A lo largo del tiempo, la humanidad ha representado fenómenos naturales con dioses que usualmente tienen forma humana. En el caso de la guerra, los dioses de tradiciones como la griega y la nórdica proponen una división interesante. Los griegos distinguían entre dos divinidades principales en este ámbito: Atenea, diosa de la batalla estratégica, y Ares, dios de la batalla caótica. De modo semejante, la mitología nórdica establece dos bandos durante el Ragnarök (la gran guerra al final de los tiempos): los dioses, dirigidos por el sabio Odín, y los gigantes liderados por Loki, el desposeído de mente.
Ese esquema dicotómico experimentó un cambio radical en agosto de 1945, cuando se presentó al mundo un arma distinta de todo lo que se había visto antes. El 6 de agosto de ese año, la bomba “Little Boy” azotó la ciudad de Hiroshima, y “Fat Man” hizo lo mismo tres días después con la ciudad de Nagasaki. La primera fue una bomba de uranio y la segunda una bomba de plutonio, elementos nombrados respectivamente por los dioses romanos del cielo y del inframundo.
Esa coincidencia expone la paradoja que existe en la noción de guerra nuclear: los productos de la inteligencia y las consecuencias de la brutalidad causan la misma ansiedad en el ser humano. Lo más alto y lo más bajo de la humanidad ocupan un mismo lugar. En la bomba atómica, Atenea y Ares son uno solo.
Esa paradoja se manifiesta en la creación de una "teología" peculiar, que busca darle cara a este fenómeno en distintos poemas, novelas, películas y otros. El premiado autor Don DeLillo escribe al respecto en su novela End Zone: “Hay un tipo de teología trabajando aquí. Las bombas son un tipo de dios. En cuanto su poder aumenta, nuestro temor naturalmente crece […]. Esta vez quizá hayamos ido demasiado lejos, cuando creamos un ser de poder absoluto”.
Sin embargo, a diferencia de los dioses de antaño, las armas atómicas han tomado la forma de seres menos que humanos. La guerra nuclear se ha encarnado en entidades donde puede apreciarse la ansiedad humana, pero en las cuales el ser humano se resiste a verse reflejado.
Comics, películas y libros. Las deidades atómicas son el producto de los polos de la paradoja. La inteligencia y la brutalidad se combinan dando a luz una sola cosa que encarna a ambas. No obstante, la mayoría de sus representaciones tienden a favorecer un polo, aunque no hay una preferencia marcada por alguno de los dos.
En los comics pueden apreciarse ambos polos: en Hulk , de Stan Lee (1962), y en el Dr. Manhattan, de Alan Moore (1986).
Hulk es un científico que, tras un accidente en un experimento con rayos gama, se convierte en un coloso verde de poder incontenible que amenaza todo a su paso por su absoluta brutalidad.
Manhattan es también un científico que, tras un accidente relacionado con el desarrollo atómico, también se convierte en un coloso de poder incontenible, esta vez azul, y que también amenaza todo a su paso: no por su absoluta brutalidad, sino por una absoluta brillantez, que lo hace completamente indiferente a la vida humana.
Un ejemplo más de esto puede ser el “manga” japonés Akira . Este apenas disfrazado drama nuclear encarna el poder que destruyó Tokio en un niño descerebrado, producto de una avanzadísima carrera de armamentos.
En el cine, la película Gojira ( Godzilla en su lanzamiento en EE. UU., 1954) establece una asociación directa con la bomba atómica. El monstruo se libera a causa de pruebas nucleares, las cuales también lo han hecho invulnerable. La destrucción que causa es comparada con el bombardeo de Hiroshima. El filme destaca la divinización pues el monstruo recibe su nombre de un antiguo dios marino al que se ofrecían sacrificios humanos.
Un contraste es la película Colossus: The Forbin Project (1970), basada en la novela del mismo nombre de Dennis Feltham Jones (1966). Colossus narra la historia de una supercomputadora encargada del arsenal nuclear estadounidense que desarrolla intelecto superior, contacta a su contraparte soviética, y, juntas, toman control de la humanidad a despecho de sus respectivos gobiernos.
Otro filme que ejemplifica esta dinámica es Dr. Strangelove (1964), de Stanley Kubrick. La cinta abunda en personajes diseñados para demostrar el lado caótico y desconfiable del ser humano, quien a su vez es el custodio de la bomba, producto una tecnología tan avanzada que escapa al control.
En el campo literario se aprecia la misma tendencia, con la ventaja de que la literatura proporciona espacios más amplios para explorar ambos polos de la paradoja inteligencia-destrucción.
El poeta “beat” Allen Ginsberg aborda el tema en su Oda plutoniana (1978). En ella enfatiza que el arma nuclear es sublime en su origen tecnológico: “una cosa nueva bajo el Sol”, pero a la vez resalta su calidad de “monstruo de Ira nacido del miedo”.
Por su parte, Thomas Pynchon explora el tema en su novela Gravity’s Rainbow (1973) partiendo desde el desarrollo del misil V2 en Alemania hasta el bombardeo de Hiroshima. El autor expone esto desde la perspectiva de Tyrone Slothrop, un soldado estadounidense cuyas hazañas sexuales provocan bombardeos en lugar de vida. Se refleja así la ideología del “fascismo de la química inorgánica” de su creador: el doctor Laszlo Jamf.
Tecnología con T mayúscula. Las representaciones de la bomba parecen sugerir que el fenómeno está más allá del antiguo esquema mitológico. Conceder cualidades humanas a la bomba, disfrazarla de un ser independiente y distante, o plantearla como un fenómeno racional y caótico no alivia la ansiedad que genera el surgimiento de un arma de tal magnitud.
Las mismas representaciones de esa arma revelan una resistencia a lo concretamente humano, incluso cuando se trata de representaciones antropomórficas. Seres como Hulk, Manhattan y Akira presentan características exageradas hasta el punto de volverse inhumanos. Esto los diferencia fundamentalmente de los dioses homéricos o virgilianos, que poseen toda la gama de pasiones humanas.
En términos generales, incluso cuando se opta por representar a la bomba con aspecto de persona, se deja alguna ventana abierta para evadir el darle carácter completamente humano.
Lo que hace a estas criaturas y a su teología subyacente tan interesantes es que operan de forma contraria a otras criaturas representativas. Los antiguos dioses que personificaban fenómenos naturales –como el mar, el Sol y el fuego– eran percibidos con forma humana en sus mitologías; sin embargo, la bomba atómica (fenómeno artificial) es evadida por la humanidad que la creó.
El horror de esa creación induce a representarla de tal forma que pueda negarse la paternidad de la especie humana sobre ella. En cambio, como argumenta Thomas Pynchon en Gravity’s Rainbow , se atribuye el origen del arma nuclear a una Tecnología incorpórea y con mayúscula que no consideramos nuestra.