Víctor Hurtado Oviedo, editor vhurtado@nacion.com
El pez gato se cayó del techo cuando pretendió caminar sobre el agua. Desde entonces, el pez gato se quedó a vivir en el agua repartiendo sus siete vidas entre los siete mares. El pez gato tiene de gato que también come pescado, pero, a diferencia del gato casero, su habitat natural es la pecera del mar. En vez de quedarse mirando los peces de colores de una pecera, el pez gato se metió en ella. En las azules noches del mar, el pez gato maúlla al pez luna –o sea que no hay nada nuevo bajo el Sol–.
Al pez gato también lo llaman “bagre”, pero, según dicen en los pasillos del mar, al pez gato le displace aquel nombre y lo considera “malsonante”. El pez gato suele emplear este cultismo para impresionar a las sirenas; empero, fracasa: ellas nunca lo escuchan pues siempre pasan corriendo.
El pez gato halló “malsonante” en el Diccionario académico, pero comprobó con pena que nadie más lo lee porque, para los peces, los libros son papel mojado.
El primer retrato que se conoce del bagre es un bajo relieve del año 2750 a. C., hecho en Egipto. El pez gato aparece de perfil porque es egipcio. En ese entonces, toda la gente era de perfil, lo que facilitaba la contratación del personal ya que solo bastaba publicar el perfil del candidato. El problema eran las fotos de los pasaportes.
Al bagre se lo llama “pez gato” porque usa bigotes como los gatos de pelos. Los bigotes de gato son antenas de conejo que apuntan a los ratones. Esto está muy mal pues nunca debe señalarse a la gente, mas el pez gato no incurre en tan incivil conducta: él se dedica a electrocutar a los otros.
El pez gato es uno de los pocos animales marinos que irradian electricidad para repeler amenazas y para cazar a sus presas.
Otros animales que comparten tan chocante actitud son el pez torpedo y la anguila.
La explicación de por qué esos animales irradian electricidad es asaz compleja, pero se reduce al hecho de que su sistema nervioso puede acumular electricidad estática como las botellas de metal de Leyden, aparatos muy simples usados en el siglo XVIII.
Esas botellas funcionan con el mismo principio de los antiguos flashes de la fotografía, que acumulaban electricidad para lanzarla luego como un relámpago.
Aunque en el mar ya era bien sabido, entre las personas se ignoraba si era realmente electricidad la energía que lanzaban dichos animales, sobre todo porque no producían chispas. En el siglo XVIII era impreciso el concepto de la electricidad, ya conocida gracias a las máquinas electrostáticas, que sí creaban chispas.
La demostración de la propiedad eléctrica de la anguila fue un triunfo del físico John Walsh. Él puso una anguila en un recipiente con agua, y dos alambres semisumergidos y separados; al vincularlos Walsh con otro alambre, la anguila sintió el “campo eléctrico”, se acercó a él, lo electrificó, y en el aire apareció una chispa; mas fue la segunda: la primera había nacido del genio de Walsh.