Hace algún tiempo, la Municipalidad de San José me invitó a formar parte del programa “Arte en espacios públicos”, un museo al aire libre en la ciudad capital. En ese momento pensé: “Cuando tenga algo verdaderamente digno, se lo presentaré”. En realidad, no me daba cuenta de que ya lo tenía, solo que en otro formato y con otra técnica: una serigrafía de grandes dimensiones (2,70 m de largo x 0,75 m) de alto, que había realizado años atrás en el Taller de Gráfica de Alfonso Peña.
A partir de la obra original, trabajé el proyecto en computadora, y debí hacer cambios pues colocaría el mural en otro sitio, y otros serían los materiales y las dimensiones. Así, pasé de una técnica gráfica a una de mural cerámico. Todo resultó mejor, aunque la imagen del paisaje siempre se mantuvo.
Recibí una agradable sorpresa pues, al acentuarle la erupción a uno de los volcanes, se convirtió en una gran paloma que vuela y recuerda la paloma de la paz que besa una montaña. El fondo se realizó en colores degradados, como una aureola boreal, pero lo simplifiqué a planos de color que le otorgaron más carácter, claridad y fuerza: se hizo más sintético.
La imagen era lo importante: un panorámico paisaje costarricense que exalta la belleza de la patria a través del color, resuelto en un diseño sencillo que representa sus volcanes, sus montañas y particularmente su luz, inspirada directamente del arco iris. Colores bastante fuertes en planos verticales son la pantalla de fondo donde se dibuja el motivo. Siendo un homenaje a la Madre Patria, el mural pedía grandes dimensiones: 4 x 25 metros, y se confeccionaría en cerámica.
Fue todo un reto conseguir el material pues es difícil encontrar cerámica de colores tan fuertes en el mercado nacional, por lo que debimos trabajar muy de cerca del ejecutor del proyecto, el pintor Adrián Gómez, y hacer cambios por las circunstancias.
El otro reto consiste en que se apreciará rápidamente esta obra pues se expone ante el tránsito vehicular (aquí se ha fotografiado solo un detalle). Tiene pocos elementos: dos bandadas de pájaros pasan frente al Sol para descansar en un pequeño bosque; el conjunto de montañas y volcanes se esparce por todo el fondo, y hay una laguna en el primer plano, a la derecha.
Se comienza con un amarillo claro a la izquierda –símbolo de la mañana– y termina en un azul oscuro, que representa la noche. Yo lo siento musical, como una especie de obertura, alegre y briosa. Es un trabajo de síntesis, de regalar con el corazón al país que me vio nacer y crecer. Son ya cuarenta y cinco años de vida profesional, y el arte se ve de otra manera.
Esta es una obra importante en mi trayectoria, y he tenido el honor de que la coloquen en la avenida Décima, en la acera del Mercado de Mayoreo, compartiendo cercanía con el mural de Lola Fernández, localizado frente al Gimnasio Nacional, y con el de Rafa Fernández en el edificio municipal.
El arte me ha regalado muchos placeres, como el haber representado al país en importantes bienales del mundo. Museos extranjeros y nacionales coleccionen mi obra, y se me han concedido muchos premios; mas particularmente aprecio el haber estado sumergido en el maravilloso mundo de la creación: en las buenas y en las malas pues no todo siempre es color de rosa. Ser artista es una manera de vivir y pensar, y se demuestra a través de una vida.
Ahora ofrezco una exhibición en la Galería Alternativa, en Pavas: una especie de pequeña retrospectiva. Próximamente, en mayo, brindaré una exposición con el maestro Roberto Lizano en la Embajada de Costa Rica en Washington.
Las exposiciones no son tan importantes para mí como el estar descubriendo nuevas posibilidades de comunicación visual en mi taller: allí siempre hay sorpresas.