“Mi Soma tiene todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, sin ninguno de sus efectos secundarios”. Si existiese la píldora que el escritor Aldous Huxley creó en Un mundo feliz, aquello –escrito por Ariel Arburola– prometerían sus anuncios. En ese mundo no hay drogas: hay medicamentos recreacionales.
Escritores como Huxley y Patrick Süskind abren el apetito por productos que sacian los deseos más inmoderados, mientras que los lectores solo pueden soñar con el supermercado que los vende. ¿Cómo sería el mundo si aquellas mercancías fuesen reales? Para el artista Ariel Arburola, nuestro primer contacto estaría en la oleada publicitaria de las revistas y los periódicos.
Ariel devoró un mes de trabajo para completar las 11 piezas que forman Novela retail , su primera muestra individual de arte gráfico, en el bar El Steinvorth. El artista revela que fue difícil sacar la muestra en un lapso tan limitado, pero dice que las ideas fluyeron muy bien: “Una vez que aclaré el concepto, lo más fácil fue ejecutar cada una”.
Las piezas presentadas se basan en clásicos de la literatura que Ariel atesora. Él hizo una lista de sus libros favoritos; en ellos buscó aquellos productos o servicios que podrían anunciarse en la realidad. “Hubo algunas obras que no pude incluir pues no tenían ese gancho comerciable”, comenta.
La exposición incluye obras de Hunter S. Thompson, Arthur Conan Doyle, José Saramago, Isaac Asimov, Aldous Huxley, Patrick Süskind, George Orwell, Ray Bradbury, Jacqueline Susann, Douglas Adams y Nick Hornby.
Memorias gráficas. Las películas son una guía visual del mundo; en cambio, las obras literarias delegan ese proceso a la imaginación del lector. “Además, creo que he visto más interpretaciones de series televisivas y películas; a menudo hay selecciones de posters minimalistas en Internet, por ejemplo”, detalla Arburola para justificar las motivaciones situadas detrás de su exhibición.
Ariel fue un niño criado entre páginas de anuncios similares a los que retrata hoy pues su padre era publicista. Arburola transita en su habitat natural: cuando se sentó frente a la computadora, él sabía que los colores de cada anuncio debían ser opacos, desaturados y poco vibrantes, con un punto de trama grande.
El artista tampoco olvidó los constantes errores de impresión y el papel barato de las revistas de aquellos años, donde las letras y las imágenes de cada página se translucían en su otra cara. En Novela retail , la perfección se alcanza con errores.
La muestra de Arburola es como una mirada a la colección de revistas manoseadas y eternas que se apila entre los chismes y el cabello de los salones de belleza que hay en el barrio. En esperas agotantes, la única distracción es un viaje en el tiempo.
El trabajo se basa en la estética de los anuncios que abultaban las ediciones del Reader’s Digest durante las décadas de 1960 y 1970. Para recrear esa época, el artista no sólo debió prestar atención a los vestuarios, los peinados y el maquillaje de sus modelos; también precisó cada detalle en la redacción de los slogans y los textos persuasivos, cursis y extensos que caracterizaron ese tipo de publicidad. “Redactar los textos fue la parte que tomó más tiempo; costó más que las ilustraciones”, confiesa Arburola.
Otras piezas también exigieron obediencia a las prendas que los escritores describen en sus libros, como el atuendo verde que Aldous Huxley dictó para Lenina Crowne en Un mundo feliz .
Catálogo de intertextos. Quienes elaboran la publicidad en el siglo XXI tienen cánones distintos del anuncio de revista setentera –algunos, al menos, hacen el intento–. “La mayor dificultad a la hora de emular una época radica en evitar que los conocimientos del presente choquen con las nociones del pasado”, explica Arburola.
El artista debió ignorar su formación como diseñador moderno para que sus recreaciones fueran fieles al tiempo que él pretendía traer de vuelta.
“Ahora hacemos diseños más limpios y resumidos, pero los anuncios viejos también son bonitos”, dice Arburola. Él reconoce las proezas de los antiguos diseñadores, que batallaban contra pésimos papeles y tintas, las cuales limitaban muchísimo el uso de la imagen.
Arburola pidió a sus amigos una fotografía y una pose; después, el artista transformó a cada uno mediante el programa Photoshop para que fueran personajes en sus anuncios.
Así, entre la colección puede reconocerse a Paola Rogue, quien, en lugar de ser vocalista de la banda costarricense The Great Wilderness, ahora persuade al lector hacia El Perfume, esencia exquisitamente atroz que Jean-Baptiste Grenouille extrajo del cuerpo de 25 mujeres en la novela de Süskind.
En otra pieza aparece Andrés Gómez, artista gráfico que estrenó la galería permanente de El Steinvorth en septiembre. Gómez representa el Gran Hermano, poder supremo en 1984, novela de George Orwell. Sin embargo, si el Gran Hermano de Orwell existiera realmente, Arburola se arrepentiría de ser su publicista.
–¿También se arrepentiría de vender Soma?
–No… Con esa parece que la gente la pasa bien.
Una parte del valor de Novela retail depende de sus visitantes: cada pieza es como una “broma interna” si uno ha leído la obra que alude. “Eso fue parte de lo que yo esperaba. Los top 10 de cada persona son muy diferentes”, señala Arburola.
Las paredes de El Steinvorth mudan constantemente su piel. Ahora, el tapiz es una lección: los deseos no tienen tiempo. ¿Cuál producto de esos compraría usted de inmediato? No se preocupe: los deseos no diferencian la ficción y la realidad. Que haya o no un supermercado donde puedan comprarse es problema suyo, no de los deseos.