El 31 de mayo de 1887, unos meses después de cumplir 73 años de edad y por razones poco claras, acababa con su vida el naturalista alemán Moritz Wagner, recordado por sus ataques al modelo darwiniano de selección natural, pero importante para nosotros por dejarnos algunas de las mejores descripciones sobre la gente, las ciudades y la naturaleza de la Costa Rica de mediados del siglo XIX.
Su obra relata lo pueblerino de San José, la belleza de las ticas y el desgano en las obras urbanas, así como el poco valor que se daba a la ciencia pese a lo maravilloso de la naturaleza local.
Junto a Karl Scherzer, Karl Hoffmann, Alexander von Frantzius, Julián Carmiol y otros alemanes, Wagner forma parte de este tour de force de 865 páginas que es Trópico agreste: La huella de los naturalistas alemanes en la Costa Rica del siglo XIX, libro del entomólogo e historiador costarricense Luko Hilje.
Hilje relata las vidas y los logros de los principales naturalistas alemanes que influyeron en la Costa Rica del siglo antepasado, corrigiendo aquí y allá pequeños errores históricos que se habían colado en los textos.
Luko Hilje no se contentó con presentar de manera amena, con citas textuales oportunas, las historias rescatadas de viejos documentos, sino que agregó –sin duda tras mucho esfuerzo de búsqueda– grabados, facsímiles y fotografías para comprender mejor cómo lucían sus personajes, cómo eran sus casas y qué apariencia tenían entonces nuestros paisajes.
Reproducir documentos viejos, generalmente amarillentos y borrosos, es una labor difícil, y la Editorial Tecnológica de Costa Rica tuvo éxito en la mayoría de los casos.
Sin embargo, los lectores se quedarán en general con una visión sesgada de los viejos naturalistas : siendo la fotografía poco común a mediados del siglo XIX, fueron retratados en su ancianidad, lejos ya de su época de exploradores.
Podemos imaginar a los costarricenses del siglo XIX como gente aislada e ignorante, pero algunos de estos visitantes alemanes nos relatan que había quienes sabían de ciencia y leían lo último de las revistas y periódicos parisinos. La cultura francesa era al menos tan influyente como lo es hoy día la estadounidense.
Para ubicarnos, el libro comienza con una descripción de la vida diaria pues sin ella sería difícil entender las limitaciones a las que se enfrentaron estos naturalistas, usuarios de candelas, bacinillas y cocinas de leña.
Con subtítulos llamativos (“Angostura, el gran sueño abortado”, “Hoffmann, los sueños efímeros”), el libro pasa de esa introducción ubicadora a explicar la difícil situación política y social en la Alemania de 1848, que, combinada con la obra de Alexander von Humboldt, favoreció la emigración al trópico.
Hilje describe lo duro del viaje por mar en naves que eran más botes grandes que verdaderos barcos; lo difícil de adaptarse y hallar ocupación al llegar a Costa Rica; la participación alemana en la guerra contra William Walker, y sobre todo las vidas y obras de von Frantzius, Hoffmann y Carmiol, que se tratan en mucho mayor detalle que las de los naturalistas que solo estuvieron brevemente de paso en Costa Rica.
Ocasionalmente, el autor deja ver sus propios sentimientos, como cuando imagina la impresión que puede haber tenido el aldeano José Cástulo Zeledón, pupilo de von Frantzius y primer naturalista costarricense, al llegar por vez primera a Washington.
Para acumular la enorme cantidad de información que sintetiza Trópico agreste , se requieren un amplio bagaje cultural, recursos financieros, tiempo y la paciencia necesaria para dedicar años a la búsqueda de oscuros documentos en bibliotecas ubicadas en varios continentes.
Es una fortuna para la cultura costarricense que tengamos a alguien que dispuso de tales requisitos, y esto lleva a la única carencia notable en el libro: la falta de un índice temático y de la biografía del autor –ninguna carencia achacable a Hilje–.
Esa es una falta común en las editoriales costarricenses y dejará a los lectores preguntándose cómo alguien con un nombre tan raro escribe con tanto amor por Costa Rica, su historia y su naturaleza.
Los otros naturalistas, cuya influencia aun puede verse en la biología nacional y en el papel sobresaliente de Costa Rica en el conservacionismo mundial, acabaron de maneras diferentes de la de Wagner.
Scherzer murió rico en Europa, en donde también vivió sus últimos días von Frantzius, mientras que Hoffmann falleció empobrecido en Puntarenas, y Carmiol murió anciano en San José.
Sin embargo, todos ellos reviven en este libro con sus anécdotas, aportes y fallas humanas, dejando, en quien lee, una inevitable mezcla de admiración y nostalgia.
[Luko Hilje Quiros es licenciado en Biología y doctor en Entomología, profesor Emérito del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), miembro de la Asamblea de Fundadores del Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio) y miembro honorario del Colegio de Ingenieros Agrónomos de Costa Rica.]