La plataforma donde se desarrolla esta historia es el Programa Juvenil de la Orquesta Sinfónica Nacional de Costa Rica, grupo que cumplió su septuagésimo quinto aniversario en agosto pasado. El personaje de esta historia es Guadalupe Sierra Álvarez, quien, durante cuarenta años, fue el alma del Programa Juvenil.
Guadalupe Sierra nació en la ciudad de San Luis Potosí, México, en el seno de una familia que por aquellos días era conocida como “la distinguida familia Sierra”, a la usanza de Carlos Fuentes, en su libro Las buenas conciencias.
En la década de 1950, Guadalupe Sierra fue enviada por sus padres al Distrito Federal a realizar estudios superiores de Contabilidad Pública, cuando pocas mujeres estudiaban profesionalmente. La ciudad capital respiraba un aire transparente, con un número de habitantes que no rebasaba los siete millones, y cuando tener una licenciatura significaba una garantía de supervivencia y de renombre social.
En aquellos años, Guadalupe no imaginó que su vida tomaría otro rumbo en la capital.
Cuando aún desquitaba la primavera de su vida, conoció al costarricense Alfredo Meza Muñoz, joven médico veterinario con quien posteriormente contraería nupcias y se trasladaría a vivir a San José. De este matrimonio nacerían sus tres hijos: Luis, Graciela y Fernando.
La proeza del romance musical. En 1970, Alberto Cañas Escalante, ministro de Cultura, inició una “revolución musical”: elevó el nivel técnico de los ejecutantes de la OSN, compró instrumentos y organizó un programa educativo adjunto a la orquesta para la preparación de instrumentistas del más alto nivel. Su empeño dio fruto en 1971, cuando se realizó el primer concierto altamente profesional de la OSN con su nueva estructura.
Se dijo muchas veces en los pasillos, en las calles y en algunos hogares –tantas veces que acabó siendo verdad– que el alma de la Sinfónica de Costa Rica se gestó en cuarenta años de hazañas de la secretaria, recepcionista, cajera, asesora y jefa de personal Guadalupe Sierra Álvarez.
Doña Lupe, Lupita o Pita creó su gran historia de vida con el amor a la música y a los estudiantes del Programa Juvenil.
En sus inicios, cuando la Sinfónica Juvenil no contaba con una estructura administrativa sólida ni instalaciones propias, Fernando, su hijo menor, quiso estudiar percusión como si olfateara que el resto de la vida de doña Lupe se iniciaría así.
Ya por entonces, esa orquesta recibía el apoyo desinteresado de padres, madres y jóvenes. Se formaba así el primero de muchos grupos de estudiantes que este programa albergaría y que hoy representan a Costa Rica en diferentes partes del mundo.
El inicio. Doña Guadalupe encontró gran afinidad con la señora Mercedes Campos de Rodríguez, administradora del Programa Juvenil, cuyo esposo también era mexicano. Mientras esperaba a que su hijo Fernando recibiese las lecciones, doña Guadalupe apoyaba a doña Mercedes en algunas tareas; de manera natural, sin pretenderlo, iniciaba su trayectoria como funcionaria de la Sinfónica Juvenil.
Doña Lupe demostró su amor por los alumnos. Ayudar a quien lo requiriese sin considerar circunstancia ni horario la llevó a estar pendiente de niños que no almorzaban porque no tenían dinero. Sin que se notara, ella cubría la necesidad.
También recibía los trajes que iban dejando los niños al crecer, con la confianza de sus padres en que ella entregaría esta herencia al niño indicado. Fue una luchadora que supo compartir su abrigo, reír y llorar con sus compañeros. Hizo suyas las alegrías y las penas de todos, minimizó sus defectos y exaltó sus virtudes.
Generaciones fueron y vinieron, y doña Guadalupe vio crecer a los estudiantes de música y reconocerlos después como padres que retornaban con sus hijos al Programa Juvenil.
La exactitud de la cosecha. En una ocasión, refiriéndose a ella, el escritor y pianista Jacques Sagot la describió como el perfecto relojero de la Juvenil, “quien se encarga de que todas las piezas trabajen en una perfecta armonía”.
En la familia de doña Guadalupe, todas aquellas vivencias formaron parte de las sobremesas. La Juvenil era el tema de conversación: como de un terreno de siembra, se hablaba del desarrollo de la cosecha, con atención en algunas semillas.
En la Sinfónica, tanto músicos, como estudiantes, padres y madres de familia y sus compañeros de trabajo y de vida, describen a Guadalupe Sierra como el alma del Programa Juvenil que sembró y cosechó el fuego del servicio por casi cuarenta años.
La sutil energía de Guadalupe Sierra quedó para siempre en la Sinfónica y fue portadora de la memoria de México que muchos conocieron por medio de ella.
Hoy, Lupita, ya jubilada, se mantiene en constante comunicación con su gente, a la cual visita para responder al cariño que nació en su corazón desde su juventud.
Doña Guadalupe describe el significado de sus vivencias en la Orquesta Sinfónica Juvenil de Costa Rica sin un ápice de presunción. Al estilo del poeta León Felipe: “Nadie va hoy, ni fue ayer, ni irá jamás por el camino que yo voy, para todos guarda un rayo de luz el Sol y un camino virgen Dios”, ella simplemente dice: “¡Fue mi vida!”.