Redacción
Este miércoles, el artista de performance, provocador y pesadilla del gobierno ruso, Piotr Pavlenski, fue finalmente liberado de prisión. Tras siete meses en prisión, un juez le ordenó pagar una multa de $7.750 por incendiar la puerta de la antigua sede de la policía secreta. Fue solo el último de sus actos de performance.
Por supuesto, Pavlenski ya dijo que no pagará la multa. "No puedo y no quiero", dijo, explicando que "por principio no puedo hacerlo, se trata de un tribunal burgués que pide mucho dinero", le aseguró el artista a la AFP. Fue hallado culpable de dañar "patrimonio cultural": el edificio albergó la Cheka, luego la KGB y, ahora, el Servicio Federal de Seguridad.
"Ahora es posible destruir metódicamente la cultura y autoproclamarse luego monumento cultural", reclamó Pavlenski. El juez redujo la multa inicial de 1,5 millones de rublos a 500.000 porque Pavlenski llevaba siete meses detenido; se exponía a tres años de prisión.
Su figura desgarbada y desafiante ha sido la protagonista, todos estos meses, de un acto de performance auspiciado por la justicia. Llevó a prostitutas a declarar a su favor –aunque ellas, algo confundidas, dijeron a la agencia de noticias Meduza que no veían sus actos como arte y que solo venían a corte porque les habían pagado–.
"Son prostitutas a las cuales les pagué para que pudieran venir a testificar", dijo Pavlenski. "Y es el equivalente del testimonio de los testigos de la Fiscalía, ya que tienen la misma relación con el caso [nula]. Tienen exactamente el mismo motivo".
¿Por qué? En una época de recrudecidas críticas contra el gobierno de Vladimir Putin –con tintes de autoritarismo y favores usuales a amigos y conocidos–, la protesta de Pavlenski se ha convertido en materia de un agitado debate dentro y fuera de la Federación Rusa.
El artista de 32 años ya era conocido por la más radical de sus protestas: en el 2014, clavó su escroto a la Plaza Roja de Moscú. También se ha envuelto desnudo en alambre de púas y se cosió los labios en señal de apoyo a la banda de punk Pussy Riot (un gesto con ecos en Centroamérica: el guatemaltco Jorge de León lo había hecho en el 2000; el silencio oficial encuentra opositores en todas partes).
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Para Pavlenski, este tipo de performance político es una manera de protestar no solo contra la represión estatal y la censura, sino también contra la apatía de la sociedad. "Cada vez que hago un performance como este, nunca abandono el sitio. Es importante para mí permanecer allí. Las autoridades quedan en un callejón sin salida y no saben qué hacer. No le pueden pedir a la persona que se vaya de la plaza porque está clavado a la plaza", dijo a The Guardian.
Esa acción, llamada Cuerpo, representaba "la existencia humana en un ambiente de represión legal, cuando el más mínimo movimiento provoca una durísima reacción del sistema legislativo, que se clava en el cuerpo del individuo", según lo cita la agencia EFE.
"Mis acciones deben ser mínimas. Cada movida de las autoridades los empuja más y más profundamente hacia adentro. Se convierten en participantes involuntarios en la producción de mi arte", manifestó a The Calvert Journal. Para Pavlenski, incluso forzar a las autoridades a encarcelarlo sería provechoso para canalizar su mensaje opositor: si se fuera del país, uniéndose al creciente éxodo de críticos del gobierno ruso, se dejaría "neutralizar", afirma.
¿Es arte?, se preguntan críticos y observadores. Quizá la pregunta más adecuada sería: ¿tiene importancia que lo sea? Después de todo, en el revoltoso mar de críticas al actual gobierno ruso, han sido voces como las de Pavlenski y Pussy Riot las que más han descollado. Desde que la Unión Soviética colapsó, varios artistas unieron sus esfuerzos con activismo para reclamar contra la forma que tomaba la nueva sociedad rusa (destacaron artistas de esta orientación en los años 90, en Moscú).
En la era de Putin (presidente en dos periodos, y primer ministro en otros dos, desde el 2000), críticos europeos y estadounidenses, así como disidentes rusos, han reclamado la censura tácita o directa de opositores al gobierno, la "plutocracia" que parece condonar la corrupción a niveles altísimos y la beligerancia militarista del líder ruso, siendo la anexión de Crimea el último ejemplo.
Es contra este aparente matrimonio de gobierno y Estado, de autoritarismo y el sistema de justicia, lo que ha impulsado a figuras como Pavlenski a acciones cada vez más radicales, cada vez más explícitas.
En el 2008, en vísperas de la elección de Dmitri Medvedev como sucesor de Putin en la presidencia (2008-2012), el grupo Voina realizó una orgía en el museo de biología de Moscú –Medvedev era considerado un títere de Putin, quien fungió como primer ministro durante ese periodo–.
La apreciación de las acciones de Pavlenski como arte no es universal e, incluso, críticos que han escrito sobre el tema desde otros países lo hacen poniéndolo en el contexto específico de la protesta política.
Otros ofrecen lecturas más abarcadoras: "Lo que Pavlenski está haciendo puede parecer totalmente loco, pero calza dentro del actual movimiento de arte de agitación, que tiene una vitalidad y un propósito muy lejanos" de las obras comerciales exhibidas en museos y galerías, explicó el editor de artes de BBC, Will Gompertz.
Visto como arte, su trabajo es una exploración de los límites de la resistencia y una prueba para la corporalidad del artista. Pero esta postura puede sonar a cinismo también: después de todo, hablamos de un hombre que se corta partes del cuerpo y se clava otras a una plaza pública.
Al convertir su más reciente juicio en una farsa, por un lado, Pavlenski lo ha convertido en parte de su serie de performances; por otro, ha reforzado la visión que tienen muchos de sus críticos en Rusia –alineados o no con el gobierno–: es un hombre psicológicamente inestable, un loco, nada más.
Cuando fue enviado a un centro para evaluación psiquiátrico, se cortó el lóbulo derecho en señal de protesta. La atención mediática es, en sí misma, parte del acto.
"Mientras sus abogados han trabajado para liberarlo, Pavlenski ha exigido repetidamente que lo acusen de terrorismo, haciendo eco del caso del cineasta ucraniano Oleg Sentsov, quien fue sentenciado a 20 años de prisión por terrorismo tras incendiar la oficina de un partido político pro-Kremlin en Crimea hace dos años", reseña The Moscow Times.
Este año, la Human Rights Foundation de Nueva York le otorgó su Premio Vaclav Havel a la Disidencia Creativa a Pavlenski compartido con la caricaturista iraní Atena Farghadani y la fotoperiodista uzbeka Umida Akhmedova.
Sin que medie necesariamente la validación del gremio artístico, que ha permanecido en gran medida ambivalente hacia Pavlenski, está claro que grupos opositores a Putin, dentro y fuera de Rusia, aprueban sus actos radicales. ¿Lo toman como ejemplo sincero o les sirve de metáfora, nada más?
En la autodestrucción y la violencia, el artista ha encontrado un cañón. El gobierno ruso ha sido incapaz de taparse los oídos tras cada disparo. Lo que no sabemos aún es a quién están hiriendo más.