1.
Diego van der Laat es, ante todo, flaco. Muy, muy flaco, como lo ha sido desde el colegio. Como lo será para siempre, probablemente. Pero dentro de ese cuerpo flaco, Diego se las ingenió para hacer convivir un arquitecto y un escritor.
También a un padre de familia, a un amigo y, todos los domingos en su perfil de Facebook, a un capitán de supuesto –incomprendido– nombre catalán.
—Publicaba unos textitos cortitos, a los que llamaba Bitácora del capitán . Al final, siempre escribía Nit, o buenas noches en catalán, como una forma de despedida. La gente que leía las bitácoras creyó que el capitán se llamaba Nit —dice; en su mano, una botella verde de una cerveza holandesa.
Esas bitácoras encontraron lugar en uno de sus dos libros publicados, Reparticiones , que editó Germinal el año pasado. Al mismo tiempo se presentó su segundo libro, 11 textos temporales , que publicó Editorial Ambigú.
2.
Cuando Diego no sabe qué contestar, no guarda silencio sino que dice que no sabe, que está difícil, y así poco a poco va encontrando la respuesta. Le sucede cuando escribe un cuento, también: introduce un personaje al cual no sabe qué va a ocurrirle y, palabra a palabra, lo va descubriendo.
Le pregunto cómo se inició su interés por la literatura y me dice que no sabe, que está difícil, pero luego recuerda a Kafka.
—Te mentiría si dijera que yo era un gran lector cuando era joven. Incluso al día de hoy, debería leer más. Cuando era adolescente, mientras pasaba por todos esos cambios, encontré La metamorfosis , de Kafka. No es como que yo sea fan del autor, pero fue una de las primeras lecturas que me hicieron sentir algo diferente. No solo eso, también me hizo pensar como “qué pasa si yo intento hacer algo parecido”.
Después vinieron las lecturas de siempre, las que toca hacer en juventud. Borges, Cortázar, Onetti, etcétera. Con ellas de lado, las manos le empezaron a picar. Cumplió, por supuesto, con el cliché que uno espera de la adolescencia: poemas y canciones que, al día de hoy, Diego considera terribles. Después, cuando estaba en la universidad, escribía cuentos muy cortos que imprimía y engrapaba para regalárselos a los amigos.
—Después, cuando comencé a ir a talleres de narrativa y me preocupé más por lo que quería escribir, empecé a leer ya no para disfrutar, sino para intentar entender lo que los autores estaban haciendo, ver dónde estaba el truco. Ahora leo así.
3.
El estudio de arquitectura de Diego no se llama, como le recomendaron alguna vez, Diego van der Laat Arquitectos. Se llama sanjosérevés. Ya eso debería bastar para darse una buena idea de su trabajo y de su forma de ver las cosas. sanjosérevés es también un sitio web que, aunque primero servía únicamente para publicar su trabajo en arquitectura, pronto se convirtió en una plataforma para juguetear con la literatura.
Un día molesto por un trabajo que no le emocionaba, Diego llegó a su casa y pensó: ¿por qué no escribir en sanjosereves.com? “Es mi página y puedo hacer lo que quiera con ella”. Así nació Bruno Porter , primer texto no relacionado con arquitectura que Van der Laat publicó en su sitio, dedicado a la icónica banda de rock costarricense activa a finales de los años noventa.
—Si a un cliente le molesta que yo escriba sobre temas ajenos a la arquitectura, entonces es probable que no nos llevemos bien. Sé que estoy contento con un proyecto de arquitectura si puedo escribir algo al respecto.
4.
Pese a que su plataforma es digital, publicar un libro le transmitió a Diego una sensación diferente. Ya desde niño sentía una gran atracción por el libro como objeto. No que signifique que publicar en formato físico sea más valioso, simplemente “es diferente”.
—Yo no escribí Reparticiones como un libro. Fue una acumulación de piezas que tomaron forma con los años. Algunos son muy viejos, del 2009. Son 13 cuentitos que nacieron en los talleres de narrativa. Relatos que se tocan y que, poco a poco, pasan de lo cotidiano a lo más fantasioso.
11, en cambio, aglutina relatos mucho más cotidianos y cercanos a la realidad del autor. Dice Diego que, hoy, no podría escribir un cuento como los que se incluyen en Reparticiones. Su estilo, en cambio, se parece hoy mucho más a 11 .
—La gente dice que hay un primer libro que uno no debe publicar. Sin embargo, si no publicás el primero, no podés publicar el segundo. Reparticiones es como una tesis de graduación. Puede que envejezca mal, pero tenía que suceder.
5.
El cambio entre un libro y otro es complicado de explicar para Diego. De nuevo, la respuesta es no sé. Un no sé que muta a decirme que 11 presenta un estilo que es mucho más cercano a él. En los textos aparecen su familia y sus amigos, él mismo personificado. Reparticiones , en cambio, es mucho más distante en el tiempo y el estilo.
—Yo solía agarrar La Extra y de ahí sacaba ideas para los textos. Todos los relatos de Reparticiones son titulares de periódicos amarillistas, estirados a una página y media. Son puros sucesos.
6.
—Entonces, ¿qué es la literatura?
—Uf, no tengo idea. No sé qué es. Cuando me escribiste el correo para coordinar la entrevista, pusiste que querías hablar de “mi literatura” y me sentí rarísimo. Siento que la camisa de la literatura me queda inmensa. Yo jamás pondría en la hoja de migración, cuando llegás al aeropuerto, “Profesión: escritor”. Me siento escritor en el ejercicio de estar escribiendo, pero no en si lo que escribo es literatura o no. En serio, no sé qué es la literatura. Supongo que Reparticiones es una obra literaria, pero me siento muy pretencioso diciéndolo.
—Tal vez es porque la gente suele tener una idea muy pretenciosa de qué es la literatura, ¿no creés?
—Sí, tal vez yo tengo esa misma idea y, por eso, me siento mucho más contento y libre cuando escribo en el blog, porque no siento esa presión de “hacer literatura”. A mí lo que me gusta es reírme cuando escribo.
7.
Durante la segunda cerveza, le pregunto a Diego por sus autores favoritos, los que mayor influencia han tenido en su forma de escribir, en su forma de ver el mundo, en su trabajo. Menciona a Raymond Carver, el libro de cuentos Jesus’ Son, de Denis Johnson; a la argentina Samanta Schweblin con quien comparte catálogo en Germinal; el trabajo de George Perec, a Kurt Vonnegut.
Le menciono que, a lo largo de nuestra conversación, he notado la presencia de autores estadounidenses en sus recuerdos. Me dice que hace poco le pidieron hacer una lista de 10 cuentos importantes para él.
—Todos eran gringos, menos Juan Carlos Onetti. No sé por qué. No te leo rusos; no puedo con esos nombres eternos de los personajes.
Cuenta, también, que disfruta mucho del trabajo del pintor Edward Hopper. Dice: “Cuando ves sus cuadros, el manejo de la luz, esa falsa calma. Me da una sensación de que algo muy feo está pasando ahí, en esa habitación. Algo que el autor no me muestra pero que está ahí. Creo que influencia en mí el deseo de contar algo sin decirlo”.
8.
—Me gusta que me editen, me gusta sentir que los textos son el resultado de un trabajo colaborativo. Por supuesto, la gestación es un proceso solitario, pero, tal vez porque soy muy inseguro, después necesito pasarles los textos a mis amigos. Eso sí, a amigos que sé que van a decir que les gusta –se ríe Diego, mientras bebe su cerveza y la brisa fresca de barrio Escalante le despeina los cabellos largos, castaños, en una tarde límpida de enero, en la terraza del bar Casa Agüizotes, muy cerca de la casa en la que Diego y su familia vivirán a partir de los próximos meses–. Soy muy inseguro con la ortografía. Me cuestan mucho los “que”. Me tomo horas pensando si un “que” se tilda o no.
Su trabajo colaborativo tuvo un punto alto durante el 2014, el mismo año en que se publicaron sus libros, cuando montó la exposición Krill , en TEOR/éTica, en barrio Amón. Allí, exhibió una serie de imágenes arquitectónicas que se complementaban con textos de su amigo Luis Chaves.
—Yo hacía las imágenes, y Chaves hacía los textos a partir de ellas. Era una especie de pingpón.
9.
En el 2003, Diego viajó a Londres para estudiar en la Architectural Association (AA), escuela independiente de arquitectura más antigua del Reino Unido y una de las más importantes en todo el mundo. Era su tercer año de carrera.
—Ahí estudia gente brillante, gente muy inteligente— me dice.
Pasaba horas metido en la biblioteca de la universidad, escribiendo ensayos para las materias teóricas del programa. Dedicaba muchísimo tiempo a buscar la bibliografía adecuada y los términos correctos para satisfacer a sus profesores.
—Leía cosas que no entendía, hacía citas, usaba palabrotas. En el AA solo existen cuatro notas: no pass , low pass, pass y high pass . Yo siempre sacaba low pass . Cuando estás rodeado de gente tan inteligente y competitiva, eso te agüeva.
En una de sus clases, Diego tomó una decisión. En lugar de encerrarse en la biblioteca a intentar cumplir con lo que se suponía que tenía que hacer, se inventó todo. La bibliografía, las citas, las cifras.
—Era un ensayo urbanista sobre una ciudad que no existía. Me la pasé muy bien por primera vez . Fue mi primer high pass (nota destacada). Eso me dio muchísima seguridad para todo lo que hago. Si me la paso bien, las cosas van a salir bien.
DVL Arquitectos
Diego van der Laat es, al mismo tiempo, un arquitecto que escribe y un escritor que diseña. “No podría quedarme con una sola faceta; para mí, son lo mismo”, dijo.
Aunque su carrera en la literatura es novel, sanjosérevés, su oficina de arquitectura, ya ha dado grandes pasos en pocos años.
Dice Diego que su principal proyecto ha sido el diseño del plan maestro y de los edificios del parque metropolitano La Libertad, ubicado en Desamparados.
Otra de sus principales obras fue la remodelación del edificio de La Llacuna, clásica edificación en el centro de San José.
También estuvo a cargo de la conceptualización del edificio del Museo de Jade, ubicado en el centro de San José.
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Diego forma parte del ciclo de autores de la sección de opinión Tinta Fresca, que se publica en la Revista Dominical. En este enlace puede seguir sus publicaciones, que comenzaron el pasado 17 de enero.