Seúl, Corea
Desde 2005, Frans Broersen viaja a Corea del Norte con fajos de billetes y regresa con las maletas llenas de obras de arte, convencido de controlar un mercado que tiene gran potencial.
Algunos expertos acusan a este inversor holandés de ser un oportunista más que un verdadero coleccionista y cuestionan la calidad de las obras, en su mayoría cuadros conseguidos a lo largo de siete viajes.
Frans Broersen cuenta que entró en los talleres de los artistas norcoreanos más importantes o de sus viudas repartiendo cientos de miles de euros en efectivo.
Así se hizo con una colección de unas 2.500 obras contemporáneas, entre las que destacan algunas de pintores de renombre como Son U-Yong y Jung Chang-Mo.
Casi 150 de ellas se exhiben en la muestra "Tesoros escondidos de Corea del Norte al descubierto" en el Centro Kintex de Corea del Sur.
Broersen, que creó una fundación con dos socios holandeses, reconoce que "nunca había visto una obra de arte norcoreana" antes de viajar a Pyongyang.
El empresario no esconde su objetivo: "queremos rentabilizar la inversión, no somos filántropos", comentó.
Ya anteriormente había utilizado la misma estrategia en el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991, al comprar obras rusas cuando el mercado se abría y los precios se disparaban.
"La colección representa una enorme inversión a largo plazo. Especulamos sobre el hecho de que un día, las dos Coreas se reunificarán, el mercado se abrirá y el valor de las obras subirá. Pero por el momento no hay mercado", reconoció.
En Corea del Norte el mundo del arte está muy controlado. El abstracto, considerado contrarrevolucionario, no existe. El Estado cataloga a los artistas, dando prioridad a "los del pueblo", como Jung y Song.
Para Carey Park, experto en la Universidad Nacional de Herencia Cultural de Corea del Sur, "el problema es la procedencia".
Los artistas reproducen a menudo sus obras más populares, copiadas a su vez por otros, para que lleguen al mayor número de personas posible. "Es una marca distintiva del sistema norcoreano", declaró Park, quien añade que muchas obras se pintan para agradar a los extranjeros.
Esto dificulta encontrar lienzos de calidad, de procedencia segura y que reflejen realmente la sociedad norcoreana.
Para Koen De Cuester, experto en arte norcoreano de la Universidad de Leyde en Holanda, tener muchas obras no garantiza nada.
"Que algo venga de Corea del Norte no lo convierte en representativo del arte norcoreano. Realizan muchas cosas a gusto de los extranjeros, o lo que ellos creen que les gusta, y el mérito artístico de estas obras es dudoso por bien hechas que estén", valoró el experto.
El experto pone como ejemplo una de las obras expuestas, que retrata a una mujer en biquini y a un niño chapoteando en el agua. "Esta obra no se expondría en Corea del Norte. Está destinada exclusivamente al mercado extranjero", dijo.
De Cuester estima que sólo dos o tres colecciones privadas poseen obras norcoreanas de calidad.
"Y son el fruto de años, o de décadas, intentando frecuentar el arte norcoreano", agregó.
Hans Broersen comenzó a comprar lienzos "por intuición" por valor de más de 300.000 euros.
Recuerda una visita al taller de Son-U-Yong. "Dije, quiero éste, éste, éste y el otro más. Compré 25 o 30 cuadros. Estaban boquiabiertos. Sabe Dios cuánto dinero gasté".
Como consecuencia de ello, en su tercer viaje, el precio se había multiplicado. Los artistas o sus parientes venían directamente a verme a la habitación del hotel con obras para vender. "Había viudas, jubilados, jóvenes. Nos comunicábamos con las manos", afirma.
Su último viaje al país fue en 2010.