Víctor Hurtado Oviedo vhurtado@nacion.com
El otro lado del mundo está en la imaginación: la geografía fantástica adonde el arte nos conduce. Héctor Campos es un buen guía porque ya ha probado los caminos en sus sueños. Él expone 33 obras pintadas al óleo en mediano y pequeño formatos en la Galería Sophia Wanamaker del Centro Cultural Costarricense-Norteamericano.
Campos nos brinda De lo fantástico a lo real : paisajes imaginarios, intensos, imposibles, como dictados por un niño a la experta mano de un artista. Héctor Campos habla de sí como de un “pintor primitivista”, y es cierto.
Aquí hay delirios cromáticos: árboles del color lila crecen junto a otros, azules, y hay belleza de copas espumosas, convexas, cual si evitasen ángulos amenazadores y cortantes a las miradas.
El pintor se guía por recuerdos de aquí y de allá. Cuando está ante un lienzo, sus experiencias se miran, se abrazan, y nos dan paisajes que nadie ha visto, pero que quisiéramos ver.
Pasear bajo la luz. “Me interesa dar profundidad”, dice el artista, y un buen ejemplo de sus logros es Montañas : sus laderas se cruzan en el centro como si trazaran la letra V repetidas veces, una sobre otra, una sobre otra...
“En algunas partes hago una mancha de fondo, obscura, y luego aplico los colores más claros, pero con pinceles muy finos”, nos dice Campos. Su minuciosidad otorga una impresión de relieve. Esos bosques tupidos y curvos...: ¿quién sabe si no están creciendo hacia nosotros?
Campos prepara su paleta solo con los colores primarios. “Los mezclo y obtengo los tonos que deseo. Algunos de mis colores no se venden hechos”, dice. Bullen jugosos los colores de las plantas: de rosa, de melón, de lila...
Los cuadros de Héctor declaran su amor a la naturaleza. “Yo no quisiera que haya tala de bosques ni que se quemen charrales. Pinto lo que me gustaría que fuese el mundo: pacífico, limpio, luminoso... Deseo mostrar una fantasía que sirva a otras personas para que anhelen lo mismo”, confiesa.
Algunos cuadros son paseos vespertinos: los cubre una luz azul que no cae de ninguna parte, pero que vive en todas; es luz incierta que suma irrealidad a la fantasía. La historiadora del arte venezolana Bélgica Rodríguez ha dicho que no se sabe de dónde viene la luz de plenitud que habita en los cuadros de Héctor Campos.
Sin embargo, la mayoría de estas pinturas nos irradia luces vigorosas. A veces, los rayos del Sol se estiran como brazos cuando nace el día; pero ¿dónde están las sombras de las casitas?, ¿será esta la hora del zenit que se quedó a vivir desde el mediodía?
Las sombras sí gustan de los árboles; se multiplican por los innumerables toques de pincel; son como medias lunas umbrías que dirigen sus puntas hacia abajo.
Cine y café. ¿Expone su pintura algo del arte naïf (ingenuo)?: “Sí, a la primera impresión; pero el arte naïf carece de profundidad y no respeta la perspectiva ni las proporciones: este no es mi caso”.
Laguna azul resume una variante del estilo de Campos. La vegetación no es verde: un aura azulina se ha extendido por el aire: “Es un descubrimiento de tonos plateados. Me gusta hallar contrastes entre los colores, dar con lo diferente”.
En Manglares retorna la fiesta del verdor. Sobre un canal navegan botes cual gotas de madera.
El cuadro más realista es Pequeño pueblo del sur . Héctor creó, reimaginándolo, un beneficio de café erigido en San Vito de Coto Brus por sureñas aguerridas: la Asociación de Mujeres Organizadas de Biolley.
Ellas empezaron a trabajar con café orgánico y construyeron casitas, una recepción, planchas de secado, un invernadero...
Campos pintó el conjunto a pedido de una empresa productora de cine que financió un documental dedicado a aquel beneficio: A Small Section on the World , mediometraje dirigido por Lesley Chilcott. La pintura aparece en la portada del disco (DVD) de la película, pero la que vemos aquí es una versión algo distinta.
“Rara vez pinto personas, pero, cuando aparecen, son pequeñas. El ser humano es muy atrayente, y yo deseo que el paisaje predomine”, nos dice Campos.
Los animales viven más en estos óleos. En Casa de campo posan cebúes, gallos y gallinas junto a una casita de cuento que debería ser una novela.
Historia de amor. Héctor prosigue: “Me dedico exclusivamente a la pintura desde hace veinticinco años. De niño siempre hacía dibujos; ya mayor, cuando trabajaba como guarda, un amigo me sugirió que estudiase pintura. Así llegué a la Escuela Casa del Artista , donde estuve durante cinco años. “La directora, Olga Espinach, les dijo a mis profesores: ‘A Héctor déjenle su estilo’”.
Campos no ha seguido más estudios formales en el mundo del arte. Ha ofrecido 24 exposiciones individuales, algunas en la Argentina, El Salvador, los Estados Unidos y el Japón.
“Me gusta la meditación. Trato de ser espiritual y compartir lo que el Señor me ha dado. Todos los martes voy a un asilo de ancianos ubicado en Aserrí para darles clases de pintura”, revela Campos y añade que hace veinticinco años se sintió muy mal, muy deprimido:
–Me faltaban fuerzas para vivir, para pintar. Sufrí problemas en las vértebras, llegué a pesar cincuenta kilos y me sentí al borde de la muerte. Aun así, pinté un paisaje con unos grises en el fondo y con más viveza en el frente. Cuando se lo llevé a doña Marta Antillón , me dijo: ‘Esto es una belleza: siga así’, me compró la pintura y compró mis obras durante trece años. Con la ayuda de Dios empecé a reanimarme.
El tipo arte de Héctor no es frecuente en Costa Rica, y el parentesco –lejano– quizá nos lleve a Isidro Con y sus sueños luminosos, y a los campos imaginarios del cubano Tomás Sánchez.
“Yo soy campesino. Tuve veinticinco hermanos de padre y madre, y vivimos en la pobreza, en el campo de Aserrí. Mis padres vivieron juntos hasta sus muertes”, recuerda el artista. Con una pintura, él tal vez haya firmado esa historia de amor. De la mano es un óleo de tersa placidez: una mujer y un hombre pequeñitos van por un camino sitiado por árboles como catedrales. El paraíso perdido vive en el fin de su ruta.
La exposición estará abierta hasta el 1.° de diciembre. Teléfono 2207-7563. En Facebook: Sophia Wanamaker