Rafael Á. Méndez Alfaro
L El 5 de setiembre de 1880, de entre una terna avalada por el general Tomás Guardia, presidente de la República, la Santa Sede elegía como obispo de Costa Rica a un sacerdote alemán llamado Bernardo Augusto Thiel, quien para entonces contaba con escasos 30 años. El país que desde el ascenso de Guardia al poder, una década atrás, tenía vacante el solio episcopal, recibió con beneplácito al nuevo inquilino de la catedral josefina.
Thiel asumió con fervor su nombramiento como cabeza de la clerecía local y rápidamente llevó acciones tendientes a organizar asuntos administrativos de la iglesia católica, firmar decretos, escribir circulares y cartas pastorales, así como ejecutar traslados regulares a las comunidades del país. Tres meses después de su nombramiento visitaba capillas e iglesias josefinas de la Uruca, Las Pavas, Zapote, San Sebastián, la Soledad y otros barrios. Un año después su programa de visitas canónicas incluía los departamentos de Guanacaste y Puntarenas, así como poblaciones aledañas a la capital.
Periódicos de la época como El Mensajero (20/12/1881) dan constancia de la activa participación que el nuevo obispo ofrecía en diversas actividades de naturaleza religiosa en la capital costarricense.
En 1882, su periplo por las parroquias y templos de la provincia de Alajuela y los territorios de Talamanca, Tortuguero y Parismina, promovieron el entusiasmo católico entre la población, poco habituada a tener entre los suyos a una figura de tal envestidura. Algunas de las decisiones de Thiel, no carentes de polémica, provocaron una natural reacción entre sectores intelectuales de la época.
Centro de cultura. Para cuando Thiel arribó a la villa de San Ramón el 19 de marzo de 1882, su itinerario lo había llevado antes a los sectores de San Pedro, Grecia y Naranjo. De entre estos poblados, el de San Ramón destacaba por la presencia de un floreciente círculo intelectual aglutinado alrededor de una próspera biblioteca, instalada en el centro de esta villa.
De acuerdo con Rafael Obregón Loría ( Nuestras bibliotecas antes de 1890 ), artículo publicado en 1955, la biblioteca de San Ramón tenía tres años de instaurada para cuando el peregrinaje del obispo alemán lo llevó a tierras alajuelenses. La iniciativa de su fundación procedía de una reconocida figura política del medio local, Julián Volio, quien se encontraba ahí en condición de exiliado y contaba como patrocinador y primer director de lo que dieron en llamar la “Sociedad Bibliotecaria”, a Juan Vicente Acosta, padre del futuro gobernante Julio Acosta García.
En sus anaqueles disponía de unos 1.300 volúmenes, de los cuales 122 constituían una donación de obras selectas llevada a cabo por el general Guardia, quien llegó a visitar el sitio a inicios de la década de 1880, y otros 500, una compra directa efectuada en el continente europeo.
Bajo la tutela de quienes dirigían la biblioteca estaba la celebración de veladas literarias los sábados en la casa de Julián Volio, además de la publicación regular de un periódico titulado La Unión y de otro llamado El Ramonense , este último órgano oficial de la Sociedad Bibliotecaria. Esto deja ver que las actividades promovidas le daban un estatus de foco cultural entre la población de esta villa y sus alrededores.
Libros profanos. A pesar de que la gira canónica del obispo Thiel contempló diversas labores pastorales como la revisión de libros parroquiales y expedientes matrimoniales, confirmación de niños, celebración de varias eucaristías y traslado al panteón general, la persistencia del cura local porque visitase la biblioteca popular levantada en su jurisdicción terminó convenciendo al prelado alemán de realizar una rápida visita al centro de sabiduría laica. La impresión que el obispo se llevó no resultó del todo de su agrado.
Escrito en tercera persona por Thiel, el reporte de la visita efectuada a la biblioteca de San Ramón, ubicado en el Archivo Histórico Arquidiocesano de San José, manifiesta lo siguiente: “Al encontrar el libro Historia de la Prostitución no pudo Su Señoría menos que manifestar públicamente su descontento de que tales obras se permitiesen en una biblioteca fundada con el fin de difundir luces e ilustración. Vista toda la biblioteca dijo al último a todos los que se hallaban presentes, que en esa biblioteca había algunas obras buenas, muchas obras malas y varias obras enteramente perniciosas”.
Sobre la visita del obispo, Obregón Loría señaló que este se “escandalizó al ver en los estantes las obras de Víctor Hugo, Alejandro Dumas y otros autores condenados, según decía, por la iglesia católica”.
Thiel, una vez que externó su criterio, procuró persuadir al cura local de crear una “biblioteca popular buena”, para lo cual ofreció 50 pesos de su patrimonio para iniciar dicha obra.
Resultado de las palabras proferidas por Thiel, José Guzmán, sacerdote ramonense que había insistido en la visita del prelado alemán a la biblioteca en cuestión, publicó posteriormente y bajo su responsabilidad una excomunión contra los socios de la Sociedad Bibliotecaria. Esta polémica decisión desplegada en medio de una sociedad católica y conservadora, afectó no solo el funcionamiento de la biblioteca, sino también su sobrevivencia.
Estos acontecimientos constituyen uno de los antecedentes claves que se tomaron en cuenta para el posterior decreto de expulsión del país que sufrió el obispo Bernardo Augusto Thiel, en julio de 1884, bajo la administración de Próspero Fernández, en medio de las disputas por dirimir las esferas de influencia a las cuales debía sujetarse el poder eclesiástico de entonces.
A la larga, la visita pastoral a la villa de San Ramón no solo generó frenesí entre la feligresía local, sino que representó un momento de ruptura entre los nuevos intereses promovidos por el Estado liberal y el papel tradicional desempeñado por la iglesia Católica en el país.
El autor es coordinador del programa de estudios generales de la UNED y profesor asociado de la universidad de Costa Rica.