Esta obra se llama Pleito sobre fondo celeste. La hice con técnica mixta sobre papel. Mide 46 x 65,5 cm y data de 1989. He ido desarrollando en forma empírica esa técnica, que es una de mis predilectas. Es el resultado de mis pruebas y errores al querer sumar diferentes medios, como el pastel de aceite, las tintas de agua, la acuarela, el lápiz y el óleo aplicados sobre papel. Descubrí alguna vez el rechazo mutuo del agua y el aceite, y me pareció que el resultado le aportaba una profundidad al segundo plano de los dibujos y causaba una vibración alrededor de las líneas. La combinación de los medios me permitió navegar entre el género plástico y el gráfico.
Con el paso del tiempo, fui descubriendo que lo que me definía era la asociación, la combinación, la mezcla. Creo poder afirmar hoy que son las mismas manifestaciones heterodoxas que he ejercido en todas mis empresas artísticas, sean plásticas, gráficas o literarias. Así como asumo lo trans-textual y lo bilingüe en la escritura, lo aplico al dibujo y la pintura. De hecho, pocos años después de la serie de dibujos de la cual este Pleito forma parte, empecé a integrar elementos de caligrafía a mis pinturas sobre papel: de allí nació la necesidad de la escritura.
Mi afición al papel tiene que ver con mi técnica gestual. En esta obra, la definición de los personajes podría entenderse como una caligrafía de cuerpos. Lo narrativo o anecdótico del pleito callejero –tema que he trabajado una y otra vez– se presta para la escritura coreográfica de los cuerpos.
Durante mis primeros años en Costa Rica, las muchedumbres, los grupos, fueron un vínculo con la ciudad grande de la que vengo. Sentía una carencia de muchedumbre en la San José de entonces.
Asimismo, traté de hablar de la violencia subyacente en esta Suiza centroamericana, donde siempre intuí que la tan mentada paz escondía un fantasma, la vergüenza de un ser escondido por la familia que, sin embargo, aflora y se manifiesta cada tanto. Los personajes evocan las distribución espontánea de los papeles en esas situaciones de turbas, en las cuales son dos o tres los que se enfrentan y los demás cuentan los golpes, azuzan, empujan, gritan, tratando de no perderse nada del espectáculo sin realmente tomar parte en él.
Hay una serie paralela de la misma época cuyo tema son los sepultureros o “bajada de la cruz”: el grupo rodea el cadáver, empujando para mirar y presenciar. En esa serie me dediqué también a repartir papeles entre los protagonistas. Sin que me lo propusiera, estaba repitiendo, en cierta medida, composiciones de la pintura neoclásica francesa de David o Ingres. Sin embargo, mi propósito siempre fue darle a la turba una identidad propia, sin definir demasiado a cada participante ya que un hombre en un grupo deja de ser un individuo cuando la amalgama es la violencia.
Hace unos meses, Inti Guerrero, el curador de la exposición Ante un fusilamiento, me contactó para incluir esta obra en una reflexión sobre la violencia desde varias perspectivas centroamericanas. Creo que desde que fue pintada, otros artistas han tocado este mismo tema desde otras posiciones, con otras técnicas. El resto lo hicieron la actualidad y los cambios en la sociedad dándole una nueva vigencia.