“La información que nos dan los calendarios, los relojes, es información que, de alguna manera, oculta privilegios. El tiempo no significa lo mismo para todos”, describe el curador de Teorética, Miguel López, sobre la composición de Un reino de las horas .
Las obras de los 14 artistas expuestos interrumpen el tiempo para proponer instalaciones sobre el luto de la guerra (Walterio Iraheta, Mandala ), retratos sutiles de la opresión de género (Priscilla Monge, Bloody day , 1997) juguetes que mezclan símbolos de la historia precolombina con el deseo homosexual ( Osías Yanov , Butt-plug bicéfalo 1 y 2 , 2015).
Antes de llegar a Costa Rica, una versión más reducida fue expuesta en la galería Gasworks , en Londres. López trabajó junto con el curador Robert Leckie para reunir la selección de obras.
“Nos interesaba pensar el tiempo como una herramienta que te permite visibilizar estructuras de violencia, estructuras de opresión, sistemas de dominación y formas de control”, afirma López.
Un reino de las horas estará abierta hasta el 22 de febrero en Teorética (barrio Amón). El martes 21 la galería organizará un espacio de presentaciones artísticas, la Noche de imágenes deseantes , para abordar la temática de la exposición.
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Tiempo histórico. En medio de uno de los salones, una instalación de zapatos blancos forma un círculo perfecto. Mandala (2007) de Walterio Iraheta tiene 70 pares de zapatillas de bebé, tenis desgastados, botas de hombre y de mujer.
El salvadoreño retomó para su pieza una imagen popular de las secuelas de la masacre del funeral de Monseñor Romero en 1980: un montículo de calzado en medio de los cuerpos muertos de las víctimas, el residuo de las explosiones y los disparos.
“Habla de una línea de tiempo y, al mismo tiempo te habla del duelo. Indirectamente, alude a la guerra en El Salvador. Habla de envejecimiento, duelo y ausencia de los cuerpos”, detalla López sobre la obra.
La instalación Guamán (2016) del boliviano Andrés Pereira presenta brazos y piernas forjados en hierro, desmembrados de sus cuerpos. El estilo de sus formas es una reinterpretación de los dibujos coloniales del cronista indígena Guamán Poma de Ayala.
“Es como si estuviera a la espera de su reconstitución, una aproximación poética a otro mito indígena, el mito del Inkarri. El inca decapitado que empieza a reconstituirse y que viene para invertir el orden colonial de los españoles”, precisa López.
Una serie de xilografías de la costarricense Emilia Prieto Tugores (1902-1986), publicadas en su momento de creación en la revista Repertorio americano , también mutila cuerpos. La sucesión de una fragmentación corporal que representa la avasalladora presión de la modernización en la década de 1930.
Tiempo biológico. Como otro instrumento del tiempo, las piezas en Lado V exponen patrones de ritmos biológicos.
Sementerio (2016), de Wilson Díaz, lo expone de manera explícita: una pared cubierta de cartulinas cargadas de las eyaculaciones de amigos del artista, cada una está pacientemente marcada con su fecha y hora.
En otra habitación, una máquina de humo trabaja de manera más sutil. En momentos específicos, la instalación Hormonal Fog (Study #1) (2016), de los estadounidenses Candice Lin y Patrick Staff, libera inhibidores de testosterona.
“Es un comentario muy irónico y agudo en torno a cómo se construye la masculinidad y cómo es posible intervenir ritmos biológicos, corporales, que tienen su propia temporalidad”, dice López.
En el mismo tono irónico, lleno de picardía, el estadounidense William E. Jones frena y reitera la biología retratada por el cine erótico y homosexual de los años 70.
En Film Montages (for Peter Roehr) (2006), la seducción, el juego erótico y las escenas de felaciones se repiten una y otra vez. La reiteración es una acentuación: en su tercera iteración, la imagen está cargada con nuevas sensaciones.
En esos juegos, los artistas encuentran la manera de manipular el tiempo.