Enero 2016. Amplificado por el agua, el pez me mira desde adentro de su envase plástico. Me acerco y mueve su boca como diciendo algo con “o”, lo repite varias veces. Su memoria no “ rebootea ” a los 30 segundos como prometieron. Mi pez lo recuerda todo y es por eso que me detesta, es por eso que repite la palabra odio cada vez que me ve, porque se acuerda. Me mira de lado con su ojo inmenso y en la boca esa “o” de odio, luego frunce las branquias y se sacude suavemente. Yo, aunque sé que ese no es su nombre, me acerco a su pecera y en voz baja le digo: “Funes, pez viejo, pez anciano, yo también te odio”. Y antes de darle la espalda le hago una boquita de pescado, para que entienda que el sentimiento es mutuo.
Enero 2012. Voy manejando, bajamos la calle que cruza de Mata de Plátano a Guadalupe. Le digo a M (mi esposa):
—M, mi celular se murió.
A (mi hija de tres años) desde atrás, pregunta:
—¿Papá, qué es morirse? — Insiste: —¿Papá, qué es morirse?— Algo la distrae y deja la pregunta colgada.
Entonces la máquina necia de mi cerebro empieza a atormentarme. El engranaje se entraba y siento un vacío en el pecho. Llegará ese día fatal, me dice, en que no vas a zafar tan fácil de las preguntas importantes de tu hija. Un día no será tan sencillo como cuando le explicás qué significa cada vez que se “va” internet y que Peppa Pig se congela o tartamudea, o cuando se cae la red, o se ahoga la chimenea. Un día no te servirán los juegos de palabras, ni los chistes, ni las mitologías y la cosa se te va a poner espesa, existencial y, aceptémoslo, no estás listo.
Mi cerebro tiene razón. Me acelero y se me duermen las manos, los pies. Siento el efecto de mi diario deshinibidor de la recaptación de la serotonina y me calmo un poco. Respiro. Mi cerebro dice: “Necesitamos un plan”. “Ok”, le respondo. Entonces, y crédito a medias, tenemos la idea brillante y nos desviamos a la izquierda, hacia barrio La Granja.
La pregunta de A viene, es cuestión de tiempo, viene y no será tan fácil cuando eso suceda, ella será mayor y querrá detalles, verdades, gráficos, diagramas. Cuando la pregunta regrese será necesario tener a mano recursos discursivos, ejemplos prácticos y cercanos. Mi cerebro dice: “Necesitamos un pez”. Mi cerebro tiene razón.
—¿Adónde vamos?—, pregunta M.
—Tenemos un plan—, le digo.
—¿Quienes son “tenemos”?
—Mi cerebro y yo, querida. Mi cerebro y yo.
Un poco más tarde ese día sigo manejando pero ahora vamos en la dirección contraria; vamos a casa. M va en el asiento de al lado y atrás va A en su sillita. Lleva en las manos el pez que acabo de comprarle. Se llama Happy, ella le puso así.
—Papá, mi pez se llama Happy—, eso me dijo.
Happy flota en su bolsa. A lo lleva con cuidado. Se queda dormida. Entonces le quito la bolsa de la mano y se la acerco a M y le digo.
—M, cuando Happy se muera voy a poder responder con un ejemplo puntual la pregunta de A sobre la muerte. “Como a Happy, ¿te acordás?” voy a poder decirle. Voy a poder hablarle de la ausencia y de cómo al inicio eso duele, duele mucho.
Llegará el día que lo encontremos flotando en su pileta y tengamos entonces que despedirnos de él para siempre. Lo llevaremos en nuestra minúscula procesión al baño y lo tiraremos en el escusado para luego jalar la cadena. Podré decirle que esa tristeza se nos irá pasando y que el dolor de esa ausencia se disipará con el tiempo, que así estamos hechos, y que eso se nos pasa. Podré decirle que en la vida algunas personas se nos quedan de camino, pero que nosotros seguimos, que ahora los llevamos pero solo en la memoria.
—M, va a ser su primera muerte y necesitamos que sea algo pequeño, algo poco importante, poca cosa, como este pez –le digo mientras agito un poco su bolsa–. Además, estos peces se mueren a los quince días, son casi desechables, eso me dijo mi acuarista de cabecera.
M, que venía en “Ignore Mode”, pregunta:
—¿Acuarista?
—Sí, acuarista –le respondo–, lo googlié para este texto.
Luego continúo.
—Es el plan perfecto M, es perfecto. Es un paso pequeño, un ejemplo natural. Siento a M alejarse lentamente, veo cómo, despacito, regresa a su “Ignore Mode”.
Ya en casa, mientras coloco a Happy en su pecera, al lado de la biblioteca, me doy cuenta de que el pez me mira de forma particular, me parpadea con la clave morse de quien odia, de quien está enterado. Entiendo entonces que Happy lo sabe, lo ha venido escuchado todo en el camino de regreso.
Enero 2026. En un abrir y cerrar de su ojo inmenso pasará el tiempo como si todo esto fuera mentira y el pez seguirá con vida y su memoria conservada en resentimiento, intacta. Llegará el día en que lo pasemos al estanque que construimos en el jardín y yo desde la cocina miraré a M alimentarlo.
Iluminado por la luz rara de las cinco de la tarde, de las cinco en punto de la tarde, lo veré desde lejos. Protegido por aire y distancia, estaré seguro de no acercarme, no vaya a ser que me resbale y caiga adentro con ese animal crecido en odio y entonces nos matemos los dos a mordiscos. Porque si eso pasara, si yo muero, quién le explicará a A por qué algo nace o por qué algo se muere. Si no estoy yo, ¿quién estará ahí para explicarle por qué hay que caminar hasta el baño, tirar al pez en el escusado, porque es necesario despedirse de algo para siempre? ¿Quien estará ahí para jalar la cadena y escuchar con ella el remolino de lo inevitable, quién verá la estela del signo de pregunta que deja colgado en el agua todo lo que no sé explicar, eso que nos llevamos, pero solo en la memoria.