Manuel González Zeledón, nuestro costumbrista «Magón», vivió en la ciudad de Nueva York durante treinta años, entre 1906 y 1936. Prácticamente, durante esos mismos años, otro ilustre costarricense, el poeta Roberto Brenes Mesén, residió en la misma ciudad, y posteriormente en Chicago, entre 1919 y 1939, año en que se jubiló. Si nos atenemos a los biógrafos de ambos, poco o casi nada se sabe de las posibles relaciones que pudieron haber establecido con el medio intelectual y literario estadounidense de entonces.
Como puede suponerse, no fueron los únicos escritores nacionales que visitaron o vivieron temporadas en los Estados Unidos, aunque sería interesante emprender un estudio sobre las actividades literarias de poetas, novelistas y dramaturgos ticos en aquella nación y sobre los frutos que pudieron haber extraído de esos contactos.
Desde una brevísima visita (y esta por causas políticas) de Manuel Argüello Mora –sobrino de Juan Rafael Mora– a Nueva York en 1869 hasta los incontables viajes por motivos académicos, de trabajo o propiamente literarios, de muchos de los contemporáneos, hay toda una crónica de relaciones entre la literatura de los Estados Unidos y la de Costa Rica, crónica que aún está por escribirse.
Primeros clásicos en Costa Rica. Una ojeada, inevitablemente somera, de las viejas revistas costarricenses de cultura y literatura permite recoger algunos datos. Desde finales del siglo XIX y hasta bien entrado el nuevo siglo, los lectores cultos tenían noticia de los principales autores estadounidenses de la época: Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Herman Melville, Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman, Mark Twain: es decir, los clásicos decimonónicos norteamericanos
En Costa Rica se leían aquellos «cuentos de terror» – como se los denominaba– de Poe, y novelas que despertaron interés, en particular por sus temas, como Moby Dick (Melville), La letra escarlata (Hawthorne), Las aventuras de Tom Sawyer (Twain), incluso La cabaña del tío Tom (Beecher Stowe).
Sin una influencia visible, pero considerada una voz poética importante, la obra de Whitman también era conocida, lo mismo que el pensamiento ensayístico de Emerson, que buena influencia ejerció entre los teósofos de principios del siglo XX, como el mismo Brenes Mesén. Por ejemplo, Whitman queda reivindicado en el célebre poema de Darío «A Roosevelt».
Varios de los principales novelistas estadounidenses de la primera parte del siglo XX fueron conociéndose en Costa Rica, y de algunos puede percibirse cierta influencia sobre la literatura nacional.
Además de la obra del mencionado Mark Twain, en particular de su Tom Sawyer, la narrativa neorrealista costarricense encontró alguna fuente de inspiración en autores de la generación de John Steinbeck (Las uvas de la ira) por su idea de hacer de la novela un testimonio de las condiciones de vida de una sociedad desamparada y pobre, o de la obra de Ernest Hemingway, más llena de aventuras y episodios, pero también de pasiones y tragedias.
Hasta hace poco tiempo, el pequeño y célebre relato El viejo y el mar, de Hemingway, formaba parte de las lecturas obligatorias en los programas de literatura en la enseñanza secundaria.
Algunos críticos han señalado una posible influencia de la narrativa de William Faulkner (Mientras agonizo) en la novela La ruta de su evasión , de Yolanda Oreamuno.
En forma indirecta, por intermedio del boom latinoamericano, tanto entre los narradores y los estudiosos de la literatura, empezaron a leerse ciertas novelas más complejas y experimentales.
Con el auge editorial que se vio durante la década de 1970, el mercado librero costarricense pudo ofrecer al público obras que hasta entonces era difícil conseguir; entre ellas, llegaron traducciones de otras novelas de los mencionados Faulkner, Steinbeck y Hemingway, y de autores entonces escasamente conocidos en nuestro medio, como F. Scott Fitzgerald (El gran Gatsby) y John Dos Passos (Manhattan Transfer).
Al igual que hay huellas de Las aventuras de Tom Sawyer en Marcos Ramírez, de Fallas, las hay de Faulkner y de Dos Passos en obras experimentales de Carmen Naranjo y de Alfonso Chase.
En las tablas y en los poemas. Ha habido considerable presencia del teatro estadounidense del siglo XX en Costa Rica. En la ciudad de San José, y en cabeceras de provincia, desde hace muchos, años varias compañías de teatro han representado obras de los grandes dramaturgos contemporáneos.
De Tennessee Williams se han realizado valiosos montajes de Un tranvía llamado Deseo y de La noche de la iguana; de Eugene O’Neill, El emperador Jones, Todos eran mis hijos y Largo viaje hacia la noche; y de Arthur Miller, Muerte de un viajante, Las brujas de Salem y Panorama desde el puente.
Estando en Inglaterra, Daniel Gallegos –el célebre dramaturgo y director teatral– tuvo contacto con otro importante personaje de la escena: Edward Albee, de quien se han representado en Costa Rica ¿Quién le teme a Virginia Woolf? y Delicado equilibrio .
Aparte de ciertos nombres clásicos, como Whitman, Longfellow y Emily Dickinson –infaltables en antologías generales–, de la presencia de la poesía estadounidense no hay estudios ni testimonios suficientemente fiables. Apenas pueden encontrarse en librerías obras de Robert Frost, y, con un poco de suerte, algunas de Ezra Pound, Dylan Thomas o Sylvia Plath, y no siempre en traducción.
Algunos autores y movimientos estadounidenses llamaron la atención de escritores nacionales, como la llamada «generación Beat», liderada por el poeta Lawrence Ferlinghetti, a quien acompañaron otros autores contestatarios, como Allen Ginsberg y Jack Kerouac.
Sin embargo, de este grupo y de sus actividades políticas han sido pocos los que entraron en contacto con aquella generación. Su atractivo fue la rebeldía y el antisistema, acordes también con los movimientos políticos en la Costa Rica de la década de 1980. Se sabe que varios escritores nacionales asistieron a recitales y conciertos en los que se oyeron poemas de la propia voz de sus autores.
Conversaciones entre idiomas. En el mundo académico costarricense ha habido un sistemático y sostenido esfuerzo por conocer el desarrollo de las letras de los Esstados Unidos, tanto en los estudios de historia literaria como en la actividad traductológica.
Desde hace más de tres lustros, en el Programa de Maestría en Traducción de la Universidad Nacional se efectúan interesantes trabajos de investigación, con traducciones incluidas, de obras literarias estadounidenses, especialmente contemporáneas. Esto constituye, evidentemente, una nueva manera de establecer lazos entre ese rico universo de lengua inglesa y el espacio de las letras nacionales.
También, pero en la dirección opuesta, son cada vez más frecuentes las traducciones de literatura nacional al inglés, para su circulación en el medio académico y literario en los Estados Unidos y en otros ámbitos internacionales anglohablantes. Esto constituye una forma de diálogo cultural, en igualdad de condiciones y en comunidad de intereses.
La autora es traductóloga y actual directora del Programa de Maestría en Traducción de la Universidad Nacional de Costa Rica.