El Museo de Arte Costarricense (MAC) adquirió, en noviembre del 2016, una colección de dibujos y grabados de Francisco Zúñiga, pertenecientes a la Fundación Zúñiga-Laborde, ente tutelar del legado del artista.
El fondo está compuesto por obras representativas de varios períodos de su carrera, desde 1930 y hasta 1987, y en diversos formatos y técnicas sobre papel. Con esta adquisición, el MAC recibió, además la donación, por parte de la Fundación, de una serie de 28 estudios para el Monumento al Agricultor.
Por su composición y extraordinaria calidad, este nuevo conjunto consolida las colecciones estatales con obra del artista, y permite abordar un estudio más integral y cercano de una producción abundante y compleja.
Ampliamente reconocida y representada en colecciones de museos y privadas desde los años 1930, la obra de Zúñiga es aún hoy eclipsada por aproximaciones críticas y apropiaciones reductivas y simplificadoras, lecturas a menudo circunscritas a la mera consideración de soluciones estilísticas o a la revalorización de la figura de la mujer indígena o campesina.
La importancia de la obra de Francisco Zúñiga en el contexto del arte costarricense –y más ampliamente latinoamericano– reside en su abordaje profundamente original de los desafíos éticos y estéticos de la modernidad, entendidos desde una perspectiva de renovación conceptual y formal.
La obra de Zúñiga nos aparece como un magnífico contra-discurso del legado del colonialismo, aún demasiado palpable en el edulcorado arte académico de su época. Zúñiga retoma de manera recurrente temas iconográficos de tradición europea, como las tres edades, la mujer a la ventana, o la mujer a la vela. Sin embargo, en un exquisito gesto de rebeldía moderna, sus personajes –abordados desde un lenguaje plástico tanto naturalista como interpretativo– son visiones subversivas.
Sus figuras se revelan como traducciones físicas de un sutil pero poderoso manifiesto poético y político sobre las relaciones de clase y dominación.
El artista de la modernidad
Entre 1926 y 1927, Zúñiga cursó brevemente la carrera de Artes Plásticas en la Universidad de Costa Rica, bajo la instrucción academicista de Tomás Povedano. Sin embargo, su ejercicio artístico previo en el taller de su padre y su sensibilidad hacia las corrientes fundadoras de la modernidad occidental marcaron definitivamente la aproximación técnica y filosófica de su trabajo, visible en su pintura de los años 1930, ya fulgurante y asentada en las antípodas del canon académico.
El ejercicio técnico del dibujo en sus primeros años como artista saluda su estudio riguroso de grandes maestros clásicos (Durero, Da Vinci, Miguel Ángel, Bernini) y modernos (Cézanne, Gauguin, Picasso, Nolde, Brancusi), alimentado por preocupaciones relativas a la representación de su propio entorno.
No en vano, en la década de 1930, la calidad y originalidad de sus trabajos le hacen objeto de una serie importante de galardones y reconocimientos.
La partida del artista hacia México en 1936 fue el catalizador para la eclosión conceptual y estilística de su obra.
Inscrito en una nueva condición geográfica y cultural, su visión se nutre con los grandes cuestionamientos desencadenados desde la Revolución Mexicana: la cuestión racial, la reivindicación indigenista, las luchas campesinas y obreras. Estos cuestionamientos, propios de la condición poscolonial y posrevolucionaria en México, alimentaron la efervescencia de los círculos intelectuales y artísticos –entre ellos, los muralistas– ocupados ya en la exploración de la agenda formal y conceptual de la modernidad.
En este contexto, Zúñiga encuentra terreno común para muchas de sus propias preocupaciones creativas.
En 1938, emprende el recorrido de una gran parte del territorio mexicano, afianzando su interés –ya expreso en la obra desarrollada en Costa Rica– por los espacios y figuras de la vida de las clases populares, en particular semiurbanas y rurales.
En los años posteriores, su obra se decanta decididamente por la representación de la figura humana –particularmente femenina– dejando la representación del espacio y del objeto como preocupaciones marginales y supeditadas a la primera como herramientas formales o simbólicas.
Desde la década de 1950 se percibe la madurez de su obra. Las mujeres que pueblan sus dibujos, cuadros y esculturas, nos aparecen espléndidas, inmutables y de delicada naturalidad.
Rebozos y tocados –prendas simbólicas ampliamente evocadas en los trabajos de Zúñiga– remiten a la misteriosa vida interior de los personajes que los portan, aislándolos y dotándolos de una indiscutible dimensión espiritual.
Las preocupaciones de la modernidad, como gran paradigma del siglo, se conjugan en una obra que refuta los discursos ideológicos y formales oficiales, tratando temas locales o tradicionalmente marginados, con una gran sofisticación técnica y conceptual.
Paraíso perdido
En el portafolio 16 Entalladuras , editado por la Fundación después de la muerte del artista, y que forma parte de la reciente adquisición del Museo, se halla la xilografía de un autorretrato de Francisco Zúñiga, de una plancha ejecutada en 1934, antes de su partida a México.
La xilografía presenta el busto del artista en el primer plano; detrás, campos, montañas y nubes componen un paisaje. En el reverso de esta plancha, Zúñiga ejecutó, en el mismo año, el retrato de otro artista, representado en similares proporciones a su autorretrato. Se trata de Paul Gauguin.
La existencia de esta plancha de doble cara con los dos artistas no constituye, a primera vista, un dato extraordinario. Sin embargo, la coincidencia no es anodina, sino esencial para comprender el proceso conceptual de Zúñiga y su aproximación fundamental a la práctica del arte desde el inicio y a lo largo de su carrera.
Nacido en 1848 en París y fallecido en 1903 en Hiva Oa, en las islas Marquesas, Paul Gauguin creó una obra pictórica de colores francos y personajes misteriosos, alejada de las ciudades y al margen de su propio tiempo. Viajero incansable y enemigo del mundo civilizado, Gauguin dedicó su vida a la búsqueda obsesiva del paraíso perdido: un mundo primitivo y salvaje, un espacio incorrupto de la tierra de donde surgiría toda belleza y verdad.
En busca de este paraíso, recorrió la Bretaña, Panamá y la Polinesia Francesa, donde produjo en fin innumerables obras de prodigioso exotismo y melancolía, pobladas por mujeres de cuerpos densos y voluptuosos, atemporales y silenciosos.
Ya en la pintura de Zúñiga de la década de 1930 se advierte el eco de Gauguin, en particular en la selección de temas y el tratamiento formal del color.
Los lazos entre estos artistas son, sin embargo, más sorprendentes y profundos de lo que revela la obra primera de nuestro artista. Zúñiga comparte con Gauguin la búsqueda metafórica de lo sagrado –por definición, atemporal– que se expresa en temas y figuras de implacable humildad y naturalidad, dotadas a menudo de un carácter místico.
En contrapunto de Gauguin, cuyos personajes aparecen dotados de una oscura y lánguida sensualidad, el universo creativo de Zúñiga aborda la figura desde una visión distanciada, serena y luminosa.
Su exploración se desarrolla con herramientas formales, temas humanos y geografías distintas a las de Gauguin, con originalidad y una sensibilidad arraigada en su propia experiencia de la realidad.
Al igual que Gauguin, el costarricense asume desde su modernidad un posicionamiento ideológico reivindicador de una serie de valores renovadores (en su forma, sus temas, sus sujetos) y en oposición a los paradigmas tradicionales de la representación artística.
Con esta nueva colección, compuesta por 66 obras, el MAC asume el compromiso de continuar investigando, valorizando y difundiendo la obra de Francisco Zúñiga, extraordinario artista y fundador de la modernidad plástica en Costa Rica.
Exposición
En la Sala Temporales, el Museo de Arte Costarricense, ubicado en el parque metropolitano La Sabana, expone una selección de las obras de Francisco Zúñiga que compró la institución.
Son 22 piezas ejecutadas por Zúñiga con técnicas como sanguina, grafito, tinta, pastel y acuarela.La muestra estará abierta hasta octubre. El MAC está abierto de martes a domingo, de 9 a. m. a 4 p. m. La entrada es gratuita.