Hace 40 años, el 11 de septiembre de 1973, el presidente chileno Salvador Allende fue depuesto por un golpe militar encabezado por Augusto Pinochet. Ese mismo día, hubo manifestaciones en San José a favor y en contra de lo ocurrido en Chile. Una de esas marchas partió de la Universidad de Costa Rica y culminó en el centro de la ciudad, y estuvo compuesta por varios cientos de estudiantes que expresaban su simpatía por el gobierno derrocado.
De acuerdo con la información dada por el periódico La Nación, otro grupo, en el que iban centenares de personas, desfiló hasta la embajada chilena con banderas rojas y pancartas “con letreros como ‘Allende, el pueblo te defiende’, y ‘Chile sí, fascistas no’. Algunos gritaban consignas de ‘pueblo al poder’ y ‘obrero viril, engrasa tu fusil’”.
Finalmente hubo otra movilización, más pequeña, cuyos integrantes, al grito de “Chile sí, comunismo no”, evidenciaron “su júbilo por el golpe de Estado”. Aunque La Nación no identificó a quienes simpatizaban con el derrocamiento de Allende, es probable que hayan sido miembros de la principal organización de extrema derecha que existía por entonces en el país: el Movimiento Costa Rica Libre (MCRL), fundado en 1961.
Líneas editoriales. En los días siguientes, el diario La Nación destacó que las nacionalizaciones y la alianza con extremistas de izquierda fueron la base de la polarización que experimentó Chile.
Ese énfasis impugnó las políticas puestas en práctica por el Partido Liberación Nacional (PLN) en la década de 1970, dirigidas a fortalecer la intervención estatal en la economía, y la tendencia de algunos líderes liberacionistas de acercarse a los grupos costarricenses de izquierda.
En contraste, La República, periódico afín al PLN, acentuó que el origen de la crisis chilena estuvo en la tenaz oposición que afrontó el gobierno socialmente progresista de Eduardo Frei (1964-1970), la cual facilitó el triunfo de la Unidad Popular, liderada por Allende, en 1970.
De esa manera, La República formuló una crítica implícita a los partidos políticos costarricenses no izquierdistas, que se oponían a las transformaciones económicas y sociales impulsadas por el PLN.
El órgano eclesiástico Eco Católico compartió inquietudes similares ya que, con base en la experiencia chilena, insistió en la opción que suponía la socialdemocracia (es decir, el PLN) para alcanzar el desarrollo social.
El Semanario Universidad resaltó la responsabilidad que le cabía a los sectores radicales de izquierda en la caída de Allende. A su vez, periódicos como Pueblo y Libertad evitaron referirse a los conflictos internos de la Unidad Popular (un tema cuya importancia fue demostrada en investigaciones posteriores).
Libertad reprodujo la versión del comunismo internacional sobre el golpe, que acentuó el papel de los actores externos (el imperialismo estadounidense) frente los internos (la oligarquía y los militares chilenos), estos últimos presentados como simples herramientas de los primeros.
En un balance de conjunto, puede afirmarse que, en términos generales, la prensa costarricense no aplaudió el golpe, asumió una posición crítica (y a veces condenatoria) contra la intervención de los militares y se identificó con una visión del cambio social por vías institucionales y realizado de manera gradual.
Posiciones oficiales. Desde el propio 11 de septiembre, el presidente José Figueres elaboró una versión en la que, aunque exaltaba a Allende en lo personal, acentuaba los conflictos surgidos entre los sectores que lo apoyaban.
Algunos días más tarde, y después de contraponer el camino de la revolución comunista con el de la “reforma socialdemocrática”, Figueres manifestó que la diferencia del gobierno de Allende con el suyo estaba “en cuanto a los medios, no en cuanto a los fines”.
Además, Figueres advirtió que él no era pesimista con respecto al futuro chileno, por lo que descartó que el régimen militar que desplazó a Allende fuera a dar origen a una dictadura.
El repudio al golpe castrense fue más explícito en la Asamblea Legislativa, donde, también el 11 de septiembre, diputados de diversos partidos políticos aprobaron una moción contra el golpe.
El artífice de ese pronunciamiento fue el líder histórico del Partido Comunista, Manuel Mora, quien justificó lo acordado con base en una alusión directa a las experiencias democráticas y civilistas de Costa Rica e hizo un llamado a defenderlas:
“Yo no entro a considerar la ideología de lucha en este momento en Chile, aunque nadie ignora de qué lado están mis simpatías; pero sí quiero referirme a la prepotencia de los ejércitos encaminada a imponer su voluntad. Muy grave […] me parecería a mí que el Parlamento de Costa Rica dejara pasar, sin protesta, un golpe militar. En este momento tan delicado de la vida nacional, no podemos saber qué consecuencias puede tener el precedente que se ha sentado en Chile”.
La Federación de Estudiantes de la Universidad de Costa Rica, las autoridades de esa casa de educación superior y la Asociación de Autores también se manifestaron en contra del golpe militar. En su conjunto, políticos e intelectuales respondieron al derrocamiento de Allende con declaraciones que, en su dimensión más moderada, exaltaban al presidente chileno y afirmaban la perdurabilidad de las transformaciones emprendidas por su gobierno. Los más radicales condenaron el golpe castrense.
A partir de la experiencia chilena se produjo una decisiva revalorización de la democracia costarricense, explicable por una toma de conciencia del retroceso que experimentaban los regímenes democráticos en América Latina en ese momento. Este fenómeno sería reforzado, en un futuro cercano, por la instauración de una dictadura militar en Argentina.
El que mejor expresó esa preocupación por la crisis de los regímenes democráticos en el continente fue el presidente Figueres: después del golpe de Estado ocurrido en Uruguay el 27 de junio de 1973, manifestó: “Nos estamos quedando solos en América”.
Campaña electoral. En septiembre de 1973 estaba ya en marcha la campaña electoral para los comicios de febrero de 1974; por tanto, no sorprende que Jorge González Martén, candidato presidencial por el Partido Nacional Independiente (PNI), tratara de utilizar los acontecimientos chilenos en contra del PLN.
González Martén apeló a un nacionalismo fuertemente anticomunista y sostuvo: “Si gana Daniel [Oduber, el candidato del PLN], Costa Rica se convertirá en una segunda Chile. Estamos en los albores de serlo si no gana el Partido Nacional Independiente”.
La repuesta más contundente a esas afirmaciones no provino del PLN, sino de Fernando Trejos Escalante , candidato presidencial por Unificación Nacional, el principal partido antiliberacionista de ese momento. Trejos señaló:
“La lección que los costarricense debemos derivar de Chile no es la de que, si gana equis partido [el PLN] y no el nuestro, aquí van a haber caos, guerra civil, más radicalización. Esto no es así […]. Asustar al pueblo con el espectro de la guerra civil es tan irresponsable como decir que todos los candidatos a la Presidencia de la República, con excepción de uno, son incapaces, ignorantes y desprevenidos”.
Sin duda, el derrocamiento de Allende reforzó en Costa Rica un discurso que, al acentuar el excepcionalismo costarricense, privilegiaba la conexión entre nacionalismo, democracia, gobierno civil y reforma social. De esta manera, los acontecimientos chilenos no jugaron a favor de los grupos que daban prioridad a la relación entre identidad nacional y anticomunismo (en especial, el MCRL y el PNI de González Martén).
En cambio, tales eventos fortalecieron la posición de los sectores de centroizquierda, como fue evidente durante la administración de Oduber (1974-1978).