Rivas, donde inmortalizó su nombre con su hazaña legendaria el oscuro soldado de Alajuela, Juan Santamaría”.
Entre los considerandos finales, los políticos destacaban que la independencia de España, celebrada cada 15 de setiembre, solo adquiría sentido y asidero al conmemorarse la lucha contra los filibusteros, “sellada con sangre y glorificada con el heroísmo de los costarricenses”.
El Congreso actuó en consonancia con la argumentación planteada, y como testimonio de admiración a la memoria de Juan Santamaría y en recuerdo de la batalla de Rivas. Así, el Poder Legislativo declaró el 11 de abril día feriado a perpetuidad y fiesta nacional de la República.
El decreto fue dispensado de algunas diligencias para agilizarse su procedimiento administrativo, y se lo aprobó en unas pocas sesiones legislativas. Esa norma representó el momento preciso en el cual se institucionalizó el culto al soldado que desde la segunda mitad del siglo XIX venía adquiriendo una progresiva popularidad en la ciudadanía.
Hoy, 98 años después del mencionado decreto parlamentario, recobra vigencia la preocupación por desarrollar líneas de reflexión en torno al papel que desempeña el aparato estatal costarricense en relación con la creación y elevación de nuevas figuras al panteón de los héroes locales.
El autor es Coordinador del Programa de Estudios Generales de la UNED y profesor asociado de la Escuela de Estudios Generales de la UCR.