Mario Zaldívar mazalri22@gmail.com
El baile es una de las tradiciones costarricenses más arraigadas; su práctica va desde las concentraciones nocturnas en salas de baile hasta los concursos de resistencia, algunos cerrados por la policía, luego de durar tres días sin atisbos de concluir.
En los años 50 eran amonestadas las parejas que bailaban muy juntas en la Sodita El Valle, salón de baile ubicado en La Uruca (San José). Su dueño, de apellido Machado, no sabía que la culpa era del vals , el género que por primera vez permitió que el hombre y la mujer se abrazaran. Cayeron todas las maldiciones sobre los bailantes, pero después vinieron innumerables experimentos de pareja hasta desembocar en el erotismo bailable.
Los poetas han sido quienes mejor definieron a los bailadores. El letrista de tangos Enrique Cadícamo lo dijo con nostálgica sapiencia: “Cuando bailás sensual un tango guapo, / entre el reaje vuela tu pollera, / y, al ondear en el aire, en vez de un trapo, / parece que flameara una bandera /. […] Tango de lengue, obsceno garabato, / que dibujan con sus pubis las parejas”.
En Costa Rica, los bailadores han desempeñado un papel fundamental en la historia de la música popular; sin ellos, las orquestas serían telón de fondo de los diletantes aburridos, o, a lo sumo, relleno de conciertos por contrato.
Felizmente, en San José y otras provincias, los bailadores fundaron una institución paralela a las orquestas, algunas veces con el nombre de seguidores y otras como clientes de las salas de baile.
¡Vamos a bailar! Los viejos músicos de las orquesta josefinas recuerdan a José Ángel Vásquez, conocido como Veintiuno, quien, además de gran bailarín, era baterista y administrador de salones de baile. Él y el empresario y compositor Gerardo Jiménez iniciaron la práctica de organizar bailes para las fiestas de fin de año en la plaza González Víquez y en las celebraciones patronales de enero, en Alajuelita.
Juan Bautista Rojas, vecino del barrio México y conocido como Tista, brilló en las salas de baile de los años 40 en adelante, sobre todo en aquel mítico salón llamado El Magyruz, ubicado al sur de la capital.
Cuando el maestro Otto Vargas iniciaba su carrera con en el saxofón, ya Tista Rojas era un experimentado bailarín. De esa línea era el Negro Calderón: fino, elegante, reclamador de un espacio para exhibir su arte. Polémicas aparte, el Negro Calderón es el único bailador costarricense que se acerca al mito, y solo el tiempo dirá la última palabra sobre este tema.
Jorge Miranda, conocido como el Pachuco Miranda, incorporó con éxito la moda impuesta en México por Germán Valdés, Tin Tan , con sus sacos largos y las perneras cerradas en embudo hacia los zapatos, auténtica figura del pachuco de los años 50.
Miranda no solo bailaba: también cantaba esporádicamente con las orquestas de salón. Se dice que poseía una voz media, con excelente medida, a un paso de los cantantes profesionales.
En las salas de baile del barrio México se veía a Ernesto Ricardo León Arias, conocido como Chiky , bailarín de espectáculo, innovador de coreografías originales, dispuesto a ir más allá de lo convencional.
Isidro Salazar, el recordado Papi María fue maestro del bolero, del chachachá y del danzón, y marcó las salas de baile desde los años 50. Había en ese barrio un bailarín conocido como Mellín , el “Rey del Cortito” porque bailaba en un espacio reducido.
El maestro Otto Vargas recuerda a una pareja de bailarines que siempre acompañó a su orquesta: Norman Sánchez y Nery, exquisitos ejecutantes de todos los ritmos. La Sonorísima, conjunto de gran impacto durante los años 80, tenía su pareja emblemática: Julia y Julio, totalmente acoplados para trazar los pasos de baile más audaces.
Había otros bailarines solo conocidos por sus apodos: Ameba , El Indio Retana y Lucas Caballero en San Ramón; el Bizco Maltés, Fito Molinari, Pipo, Chochón, Nelson Herrera, Miguel Saborío, Marilú Salas, Marta Oreamuno y Mayra López en Alajuela, y Coca Güevos , Guido Güevo , Conejo y Manzanita en San José.
Bailarines en el extranjero. Mínor Zeledón, apodado Piel Roja , fue un tico especialista en mambo. Allá por los años 60, en Los Ángeles (California), llegó con un grupo de costarricenses a bailar en un concierto de la orquesta de Dámaso Pérez Prado.
Era imposible bailar porque la sala estaba abarrotada, pero los paisanos se acercaron a la tarima, y, cuando el Rey del Mambo arrancó con su orquesta, los ticos lanzaron a Piel Roja al escenario y este comenzó a bailar al ritmo del mambo.
Los miembros de la seguridad trataron de sacarlo, pero el mismo Dámaso Pérez Prado los detuvo e invitó a Zeledón a continuar. A partir de esa intervención, Pérez Prado contrató a Piel Roja para que participase con su orquesta durante dos semanas de trabajo en Los Ángeles.
Yadira Jiménez nació en Cartagena (Colombia), pero vivió durante muchos años en el barrio Amón. Emigró a México en la época dorada del cine de ese país, cuando las rumberas dominaron el espectáculo de uno de los centros más importantes de la farándula mundial. Bailó en varias películas: Rosa Inés, Amor ciego, En un solo pie, Amor de mi bohío y otras. Además de bailar, Yadira tocaba piano y violín.
Fernando Quirós, también conocido como Freddy Quirós, cantó con diversas orquestas costarricenses; sus coetáneos lo conocían como Tin Tan por su modo estrafalario de vestir. Además de cantante, Quirós se distinguió como un destacado bailarín, lo que le valió emigrar al Ecuador, donde hizo una exitosa carrera.
Bailar es un argumento a favor de la teoría de la evolución de Darwin: ningún animal sobre la Tierra produce música para que se diviertan sus congéneres, excepto el ser humano.